Concha Espina es uno de los nombres propios de las letras hispanas. Escritora prolija, aplaudida por la crítica y admirada por lectores y escritores de renombre, esta autora santanderina pudo vivir de su obra gracias a su talento y su capacidad de trabajo. Sintió siempre la protección de la Virgen a la que dedicaría algunos de sus textos y cuidó de sus hijos con devoción.
Todo lo hizo con gran cariño y muchos fueron los premios y reconocimientos públicos que recibió. Pero ni la Academia de la Lengua Española le otorgó nunca un sillón, ni el jurado del Nobel de Literatura la eligieron en las distintas ocasiones en las que se presentó su candidatura. Con todo, las muchas ediciones en infinidad de idiomas de sus novelas han convertido a esta autora española en escritora universal.
Sus orígenes podían preconizar una vida regalada pero el destino quiso que Concha Espina tuviera que superar mil y una vicisitudes. Nació el 15 de abril de 1869 en Santander, en el seno de una familia acomodada. Ella fue la séptima de los diez hijos de Víctor Espina, administrador de minas, y Ascensión Tagle. Su madre transmitiría a su hija los valores conservadores y católicos en los que se sustentaba la familia.
Concha tuvo una infancia feliz y tranquila. Ya entonces empezaba a encontrar placer en la escritura, afición que fomentaría su propia madre. Pero cuando tenía trece años, vio como la vida regalada en la que había crecido se desmoronaba con la quiebra del negocio de su padre.
Los Espina se trasladaron entonces a vivir con su abuela materna a la localidad cántabra de Mazcuerras. En aquella época, Concha ya había publicado un poema en El Atlántico; lo hizo bajo el pseudónimo Ana Coe Schnip. Azul era un poema dedicado a la Virgen, a quien siempre dedicaría sus oraciones y en quien se apoyaría en los momentos más difíciles de su vida. Un inicio que a buen seguro alegró sinceramente a Concha y a su madre, quien la ayudaba a rimar en sus primeros pasos en el mundo de la literatura. Pero pronto sufrió un nuevo revés. Esta vez muy difícil de superar. En 1891 fallecía su madre Ascensión.
Dos años después, cuando ya era una joven de veinticuatro años, Concha se casaba con Ramón de la Serna, un rico hombre de negocios con el que tendría cinco hijos, uno de los cuales no sobreviviría a la infancia. De nuevo la desgracia llamaría a su puerta cuando el matrimonio recién casado se trasladó a Chile donde Ramón tenía sus principales negocios. Tras un largo y agotador viaje por mar, se encontraron con una empresa totalmente quebrada.
La pareja aún permaneció varios años en Chile, donde nacieron sus dos primeros hijos. Concha acudía con frecuencia a la iglesia donde un día le ofrecieron un ejemplar de una publicación titulada El Porteño. El sacerdote de la iglesia era su responsable y Concha se dirigió humildemente a él con unos cuantos poemas suyos para ver si podía colaborar en dicha publicación. El sacerdote la animó entonces a contactar con otros periódicos de más tirada y así lo hizo. Al poco tiempo, ya estaba compaginando su vida como madre de dos niños pequeños y su faceta como escritora en periódicos chilenos.
En 1898, la familia regresaba a España. Para entonces, Concha ya estaba escribiendo la que sería su primera novela. La niña de Luzmela fue un éxito e impulsó su carrera como escritora profesional. Por desgracia, también despertó los celos de su marido quien, al parecer, no encajó muy bien que su esposa se hiciera famosa. En 1909, el matrimonio se separaba de mutuo acuerdo y Concha se hacía cargo de los cuatro hijos que ya había tenido. Desde entonces, y durante años, Concha Espina se convirtió en una respetada intelectual del Madrid de principios de siglo. En su casa organizó un conocido salón literario en el que acudieron grandes personalidades de las letras del momento.
Tal fue su éxito literario que Concha Espina fue propuesta en varias ocasiones para el Premio Nobel de Literatura aunque nunca llegó a conseguirlo. Tampoco la Real Academia Española le otorgó uno de sus sillones. Sin embargo, continuó cosechado éxitos que le permitieron vivir de su obra, algo poco usual en una mujer de su tiempo, y recibió un gran número de premios y reconocimientos, entre ellos, el premio Nacional de Literatura, la Medalla de Arte y Literatura de la Hispanic Society de Nueva York o la Banda de Damas Nobles de la Reina María Luisa.
Hasta prácticamente el último día de su vida, Concha Espina no dejó de escribir. Su vista se fue deteriorando pero ella no quiso nunca renunciar a la que fuera su gran pasión. A lo largo de su carrera como escritora, Concha Espina escribió novelas, cuentos, relatos cortos, artículos periodísticos y poemas. De su poemario Mis flores, extraemos este hermoso poema titulado A la Virgen de mi altar:
Imagen de dulcísima belleza que habitas de mi altar entre las flores, vuelta á los cielos la gentil cabeza como para implorar de su grandeza remedio á mis dolores. Cuando era yo dichosa todavía te consagré mi dicha y mis cantaresy también te buscaba y te quería¡hoy que sufro y que lloro, Madre mía, calma tú mis pesares! ¡Oh Virgen de pureza inmaculada, la del manto azulado como el cielo, rayo de luz que alumbras mi jornada, del alma que te busca contristada suavísimo consuelo! No sé si en el camino de la vida habrá dolor cual mi dolor profundo; llorando de mi madre la partida, sólo sé que en mi alma hay una herida que no la cura el mundo.