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Salvador Valera Parra -el Cura Valera, como popularmente se le conoce- nació en la villa de Huércal-Overa (Almería, España) el 27 de febrero de 1816.
Su historia es muy similar a la de tantos curas rurales que forjaron la fe de pequeñas poblaciones dejando la vida por sus fieles.
Desde muy niño se sintió llamado a ser religioso. Sus padres, labradores muy modestos, hicieron muchísimos sacrificios para que Salvador recibiera la formación digna de un sacerdote de la época.
A la edad de 24 años es ordenado sacerdote, el 4 de abril de 1840. Unos seis días después celebra su primera misa, un viernes de primavera, en el convento de las monjas Capuchinas.
Ese lugar había sido testigo de los desvelos, sacrificios y entrega del joven Salvador durante su tiempo de preparación para el orden.
Días después de su primera misa llega a su pueblo, a Huércal-Overa.
No ha llegado a cumplir los 33 años cuando le piden hacerse cargo del curato de la Parroquia de San Lázaro en Murcia.
Allí lleva una vida sencilla y llena de amor por el Evangelio. Se despide en mayo de 1851, y en ese mismo año, regresa a su pueblo como párroco durante trece años.
Luego, a pedido del obispo, en 1864, se encarga de la parroquia de Cartagena, la más grande de la diócesis en esa época.
El año siguiente a este encargo, la ciudad mediterránea sufre una epidemia de cólera y la entrega del Cura Valera es total.
Lleva ayuda y esperanza a todos: no hay un moribundo que no reciba sus cuidados y atención.
A finales de 1868 regresa definitivamente a su amado pueblo de Huércal-Overa. Es un día grande, las campanas de la iglesia repican de alegría.
El pueblo entero sale al encuentro de la humilde carreta en la cual vuelve su cura ya un poco más viejo y con una ligera cojera en la pierna derecha, que disimula apoyándose discretamente en un bastón. Lleva casi treinta años siendo el cura de todos.
Hasta su muerte no volvió a salir de Huércal, que se convierte así en el escenario de sus andanzas espirituales.
Su habitual humildad y envidiables dones de santidad, repartiendo a manos llenas la caridad, apaciguando rencores y consolando al desvalido, se acrecentaron aún mucho más.
Y su figura se hizo tan respetable y querida, que su fama transcendió mucho más allá de lo que él modestamente deseaba.
En Huércal todo el mundo conoce la vida y aventuras del que fue su párroco venerable.
Distintos sucesos siempre permanecerán en la memoria colectiva, como la vez en que el templo se incendió y terminó apagándose súbitamente cuando él invocó a la Virgen María.
Su vida, además de hechos portentosos, estuvo rodeada de sencillez. Su profunda vida interior le permitió llegar a los corazones de sus fieles.
Su casa permaneció siempre abierta a los desvalidos y el confesionario estuvo siempre rodeado de gente que veía con claridad en él, la misericordia de Dios.
Solamente gozaba cuando veía a los demás felices o cuando podía remediar cualquier contratiempo o desgracia.
El 15 de marzo de 1889 murió santamente y fue enterrado bajo el presbiterio de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
Cuando en 1954 el obispo de Cartagena inició los primeros pasos del proceso de canonización, innumerables personas depusieron testimonios impresionantes de sus virtudes. Todos coincidieron en la misma apreciación: fue un sacerdote santo.
El 18 de marzo de 2021 el papa Francisco ha firmado el decreto por el que la Iglesia lo declara “venerable” porque ha vivido de forma heroica las virtudes cristianas propias de su vocación sacerdotal.
Para siempre el cura Valera será modelo de sacerdote diocesano, de pastor bueno y humilde de su pueblo.
Si quieres pedir la intercesión del Cura Valera por alguna necesidad, aquí tienes la oración oficial para la devoción privada propuesta por la asociación que impulsa su canonización:
Señor, Luz de tu pueblo y Pastor de los hombres,
que llamaste a tu siervo, Salvador Valera Parra
a participar del Sacerdocio Ministerial de tu Hijo Jesucristo,
te rogamos humildemente que,
si esa es tu voluntad,
glorifiques a tu siervo a fin de que,
estimulados con su ejemplo
y ayudados por su intercesión,
podamos guardar integro el don de la fe
y servirte con fidelidad.
Y si es para mayor Gloria de Dios y bien de nuestras almas,
te pedimos por su intercesión,
nos concedas la gracia particular de
(pide la gracia que deseas alcanzar),
por el mismo Jesucristo Nuestro Señor,
Amén.
(Reza un Padre Nuestro, Ave María y Gloria).
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