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Cómo valorarse a uno mismo en la justa medida

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Luisa Restrepo - publicado el 01/05/21
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Todos cargamos con el sufrimiento de la vergüenza, el rechazo o los sentimientos de indignidad. Él quiere sanar las heridas de tu corazón hoy

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El amor propio es fundamental. Sabemos que es un camino de sanación. Es tan importante, que si no lo tenemos o no lo vivimos, nos va a ser casi imposible amar bien a los demás.

Pero, lastimosamente se ha llenado de ideas dominantes que no nos permiten comprenderlo de la forma correcta.

No me malinterpretes, querernos a nosotros mismos es fundamental. El problema es que el amor propio se ha convertido en un fenómeno de moda que nos vende la ilusión de gestionar nuestra vida sin la ayuda de los demás, y menos, de Dios.

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Hoy, el amor propio se maneja dentro de algunas afirmaciones como: “yo soy suficiente”, “no necesito a nadie para ser feliz”, “no hay límite para mis deseos”.

Se nos vende como producto una falsa idea de autonomía -y me da la impresión de que- poco a poco (esta idea) va eliminando la realidad de que somos limitados.

Y además nos convence de que toda limitación es impuesta por algo externo a nosotros mismos.

En lugar de lidiar con nuestro dolor y con nuestros problemas más profundos, aprendemos estrategias para ser autosuficientes. Es como poner una curita sobre una herida abierta.

Pero, si somos honestos, detrás de ese deseo, se dejan ver anhelos más profundos de plenitud.

Queremos esperanza para encontrar respuestas a nuestros miedos. Estamos buscando algo que le dé sentido a nuestro dolor y nos enseñe a vivir.

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Me pregunto: si yo soy suficiente, ¿qué va a pasar el día que no pueda con algo? ¿Pensar que lo soy me hace mejor verdaderamente, o en los momentos en los que me falten fuerzas, no agregará más peso a la vergüenza de tener que pedir ayuda?

¿Si no hay límite para mis deseos, entonces significa que debo seguir todos mis impulsos? ¿No necesito un poco de autocontrol para no herirme, o herir a los demás?

Al final de todo escondemos nuestra profunda inseguridad detrás de un amor propio que, para mi gusto, nos vende ideas incompletas que terminan tapando un anhelo de un amor más grande.

Lo que necesitamos es sanar desde el amor.

Gran parte de la obra de Jesús en la tierra fue la de sanar. A lo largo de las Escrituras, vemos las innumerables historias dando vista a los ciegos, haciendo caminar a los cojos, resucitando a los muertos y curando a los leprosos.

También sanando los corazones heridos, como el de la samaritana; dando esperanza a los que ya no la tenían (la hemorroísa); sanando los corazones de los que habían traicionado, como el de Pedro … y así mil ejemplos más.

Dios no entró en nuestra humanidad solo para darnos una curita para nuestras heridas, o mecanismos de supervivencia para salir adelante.

Él vino para darnos vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Él vino para sanar nuestras heridas, para amarnos desde lo que somos. Vino para restaurarnos.

Puedes pensar que si tu pierna no está rota o no tienes lepra, entonces Dios no tiene nada que curar.

Pero vivir en este mundo es conocer el dolor y los efectos del mal y la traición en nuestro corazón.

Todos cargamos con el sufrimiento de la vergüenza, el rechazo o los sentimientos de indignidad. Él quiere sanar las heridas de tu corazón hoy.

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Podrías estar pensando: “pero, yo he orado un millón de veces por lo mismo y Dios no lo ha arreglado. Todavía duele. No ha mejorado. ¡Dios no me está curando!”.

Dios no quiere simplemente “arreglarnos”. Quiere intimidad con nosotros, una relación.

Es en, y a través de esa relación, que su amor tiene el poder de curar nuestras heridas. Es toda una vida de caminar con Él como nuestro amigo más cercano la que aportará muchísimo en el camino de nuestro amor propio.

Jesús quiere caminar a través del dolor con nosotros, trayendo las respuestas, los recursos y las personas para guiarnos en el camino.

Cualquiera que sea nuestra herida: rechazo de una relación fallida, pérdida de un ser querido, inseguridades, abuso, vergüenza, sentimientos de abandono, pensamientos negativos, o una larga lista; podemos estar seguros que Dios soportó esa misma herida y la cargó en la cruz para que pudiéramos tener una nueva vida.

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