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¿Sientes tu imperfección? ¡Aprovéchala!

dziewczynka ze smutną miną opiera się na stole
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Luisa Restrepo - publicado el 03/06/21
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Si palpas tus límites, más que lamentarte ¡celébralo! La imperfección y el amor tienen una relación tan estrecha como esperanzadora

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Por mucho que tratemos de mejorarnos a nosotros mismos, de potenciar nuestras habilidades, incluso de defendernos de cualquier posible enfermedad, nos damos cuenta de que siempre somos limitados, imperfectos, necesitados.

Nacemos así, perdidos, incompletos, incapaces de sobrevivir solos.

Lo más probable es que el misterio del amor se escribió también en esta original imperfección.

Sí, pues donde todo ya está en su lugar, donde no hay imperfecciones ni defectos, difícilmente puede haber lugar para el amor.

En un par de personas perfectas, generalmente puede haber competencia o indiferencia, pero difícilmente encontramos el amor.

Imperfección providencial

En la Biblia leemos varias veces que Dios no eligió a un pueblo perfecto, grande y fuerte, sino a una nación pequeña, pobre y despreciada.

A pesar de nuestros reclamos, hoy seguimos encontrándonos frente a una Iglesia imperfecta, que muchas veces atrae nuestra condena, pero esa misma imperfección se convierte en el espacio del amor.

Es por ello que la vana búsqueda de la forma perfecta nos aleja de la plenitud del amor porque nos encierra en el aislamiento del uno, en la ilusión de cuidar únicamente de nuestro ego.

Otras veces -esa vana búsqueda de perfección- nos arrastra a cumplir las expectativas de los demás, nos hace entrar en esas relaciones en las que nos convertimos en la medida del otro sin llegar jamás a la reciprocidad.

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No nos queda más remedio que amar nuestra imperfección, porque solo cuando sentimos una carencia podemos llenarnos.

Amor que se convierte en don

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El verdadero amor es el amor fuera de uno mismo, es el amor que se entrega a los demás y no permanece en el aislamiento ni en la presión de encajar.

El amor verdadero solo puede ser trinitario: es el abrazo entre el Padre y el Hijo entregado a la humanidad.

Es un espacio abierto de relación en el que todo hombre está invitado a habitar. Es una comunión que no termina en reciprocidad, sino que se convierte en don para los demás. Abrazo, espacio, comunión: eso es el Espíritu Santo.

Creer en la Trinidad significa saber que en la raíz de todo lo que existe hay movimiento, hay un proceso de vida y de amor.

Con esta certeza los cristianos tratamos de vivir nuestra realidad personal y social buscando siempre la transformación y la vida.

“Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor”.

Espacio para el amor

La promesa presente en el Evangelio, de principio a fin, es el deseo de Dios de llenar con su presencia esta carencia que vive en nosotros, este espacio imperfecto para el amor del que tenemos necesidad.

El Evangelio de Mateo se abre con el nombre de Emmanuel, Dios que está con nosotros, y se cierra con la promesa de Jesús: "yo estaré vosotros siempre, hasta el fin del mundo".

Es el abrazo de Dios que mantiene unida toda nuestra vida. Donde existe la presunción de perfección, por lo tanto, no puede haber lugar para Dios, porque nuestro ego ya ocupa la totalidad de nuestro mundo.

En nuestra imperfección el amor encuentra su lugar, la Trinidad habita en nosotros como el Padre que ama, como el Hijo que se entrega y como el Espíritu que da fuerza y vida.

Reconozcamos pues nuestra limitación y presentémosla al Señor, para que sea Él quien la llene y la realce con su gracia.

Aquí tienes varias oraciones para pedirle a Dios su misericordia:

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