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¿Lo que siento es amor?

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Orfa Astorga - publicado el 30/03/21
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Diálogos de consultorio: un caso de amor de ensoñación

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¿Cómo sé que lo que siento es amor? ¿Y cómo sé que no es amor? Contaba en consulta una jovencita que dudaba de sus sentimientos, a los que llamaba amor:

Aún no nos conocemos, pues nuestro trato ha sido a través de las redes, sin embargo, siento amor. Y, aunque solo me lo ha insinuado, estoy segura de que soy correspondida por un ser a-ma-bi-lí-si-mo —enfatizó silabeando, prosiguiendo con la descripción de su “amado” —.

Él es un tanto mayor que yo, vive en una ciudad cercana, es soltero, tiene un buen trabajo y me ha prometido que pronto me visitará para conocer a mis padres.                                             

Lo siento tan cercano, que la soledad que sentía ha desaparecido como por magia.

—¿Como describirías tus sentimientos? —le pregunté con delicadeza.

—¡Oh, ahora todo me parece sublime! Al escuchar ciertas canciones, ver atardeceres, observar las flores y más… hasta me descubro haciendo poesías. Es lo normal, ¿no? —afirmó entre suspiros.

—Exacto, ciertamente tales sentimientos son un rasgo de enamorados, solo que, en sí, no lo son todo. Es necesario pasar de un mundo del yo individual, de cierta ensoñación, a otro en el que dos interesados en una relación afectiva, comparezcan de carne y hueso con todas las condiciones de su humanidad, buenas y no tan buenas.

Y en tu caso, puede que estés enamorada, pero aún no puedes llamar amor a tus sentimientos, pues se trata de dos cosas muy diferentes.

—Pero… ¡En mi caso, estoy segura de que es amor lo que siento!

—Bueno, tú has hecho poesía en la que muy seguramente proyectas la belleza de tus sentimientos: describiendo un paisaje, un atardecer, o tal o cual cosa, aun cuando solo requiera de imaginación… ¿cierto?

—Es cierto, pero los que sí son reales son mis sentimientos, que a duras penas soy capaz de expresarlos.                                                                                                                                      

—Si, pero… ¿me puedes confirmar si lo expresado en tu poesía, hasta ahora, es solo tuyo?

—Bueno, sí, pero…

—Lo que pretendo explicar, cuidando tu sensibilidad, es que no podemos amar bastándonos a nosotros mismos, pues el don del amor, para serlo, necesita de alguien que lo recoja personalmente. Es como si quien ama, dejara un ramo de rosas al pie de la puerta de la amada y al día siguiente siguieran ahí.

Significaría que “no pudo dar las flores, porque no hubo quien las recogiera” y que tal hecho puede interpretarse, como que su don, fue rechazado.

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Sucede en la adolescencia, que sintiendo una atracción natural al sexo opuesto se encuentran enamorados del amor, desde un enamorado imaginario hasta de una persona concreta que vive sin ser afectada, ignorante de haber sido elegida y configurada como amada por alguien.

Ahora bien, volvamos al ejemplo del ramo de flores, pero esta vez sí fue aceptado por alguien que, a su vez, corresponde con un obsequio que simboliza en lo posible sus sentimientos. Se inicia así entre ambos un “nos damos y aceptamos nuestros mejores dones” a través de un trato cada vez más personal, fundado en la rectitud de intención.

Es decir, de enamorados, ambos pasan a engendrar un amor que, por ser real y verdadero, será un bien. Pero les será un bien arduo de conservar, perfeccionar y restaurar, lo que hace imposible que alguien ame verdaderamente a otra persona sin conocerla y sin necesidad de su conocimiento y consentimiento.

—Si, lo veo claro—contesto muy reflexiva mi consultante.

—Siendo así, dos consideraciones:

Primero: en el inicio de una relación afectiva la idealización es normal, pero evitando el riesgo de esperar que necesariamente la otra persona cumpla con las expectativas asignadas en el guion de una historia escrita por una de las partes; ante ese “desencanto”, la relación fácilmente entraría en crisis y no en fase de maduración.

Segundo:  Se debe tener cuidado de una relación que es solo virtual, pues realmente no se conoce a la persona que se encuentra tras la pantalla. Reitero, solo se puede amar a quien se conoce personalmente, como un bien y en una real correspondencia.

Tiempo después mi consultante me dijo que su enamorado virtual, al no haberle aceptado una cita con “dudosas condiciones” simplemente había desaparecido de las redes.

Sin embargo, se sentía tranquila y con una importante lección aprendida.   

En la era del internet existe el riesgo de una falsa y peligrosa relación basada en la simulación y la manipulación, por parte de quien descubre las carencias afectivas en jóvenes que imprudentemente tratan con desconocidos a través de las redes.  

Consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org

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