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Lo que a veces nos parece una culminación, luego se nos revela como un nuevo comienzo. Lo que parece ser el final puede convertirse en una nueva posibilidad de vida y de transformación.
Nuestras preguntas más urgentes suelen ser sobre el futuro. Queremos saber qué va a pasar, cómo va a pasar y conocer los detalles de lo que nos depara la vida.
Guardamos en el corazón un deseo de estar tranquilos, de sentirnos seguros. Pero sabemos que en la vida del que cree la obediencia comienza con la entrega de nuestro tiempo.
Los discípulos también querían saber sobre el futuro. Si Jesús se iba, qué pasaría con ellos, qué pasaría con la vida que tenían entre manos.
Constantemente le preguntaban si lo que estaban viviendo era el Reino de Dios sobre la tierra.
En su pregunta mostraban lo lejos que estaban todavía del Reino del que les había hablado Jesús que no era de este mundo.
No comprendían y seguían atados a proyectos humanos de afirmación y de poder.
Esta es una imagen de las preguntas que también nosotros le hacemos a Jesús, que manifiestan no nuestra entrega del tiempo de nuestra vida a su voluntad, sino un intento de forzarlo a entrar en nuestras expectativas y proyectos.
Después de Pentecostés los discípulos tienen el poder de hablar nuevos idiomas para encontrar nuevas formas de proclamar el Evangelio y de anunciar la vida que Jesús les había dejado.
Dios los fortalece para que puedan manejar todas las seducciones a las que estaban sometidos, beber los venenos contenidos de la lógica y las palabras del mundo sin sufrir daños.
Pero, sobre todo, son llamados a consolar, son llamados a curar las enfermedades de los hombres.
Están llamados a curar los corazones de todo el que está desanimado, como ellos lo estuvieron unos días antes.
En nuestro mundo tan convulsionado, la fiesta de Pentecostés hace que resuene en nuestro interior el estruendo silencioso del Espíritu que nos llama al diálogo, a crear puentes, a llevar la paz.
Jesús nos asegura que sigue actuando junto a nosotros. Él con su Espíritu entra hasta el fondo de nuestra alma y nos consuela. Nos llama a consolar porque Él nos renueva y nos consuela primero.