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Cuando cuesta ser fiel, ¿qué hacer?

BARRELS
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Luisa Restrepo - publicado el 08/05/21
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Quedarse ahí donde una persona debe estar supone a veces un gran desafío, la paciencia lleva a los frutos

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En una sociedad líquida como la nuestra, todo tiende a resbalar, a fluir. Es difícil quedarse. Nos da miedo ser abrazados o quedar atrapados dentro de un contenedor que no nos merece.

Sí, mantener una relación no siempre es fácil, especialmente cuando nos sentimos decepcionados, o cuando no nos está haciendo bien quedarnos ahí.

En esos casos debemos discernir si nos encontramos en una relación dependiente y lo mejor es dejarla ir.

Sin embargo, aunque nos cueste, mantener relaciones buenas toma tiempo y no siempre es fácil. Si una relación es auténtica, es inevitablemente exigente.

Es verdad que las relaciones tienen que darnos libertad, pero esto no se opone a que estas nos comprometan.

Cuando no somos retados por una relación significa que solo estamos en apariencia: puedes vivir en una casa pero tener tu corazón en otro lugar.

La relación con Dios no es menos exigente. Al contrario, mantener una relación con el Señor implica estar continuamente incómodos por nuestras lógicas, sintiendo la invitación a mirar las cosas desde otro punto de vista.

Jesús, en su evangelio, nos invita a permanecer. Probablemente, en esa época, los discípulos también vivían en esa crisis de perseverancia: persecuciones, desencuentros, luchas de poder.

Quedarse se convirtió para ellos también en un desafío. Pero, al final, cuando no nos sentimos ligados a nada, nos damos cuenta de que podemos prescindir de cualquier otra relación, pero no de la del Señor.

GRAPES

La imagen de la vid y los sarmientos es muy eficaz en este sentido porque obviamente el sarmiento no existe sin la vid. Así debemos entender nuestra vida sin las relaciones, sobre todo sin la de Jesús.

La vid también es la imagen de la comunidad. En ella, cada sarmiento puede estar, vivir y recibir vida si permanece ligado (con los demás) a la misma vid que es el Señor.

Cada rama, incluso en su individualidad, comparte la misma savia con todas las otras. La vida espiritual nunca es un hecho que nos concierne solo a nosotros, siempre se comparte.

Hay algunos sarmientos por donde, a veces, no pasa la savia, pero esto no impide que la vid siga viva. No es que la vid no lleve la savia, sino que es él el que ya no quiere acogerla.

La falsedad, la mentira, el egoísmo y la voluntad destructiva, bloquean el paso de la savia. Nos negamos a aceptar la vida de Dios, e inevitablemente nos secamos.

En la historia de la vid las pruebas nunca faltarán. Si se podan los brotes es porque son fructíferos.

La poda es siempre un corte, pero un corte no siempre proviene de una herida; este puede surgir de un momento de cambio, de un momento en el que la vida nos moviliza o nos hace un llamado de atención, un momento en el que caemos en la cuenta de algo que no habíamos visto antes. Las pruebas, que nunca faltan, nos permiten dar más frutos.

Podar, al principio, puede parecer un dolor inútil. Sin embargo, hay que ser pacientes y esperar: en el momento oportuno la vid florecerá. No lo hacemos de inmediato.

La poda es parte de este viaje que hace que la vida vuelva a florecer.

El sarmiento no da fruto por sí mismo, ni siquiera toda la vid. Es necesario confiar en el trabajo del agricultor.

Solo podemos ponernos en las sabias manos del Señor (a veces sin entender el significado de los cortes) porque unidos a Él, tenemos la certeza de que, de una u otra forma, floreceremos.

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