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Historias de matrimonios: ¿Vacaciones juntos o separados?

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En los últimos años, no es infrecuente al hablar con matrimonios que te cuenten sus vacaciones estableciendo tiempo para los amigos y tiempo para la familia

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El ritmo de vida que llevamos, las obligaciones familiares y profesionales, el estrés diario y éste último año los efectos de la pandemia, hacen que uno se plantee o al menos se ilusione, con unas vacaciones de ensueño.

Si a eso le unimos las ganas que todos tenemos de descanso y por qué no de diversión, pues hace que en muchos hogares, a estas alturas, ya haya turnos de vacaciones: con y sin familia; mejor dicho, vacaciones familiares y vacaciones individuales con amigos.

A veces, los recién casados pueden tener  cierto apego a su grupo de amigos y pretenden seguir haciendo vida de solteros, estando casados.

Otras veces, puede ocurrir que por circunstancias se organice un viaje puntual (para celebrar algún aniversario o situación concreta); y el grupo de amigos se reúna para pasar unos días juntos rememorando viejos tiempos.

Pero otras veces y ésta es una tendencia que vamos viendo cada vez más a menudo, puede ocurrir, que para salir de la rutina de familia, uno se organice unas vacaciones en paralelo a las familiares. Y se da por sentado que es lo normal, descubriendo una realidad exenta de compromisos y de obligaciones que haga anhelar esa circunstancia. Y se ve como una carga cualquier compromiso que conlleve el sacar adelante a una familia.

Aquí no vamos a entrar a debatir si es conveniente  o no este reparto de vacaciones. Lo importante es que cada uno, en su relación, dialogando con su cónyuge, decida qué es lo mejor y más acertado para su realidad concreta.

Ya lo dice el papa Francisco en Amoris Laetitia en el punto 33.

¿Por qué lo decimos? Porque muchas veces este tipo de realidades, a menudo han sido consensuadas, ni siquiera planteadas en el matrimonio, sino directamente ejecutadas. O a veces en ese reparto de vacaciones no existe un criterio equilibrado, entre las partes, basada en la confianza y en el diálogo, en el querer lo mejor para el otro...

Puede ocurrir que la balanza de esa relación se incline hacia uno de los dos lados, generando sentimientos de soledad, de tristeza o de vacío en una de las partes. Y esto poco a poco va horadando la relación.

Si a esto le sumamos que esta situación puede darse de una manera continuada en el tiempo, sin posibilidad de discusión. Puede ser porque era una premisa con la que partíamos antes de la boda; puede ser porque a pesar de estar en desacuerdo, una de las partes tiene una comunicación inhibida o la autoestima baja y no sabe manejar conflictos.

O bien porque existe una relación de dependencia (ya sea económica o emocional); e incluso, porque directamente se prefiere que la otra parte esté fuera, y así tener un espacio de tranquilidad personal, sin entrar a complicarnos la vida por el otro...

Aquí ya nos encontramos ante una verdadera crisis matrimonial. Y su fundamento radica no sólo en una falta de comunicación o una comunicación deteriorada; sino en muchas ocasiones, en una ausencia de compromiso, generando una gran desconfianza en la relación que nos impide ver más allá de lo que tenemos entre manos.

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El Papa Francisco ya habla de esa necesidad de confianza en AL 115.

La naturaleza del ser humano radica en amar y en ser amado y como decía San Ignacio de Loyola, “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”, por eso no es infrecuente en las familias ver cómo  las personas que las componen, intentan preocuparse más por los demás y no solo atender a sus propios intereses. 

Cada familia, cada matrimonio tiene sus propias reglas de juego. Lo que para unos es descanso, para otros es incomodidad. 

El matrimonio es un compromiso voluntario donde cada esposo pone al servicio del otro sus dones y éste los acoge para unirse en esa complementariedad mágica. Para ello es esencial poder establecer nuestras reglas de juego; sabiendo qué es lo que más nos conviene en cada momento, sin dejarse llevar por modas o apetencias personales. En definitiva, poder experimentar la verdadera entrega y acogida en el matrimonio, buscando el bien de la otra persona.

Hagamos de las vacaciones un tiempo de descanso, pero de descanso reparador. Para recuperar las fuerzas que necesitamos para sacar adelante el Proyecto más importante de nuestra vida: nuestro matrimonio, nuestra familia.

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