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La historia artística de Séraphine de Senlis es muy parecida a la de otros genios del arte en algunos aspectos. Como Vincent Van Gogh, no vio reconocido su talento hasta después de su muerte; como Camille Claudel, terminó sus días en un sanatorio. Y como muchos, principalmente mujeres artistas, su obra sigue siendo desconocida para el gran público.
Algunas de sus obras (Galería)
Se llamaba Séraphine Louis. Había nacido en la localidad francesa de Arsy, el 3 de septiembre de 1864. Llegó al mundo en una familia humilde, de padres sencillos a los que vio morir cuando aún era una niña. Sola en el mundo, con apenas ocho años, sobrevivió como pudo, trabajando como pastora. En 1881, las Hermanas de la Providencia de Clermont, la acogieron en su convento en el que trabajó como asistenta durante veinte años. Allí descubrió la vida religiosa y la devoción que aquellas mujeres sentían por la Virgen María, una devoción que se llevaría con ella.
Con el cambio de siglo, Séraphine dejó atrás a sus queridas hermanas y se marchó a Senlis donde empezó a trabajar como limpiadora y criada en todas las casas que podía. Estaba a punto de cumplir los cuarenta y dedicaba largas jornadas al trabajo. Estaba mal alimentada y agotada pero eso no impedía que, una vez regresaba a casa, un pequeño cuartucho alquilado que apenas podía pagar, se transformara en una apasionada pintora.
Con una imagen de la Virgen María como única compañía, Séraphine se arrodillaba en el suelo para pintar sobre las tablas de madera que había podido encontrar, después de preparar sus colores con materiales recogidos de aquí y de allá. Desde la cera de las velas de la iglesia local, hasta pétalos de flores, pasando por la sangre de algún animal de la carnicería del pueblo.
No había dinero para caballetes ni lienzos en blanco; ni paletas de brillantes colores. Pero el genio de Séraphine era más que suficiente para convertir todos aquellos materiales en preciosas pinturas de plantas y flores. Ella misma se reconocía como “la niña de las flores de la Virgen María” y a ella dedicaba sus obras.
Que lo que la impulsara fueran experiencias místicas o delirios mentales, nadie lo sabe, pero que Séraphine se sentía llamada a una misión demandada por los ángeles y la madre de Jesús lo tuvo siempre muy claro.
La historia de Séraphine probablemente hubiera quedado en el más oscuro de los olvidos sino fuera porque en el año 1912 llegó a aquel bonito rincón de Francia un marchante de arte alemán llamado Wilhelm Uhde. Había alquilado una casa en Senlís para refugiarse siempre que lo necesitaba del bullicio de París.
Wilhelm estaba muy interesado en las nuevas corrientes pictóricas conocidas como “naïfs”, a los que él prefería llamar “primitivos modernos” o “pintores del Sagrado Corazón”. El destino quiso que Séraphine estuviera empleada en la casa del nuevo inquilino quien un día, por casualidad, descubrió una de las pequeñas tablas de madera pintadas por su sirvienta. Wilhelm compró sus primeras obras y la animó a seguir pintando.
Pero el idilio artístico entre Wilhelm y Séraphine terminó abruptamente cuando en 1914 estallaba la Primera Guerra Mundial y él tuvo que marcharse a toda prisa a Alemania. En 1927 volvieron a encontrarse y el marchante le prometió que haría todo lo posible por organizar una exposición de sus obras en París. Séraphine empezó entonces a pintar compulsivamente, ahora sí con un caballete, lienzos y ricas pinturas.
La venta de sus obras le permitieron vivir como nunca se habría imaginado. En 1929, una exposición colectiva de distintos pintores naïf organizada en París incluyó algunos de sus cuadros, aunque no era la exposición personal que Wilhelm le había prometido.
La crisis económica de aquellos años empezó a poner en aprietos a Wilhelm quien comunicó a Séraphine que cada vez era más difícil vender sus cuadros y que la exposición prometida debería esperar. Ella no se lo tomó demasiado bien y continuó pintando de manera frenética. En 1932, mientras Wilhelm se fue alejando de la artista a la que había alentado, Séraphine se desesperó. Volvía a estar sola. Se sentía engañada y, poco a poco, su comportamiento se fue haciendo más preocupante. Era solo cuestión de tiempo que terminara siendo internada en un asilo. En 1942, a los setenta y ocho años, tras vivir sus últimos años en el hospital psiquiátrico de Erquery, falleció en unas condiciones deplorables. Fue enterrada en una fosa común.
Tres años después, Wilhelm Uhde cumplía su promesa organizando una exposición de la obra de Séraphine de Senlis. Para ella, era demasiado tarde. Para la historia del arte, era un reconocimiento que fue efímero, pues su figura continúa sin ser demasiado conocida.
En 2008, el director de cine francés Martin Provost estrenó una película sobre Séraphine basada en una de las biografías más completas de la pintora, escrita por Alain Vircondelet. La cinta se llevó siete premios Cesar.