Con la Ascensión se concluye la vida terrena de Jesús; es el paso de la tierra a la gloria de Dios.
Y con la inminente partida definitiva de Jesús al cielo, existe el temor de ¿qué pasará con los discípulos?, ¿quedarán solos y desamparados sin su presencia física entre ellos?
Jesús asciende pero no desaparece. Se queda de una manera definitiva en la vida de la humanidad, dejando una vez más su soplo de vida: el Espíritu Santo.
Cristo sube al Cielo Eterno porque ya nos ha hecho a nosotros, cristos resucitados en Él, con Él y por Él, aquí.
Si no fuera así, Él seguiría estando en este cielo en el mundo, para dar testimonio. Pero ya está el Reino poblado de gente en gracia de Dios.
¡Tenemos a la Virgen!
No hay que temer, pues además de tener el Amor eterno de Dios entre nosotros, tenemos a María. Nos hemos que reunir en oración con ella.
No hace falta saber bien lo que nos dice Jesús que advendrá. Nos basta con abandonarnos como niños pequeños en el regazo de María, Madre nuestra. Nosotros, que somos cristos incipientes...
Texto original de Alfredo Rubio de Castarlenas - "Andadura Pascual, Camino de la Alegría"