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Al eterno debate entre fe y ciencia, María Josefa Molera tuvo que enfrentarse también a otra pugna entre dos modelos de vida que muchos se empeñaban y se empeñan aún en enfrentar, el de ser esposa y madre además de una gran profesional.
Ella consiguió un magnífico equilibrio en su vida. A fuerza de mucho sacrificio, trabajo y determinación, demostró que se podía ser una sincera católica y abordar el mundo de la ciencia con la misma devoción que creía en Dios. Y con gran personalidad, consiguió también dedicarse a su familia sin por ello dejar de ser una de las científicas más importantes de la historia de España.
María Josefa Molera había nacido el 23 de enero de 1921 en la localidad navarra de Isaba. Era hija de un militar del Cuerpo de Carabineros, Julio Molera, y su esposa, Onofra Mayo.
Siendo aún una niña, la familia se trasladó a vivir a San Sebastián donde ella y su hermano pequeño recibirían una buena educación. María Josefa estudió en el Colegio Francés y más tarde en el Instituto de Peñaflorida donde conocería al que sería su marido. Pero aún tendría que pasar muchas vicisitudes antes de convertirse en una mujer casada.
Cuando estalló la Guerra Civil, la familia Molera se encontraba viviendo en Santander. La contienda supuso un momento dramático en sus vidas cuando Julio fallecía en combate. Terminada la guerra, su madre se llevó a sus hijos a vivir a Madrid, ciudad que se convertiría el lugar de residencia definitiva de los Molera.
Empezar de nuevo no fue fácil, pero María Josefa no quería renunciar a su sueño de continuar estudiando así que se afanó por sacarse un título lo más rápido posible. En tan solo tres años, se licenciaba en Ciencias Químicas, carrera que requería de cinco años para conseguirla. Corría el año 1942 y mientras no conseguía un trabajo acorde a sus estudios, se puso a trabajar como maestra de inglés y francés para ayudar en la economía familiar.
Durante sus años de estudios universitarios, María volvió a coincidir con el que pronto se convertiría en su marido. Joaquín Hernáez Marí también era un apasionado de la ciencia que llegaría a ser doctor en Ciencias Químicas, catedrático de Metalurgia Física además de profesor de investigación del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) entre otros logros profesionales y académicos. La pareja se casó en 1957. Tuvieron tres hijos y un largo y feliz matrimonio de más de cinco décadas.
Para entonces, María Josefa Molera ya se había doctorado y estaba colaborando también con el CSIC. Un camino que no fue fácil pues recibió el rechazo de algunos catedráticos y científicos que no querían apoyarla. En la década de 1950 tuvo el honor de trabajar en Inglaterra bajo la dirección de dos científicos que se verían reconocidos con el Premio Nobel de Química. De vuelta a casa, junto a otras mujeres científicas construyó uno de los primeros cromatógrafos de gases construido en España.
María Josefa continuó trabajando como científica y asumiendo responsabilidades como la presidencia de la Sociedad Española de Cromatografía y Técnicas Afines y recibiendo un sinfín de reconocimientos como el Premio Alfonso X El Sabio del CSIC en 1966. En 1968 asumió el cargo de investigadora científica del CSIC y no dejó de trabajar y de dar clases de ciencias hasta que se jubiló. En todos esos años, no se olvidó de su familia y siempre que pudo estuvo junto a su marido y sus hijos.
Alejada de la vida científica, los últimos años de su vida se dedicó a los suyos, a pintar y a realizar un libro de recetas de cocina. Fallecía en Madrid en 2011.