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Escribe Romano Guardini en su Via Crucis al meditar sobre la undécima estación (Jesús es clavado en la cruz): “Lo que sucede ahora es tan horrible que quisiera uno huir para no tener que presenciarlo.
Y ver cómo lo crucifican y levantan la cruz… ¡Oh, mi Señor y Salvador…! Pero yo no tengo derecho a escapar; debo quedarme aquí, pues Él padece por mí. Hasta ahora, Jesús ha podido al menos recorrer el camino, moverse, esforzarse. En este momento, todo eso cesa. Ya no puede hacer más que estar suspendido en silencio y resistir.”
Y agrega más adelante: “¡Oh Señor, perdona a este pecador! Pues soy culpable de tu desgracia. Y haz que Tu pasión no quede sin fruto en mi vida. Haz que yo experimente en mí tu paciencia y tu energía divina.”
Estos son días muy especiales para meditar sobre el misterio de la crucifixión. A tono con ello, la Fundación Canto Católico presentó en las redes su último estreno: “Delante de la Cruz”.
Se trata de la musicalización de un profundo soneto, adaptación de Rafael Sanchez al texto de la Liturgia de las Horas. En sus cuartetos reflexiona sobre nuestros ojos y nuestros labios, simbolizando nuestras facultades operativas, con las que en reiteradas ocasiones ofendemos a Dios, pero que pueden ser también redimidas si se centran en Cristo, quien nos ha salvado mediante su sacrificio.
Si nosotros nos “clavamos” a Cristo crucificado, hemos de participar también de su vida, como se expresa en los tercetos finales.
En cuanto a la composición, se trata de una pieza de Jorge Álvarez en la que, como era de esperarse por la temática, predominan los tonos menores. Los arreglos son simples, pero destacables.
El piano, marcando las negras, lleva adelante un andante que simboliza la caminata de Jesús hasta el Calvario, y mediante algunas corcheas casi stacatto refuerza el momento de los clavos en el verso correspondiente. Acompañan al piano dos cellos que, como explica el arreglista, “se unen respetuosamente en esta peregrinación tras las huellas del Crucificado.
Cada uno de ellos suena de manera intercalada, como si fuesen dos piernas agotadas que caminan alternadamente. El fino contrapunto de ambos cellos simboliza también la persecución de muerte queriendo llevar consigo a la vida. Ésta última es interpretada por el cello II, el cual transita por notas de reposo, mientras que la muerte es ejecutada por el cello I, el cual transita casi exclusivamente por disonancias.
Esta tensión angustiosa sólo se resuelve al final del canto, cuando ambos cellos se unen en la misma nota, dando a entender que por fin muerte y vida se han encontrado en la muerte de Jesús, anunciada en el ofrecimiento del verso final: Señor, así, cuando queráis me muera.” El último acorde es en tono mayor, insinuando y anticipando el Domingo de Resurrección.
La producción audiovisual es igual de sobria que la letra y la música, pero también completa de profundo contenido. Con poca iluminación y ubicados entre ruinas de algún templo, vemos a los dos cellistas contemplando la Cruz, acompañada ésta apenas por la luz de dos velas. Las imágenes son profundamente sugestivas e invitan, al igual que la canción, a una actitud orante, contemplativa y suplicante.
En la duodécima estación del Via Crucis, ante la muerte de Jesús en la Cruz, dice Guardini: “Señor, Tú me has salvado; te lo agradezco de todo corazón. Me has mostrado también cómo puedo sobrellevar mi dolor y cómo puedo superarlo por mí mismo: mediante el amor.
Sólo podré sobrellevarlo si lo recibo, como Tú de la mano del Padre. Si confío en que sólo podré superar el dolor si lo convierto en una bendición para otros, como Tú hiciste. Si lo sobrellevo y lo ofrezco al Padre por los que amo, por todos a los que quiero ayudar.
Entonces, mi dolor participará en la omnipotencia de tu pasión; atraerá la gracia del Padre y prestará ayuda donde nada ni nadie puede hacerlo. Y entonces también me ayudará a mí, al saber que no sufro en vano, sino que mi sufrimiento supone una bendición para otros.”