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Las dos maneras como nos llega la sanación

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 02/07/21
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¿Cuál es la enfermedad que no desaparece de mi cuerpo y de mi alma? ¿Dónde siento que estoy enfermo y débil?

A veces creo haberlo intentado todo. Ha disminuido el dolor. He buscado ayuda en lo humano.

Hoy hay tantas enfermedades del corazón, del alma, de la cabeza. Tanta incapacidad para enfrentar la vida y buscar soluciones.

Cuánta debilidad para amar de forma madura y profunda. Tanta fragilidad para digerir y trabajar las emociones que vivo en el alma.

Busco primero ayudas en lo humano, soluciones con tratamientos. Hay muchas cosas que pueden encontrar respuesta y caminos a seguir en lo humano, de forma natural.

Pero luego hay otra curación que depende de mi fe, de mi confianza en el poder del amor de Dios.

Necesito tocar el manto de Jesús. Basta con tocar su manto con fe. Creyendo de verdad que Jesús puede hacer posible lo imposible.

Me cuesta esa fe tan auténtica y limpia. Si tuviera esa fe tendría más paz.

A veces tengo que hacer algo extraño para curarme. Algo que no está previsto. Algo que surge en mi vida.

Ir a una junta, participar en una actividad, estar presente en una misa, una confesión, una conversación que puede ser importante.

Quizá donde menos lo espero aparece la solución a mis problemas. Sólo debo tener fe en los caminos que Dios me propone.

El novelista Julien Green describe una asamblea de cristianos con estas penetrantes palabras:

Una fe mustia que no se arriesga, no se expone, no es feliz, no está llena de admiración y asombro.

Así es a veces mi fe. Como la de esas "personas que han ido creciendo en otros aspectos de la vida, pero que han quedado atrofiados interiormente, frustrados en su «desarrollo espiritual». Gentes buenas que siguen cumpliendo con fidelidad admirable sus practicas religiosas, pero que no conocen al Dios vivo que alegra la existencia y desata las fuerzas para vivir".

Esa fe nueva y renovada es la que necesito. Una fe que me ponga en camino y me permita llegar más lejos de lo posible, de lo lógico, de lo prudente.

A Jesús no le pasa desapercibida nuestra tristeza, complejo, sufrimiento,... Ese dolor tan personal y concreto necesita ser sanado con una atención que sólo Jesús puede dar, pues sólo Él conoce nuestra vida y nuestra alma.

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