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La sangre real que corría por sus venas no garantizó a la princesa Isabel Fiódorovna Románova una vida regalada.
Testigo, protagonista y víctima de los dramáticos acontecimientos de los últimos años de la Rusia zarista y los primeros de la nueva Rusia revolucionaria, esta nieta de la reina Victoria dejó los lujos y comodidades de palacio para entregarse en cuerpo y alma a pobres y enfermos. Convertida al credo ortodoxo, profunda creyente, pagó muy cara su devoción.
Isabel de Hesse-Darmstadt nació en el bonito escenario del palacio de Darmstadt, en Alemania, el 1 de noviembre de 1864. Allí vivían sus padres, la princesa Alicia del Reino Unido, hija de la reina Victoria, y su marido, Luis IV, gran duque de Hesse y el Rin.
Isabel, llamada cariñosamente Ella, creció rodeada de sus seis hermanos y aprendió de su madre a creer en Dios y amar al prójimo.
Alicia y Luis estudiaron muy bien las posibilidades de casar a sus hijos con algunas de las mejores familias europeas. Ella y su hermana Alix estrecharon vínculos dinásticos con los zares rusos. De hecho fue Isabel la que abrió el camino al prometerse con el gran duque Sergio Aleksándrovich Románov, tío del futuro zar Nicolás II.
Fue durante el noviazgo de Ella y Sergio que Alix conocería al zarevich Nicolás, con quien terminaría casándose, y convirtiéndose en la última zarina de Rusia.
El 15 de junio de 1884 el Palacio de Invierno de San Petersburgo era el escenario de la boda entre Isabel de Hesse y Sergio Románov. La pareja, que no tuvo hijos, disfrutó los primeros años de matrimonio de una vida regalada en la que Ella siguió volcada también en actos caritativos.
En 1888 la pareja realizó una peregrinación a Tierra Santa como representantes de la Iglesia Ortodoxa. Allí Isabel empezó a profundizar en el credo ortodoxo, lo que la llevó a convertirse en 1891.
A principios de 1905, la terrible masacre del conocido como Domingo Sangriento en la que miles de obreros y campesinos fallecieron a manos del ejército del zar Nicolás II, encendió la mecha revolucionaria que desató un sinfín de actos violentos.
Uno de ellos terminaría con la vida del marido de Ella. Sucedió el 4 de febrero de 1905 cuando el gran duque Sergio fue víctima de un atentado terrorista, que acabó con su vida al instante. Un grupo de revolucionarios lanzó una bomba debajo del carruaje en el que viajaba.
La gran duquesa Isabel quedó consternada al conocer la fatídica noticia que cambió para siempre su vida. Se deshizo de joyas y suntuosos vestidos, abandonó su ostentoso lecho y sus lujosas estancias; para empezar una vida de absoluta austeridad dedicada a los más necesitados.
En 1908, Isabel fundó en Moscú el Convento de Marfo-Mariinski o Convento de Santa Marta y Santa María, en honor a las santas Marta y María de Betania. Consagrada desde entonces a la vida religiosa y convertida en abadesa; ella y las hermanas que se le unieron empezaron una inmensa labor de ayuda a los necesitados.
Los muros del centro religioso se llenaron en muy poco tiempo de huérfanos, pobres y enfermos; a los que la gran duquesa viuda y las otras mujeres de la congregación cuidaron con gran entrega y devoción. Isabel se convirtió en un ejemplo para sus hermanas, abrazando una vida austera y dedicando todas las horas del día a cuidar a todo aquel que llamaba a sus puertas.
En este profundo proceso de conversión, Isabel visitó al asesino de Sergei, que había sido detenido en la misma escena del crimen, y le perdonó.
La obra de Isabel se extendió más allá del Convento de Marfo-Mariinski. Trabajó para fundar escuelas, casas de beneficencia, hospitales y orfanatos allí donde eran más necesarios. Una inmensa labor que le valió el respeto de los ciudadanos que empezaron a conocerla cariñosamente como la "gran madre".
Cuando estalló la Revolución Rusa de 1917, sus familiares alemanes le insistieron que abandonara Rusia antes de que fuera demasiado tarde. Ella se negó en rotundo. No iba a abandonar a quienes más la necesitaban.
Los acontecimientos se precipitaron en la primavera de 1918 cuando Isabel y otros miembros de la familia imperial fueron arrestados y recluidos en Ekaterimburgo. Aún en aquel encierro, Isabel continuó dando consuelo espiritual y asistiendo a todo el que lo necesitaba.
El 17 de julio, su hermana Alejandra, su marido el zar Nicolás II y sus hijos eran ejecutados en la casa Ipatiev. Un día después, Isabel y otros familiares del último zar fueron trasladados a la ciudad de Alapáyevsk.
Allí, tras vendar sus ojos y atar sus manos, los obligaron a adentrarse en una antigua mina caminando por una estrecha pasarela de madera. Fueron cayendo uno por uno a un profundo agujero.
Los lamentos que llegaban desde el frío y negro fondo de la mina fueron ahogados cuando sus ejecutores les lanzaron tablones de madera y bombas de mano que terminaron enterrando los cuerpos agonizantes de la última familia imperial rusa.
Días después, el Ejército Blanco consiguió rescatar parte de los cuerpos. Los restos mortales de Isabel Fiódorovna Románova salieron de Rusia. Fueron enterrados en la Iglesia de Santa María Magdalena de Jerusalén, donde permanecieron durante casi un siglo.
En 1981, fue canonizada como santa y mártir por la Iglesia Ortodoxa. En 2009, parte de sus restos, dos húmeros, regresaron al que había sido su hogar y refugio de los más desamparados, el Convento de Marta y María.
Años después del asesinato de Isabel Fiódorovna Románova, en 1926, las autoridades del nuevo régimen comunista cerraron las puertas del convento fundado por ella. Las monjas que habían sobrevivido a los años de la revolución, tuvieron que dejar el que había sido su hogar.
No sería hasta décadas después, en 1994, que una nueva generación de religiosas regresaría a sus muros.