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Fray Gabriel Gutiérrez, un auténtico discípulo de San Francisco de Asís y ejemplo de lo que el papa Francisco llama “callejear la fe”, falleció en la ciudad de Bogotá, después de batallar durante algunas semanas contra el covid-19.
Fray Ñero, como lo llamaban, había sido hospitalizado a mediados del mes de marzo y su salud se fue deteriorando hasta su muerte, en la tarde del 2 de abril. De inmediato los medios de comunicación de Colombia y las redes sociales empezaron a registrar reacciones de pesar por parte de quienes conocieron su admirable labor pastoral.
“Se nos fue un apóstol… Paz en la tumba de fray Gabriel y que Cristo Jesús lo corone como servidor fiel”. Con este sentido mensaje, monseñor Luis José Rueda lamentó el fallecimiento de su amigo, a quien brindó apoyo permanente desde que fue nombrado arzobispo de Bogotá: “Ha muerto un amigo, un sacerdote, un franciscano, un cristiano, un hermano…”, dijo a Aleteia.
“Tu parche, tus compañeros, te lloramos y nunca te olvidaremos”, escribieron en la cuenta de Facebook los miembros de la Fundación Callejeros de la Misericordia, la cual fundó y lideró con la misión de acompañar los fenómenos callejeros, defender los derechos humanos de los habitantes de calle y asistirlos con alimento para el cuerpo y el alma.
También los pobres y rechazados que día tras día recibían de fray Gabriel compasión y ternura lamentan hoy su partida y bien podrían repetirle la despedida que él le dio al general Sandúa, conocido habitante de calle del centro de Bogotá: “Estas ciudadanías callejeras lloran su partida. Buen viaje viejo”.
El sacerdote entregó sus 33 años de vida religiosa a “los más pobres entre los pobres”. Su apostolado lo realizó siempre entre los ‘descartados’ de la sociedad y en zonas de grandes conflictos y necesidades, como Mozambique (África) o Cauca (Colombia), donde asistió por igual a narcotraficantes, guerrilleros y ciudadanos víctimas de la violencia.
En Bogotá encontró la que fue su gran vocación: los ‘sintecho’, los que viven en parques y avenidas y los grupos vulnerables que en las calles buscan el sustento, como vendedores informales, trabajadoras sexuales, migrantes, artistas callejeros, afrodescendientes, cachivacheros y miembros de la comunidad LGTBI.
Por ellos salía en las noches y cuando aún no había amanecido, a llevarles comida; por ellos levantaba la voz y reclamaba sus derechos ante los gobernantes; por ellos pedía constantemente ayuda a los benefactores que apoyan su obra.
Fueron casi cinco años durante los cuales trabajó por los ciudadanos en condición de calle, como él mismo contó en una entrevista con Aleteia: “En 2016 bajé por primera vez a un caño y encontré a una multitud de rostros que reflejaban momentos crueles de la vida. Allí me empezaron a llamar Fray Ñero, que entre ellos significa compañero, lo que es un honor para mí como sacerdote y como franciscano”.
Una vez conoció de cerca ese fenómeno no pasó un día en que no les demostrara su compasión y cercanía a los indefensos que, por voluntad propia o por las circunstancias, buscaron refugio en parques, canales o andenes de la fría Bogotá. Para fray Ñero, cada rostro oculto bajo la suciedad, cada joven perdido en las drogas, cada mujer que busca comida en los basureros es un alma que necesita de la caridad de los demás y él les dio amor sin medida.
Quienes lo conocieron de cerca veían en él un buen ejemplo de las enseñanzas de humildad y pobreza de san Francisco de Asís, fundador de su comunidad, y un seguidor del llamado del papa Francisco, que invitó a los sacerdotes a salir a la periferia y “callejear la fe”. Así lo manifestaron decenas de personas en las redes sociales, con mensajes como estos:
“Gracias Padre Gabriel por enseñarnos a amar a los más necesitados, por mostrarnos con tu vida a san Francisco de Asís y por adoctrinarnos en el amor al prójimo y en ellos poder ver a Cristo”.
"’Por tus hechos te conocerán’ y de qué manera te ha conocido el Padre y de qué manera lo reconociste en el desfavorecido”.
Fray Ñero lideró varias cruzadas por los más necesitados y con mayor intensidad durante la actual pandemia, porque sabía que sus “hermanitos de la calle” no tenían cómo cuidarse de la amenaza de un virus que no lo detuvo ni un día y que finalmente le quitó la vida.
Para ellos pidió asistencia especial durante los días de confinamiento y pronta aplicación de las vacunas, por eso celebró en sus redes sociales que el Ministerio de Salud los incluyera en la primera etapa de la segunda fase de vacunación, “dada la problemática de vulnerabilidad y total indefensión” que viven más de 15.000 personas en las calles de Bogotá.
A ellos también les llevaba diariamente compañía, abrazos, cariño y atención, que muchas veces necesitaban más que los mismos alimentos. Él nunca los rechazó y no los discriminó, por eso las oraciones diarias que se organizaron en calles, templos y canales digitales rogando a Dios por su recuperación. Por eso la tristeza ante la noticia de su muerte, aunque saben, como lo manifestaron los miembros de su fundación, que fray Ñero regresó a la casa de Padre y “el cielo celebra la llegada de un alma generosa que lo entregó todo en esta tierra por los más pobres”.
Las rogativas, ahora, se unen a la de su amigo, el arzobispo de Bogotá, quien confía en que el ejemplo de fray Ñero dé frutos: “Dios premie su obra y su misión y que su muerte sea semilla de nuevos misioneros y misioneras que acompañen la vida de los habitantes de calle, que son nuestros hermanos”.