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– Mi madre intenta controlar la vida de sus hijos ya casados con el argumento de que el amor hacia ella, esta ante todo, pues no solo le debemos la vida, sino además todos sus esfuerzos por sacarnos adelante –, comentaba en consultoría un varón casado de mediana edad–. Así las cosas, vivimos con sentimientos encontrados entre nuestro amor hacia ella, y el que profesamos a nuestros cónyuges, por lo que hemos cometido errores que han afectado nuestros matrimonios.
Por ello, en ocasiones tengo dudas de conciencia… ¿Qué me puede decir de ello?
– Que lo cierto es que el amor conyugal debe prevalecer, sin dejar de ser compatible con un gran amor a los padres, y para poner esta verdad en contexto, le hare unas preguntas:
Dígame… ¿Se casó libremente, muy enamorado y para toda la vida?
– Si, definitivamente así es.
– Significa que usted puede amar libremente, y con todo su ser, a una persona, sin tener con ella vinculo consanguíneo, es decir, sin estar de por medio el ser de la "misma carne", como lo son los padres, hermanos hijos y demás parientes.
– Cierto, mas… ¿Qué hace esto posible?...
– Para ayudarle a encontrar la respuesta, le haré otra pregunta: ¿Se cuida usted en toda su integridad?
– Por supuesto, lo normal es que aprendamos desde niños, que podemos y debemos cuidarnos a nosotros mismos.
– Entonces, es una realidad que tenemos un natural e íntimo amor a nosotros mismo, es decir a nuestra propia carne… ¿es correcto?
– Así es.
– Bien, eso explica que, los cónyuges al no ser de la “misma carne” por no tener consanguinidad, se pueden amar con ese amor que sienten por “su propia carne”, al participarse su intimidad corporal y espiritual, que surge del poder de auto posesión y auto donación.
Se trata de una íntima comunicabilidad en lo biológico, psicológico emocional y espiritual, para fundirse en una sola carne y un solo espíritu.
En eso consiste el amarse conyugalmente.
Diferentes son los lazos de consanguinidad, en los que no se participa la intimidad del cuerpo con todo lo que ello implica, sino solo un sincero y profundo amor de identidad, fundado en tener una misma sangre.
Queda claro entonces, que, por naturaleza, el amor a los nuestros por consanguinidad, y el amor conyugal, por grandes que sean, van por caminos que no se cruzan.
– Comprendo… sin embargo, existen quienes dicen querer más a sus padres que a sus cónyuges, y en los hechos pareciera que los caminos se cruzan… ¿Cuál es la confusión?
– Es posible, que hayan sido educados por padres que vieron en la procreación un modo de adquisición de dominio, de propiedad de los hijos engendrados, sin considerar, que educarlos en la auto posesión es el mayor servicio a sus vidas.
Cuando así sucede, los cónyuges no logran en los hechos, que su íntima coopertenencia se actualice proyectándose al futuro, dejándola limitada solo al presente por la influencia de sus padres.
Tal cosa se pone en evidencia, en algunos ejemplos como:
Entre otros…
El precio final para los mismos padres, es que, como nadie da lo que no tiene, suele ser que sus hijos les profesen un amor muy limitado, al no ser enteramente dueños de sí mismos.
Por el contrario, cuando los educan para la auto posesión, serán libres de y para los padres, eso hará posible entre ellos, un amor puro, inmedible e inalterable.
Mi consultante se despidió con una mayor claridad de ideas, sobre un sano amor filial.
Entre el amor de veneración que debemos sentir por los padres, y el amor conyugal, existe una esencial diferencia. En ella, por la correcta conjugación de nuestra naturaleza, nuestra libertad y nuestro compromiso, este último debe prevalecer.
Consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org