Un amigo es una persona en quien podemos confiar, alguien con quien podemos compartir y acompañarnos mutuamente. Piensa en alguien que consideres un verdadero amigo y cómo esa persona ha iluminado tu vida, cómo te ha devuelto la esperanza o te ha guiado en una dirección positiva.
Como cristianos, sabemos que la amistad es increíblemente importante. El mismo Jesús al llamarnos amigos: “Ustedes son mis amigos” y “Los llamo mis amigos” (Juan 15, 14-15), ha elevado este tipo de relaciones, nuestras amistades, por encima de todo.
Cuando los amigos buscan compartir el tipo de amistad cristiana que se funda en el amor según el mandamiento más importante de “amarnos unos a otros” y sabiendo que “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15, 12-13), el vínculo se transforma en uno de los tesoros más valiosos.
Viviendo una amistad verdadera en lo más simple de nuestro día podemos encontrar en el otro la presencia de un Dios que nos ama, un sentido profundo y humano de ser hijos y estar unidos en el corazón. La amistad cristiana nos da la certeza de que pase lo que pase, no estaremos solos.
La amistad se convierte en la manera más natural y efectiva de compartir la fe con los demás, porque no se trata simplemente de compartir intereses sino que se trata de ayudarnos a ser la mejor versión que podemos ser, a llenarnos de generosidad y consuelo. Como la fe, la amistad es un don que se da y se va cultivando.
Es Dios quien abre nuestro corazón a la amistad, un terreno propicio para cultivar unos valores de vida que nos permiten acercarnos más fácilmente a la experiencia de la fe. Las razones son muchas, pero aquí compartimos algunas.
No siempre geográficamente está cerca, pero sabemos que aun así un amigo está a nuestro lado, del mismo modo en que nosotros estamos allí para nuestro amigo donde quiera que se encuentre, en la misma ciudad o al otro lado del continente. Siempre estamos juntos y podemos encontrarnos de maneras creativas y sorprendentes el uno con el otro.
Una genialidad de los verdaderos amigos es que pueden crecer por separado sin separarse. La amistad nos permite vivir en comunión con los demás, para alegrarnos juntos en los momentos felices y especialmente atravesar los más tristes. Son los amigos en los momentos duros un reflejo del cariño de Dios, de su consuelo y de su presencia amable.
Lo que dice un amigo es algo sagrado, aunque no estemos siempre de acuerdo. Podemos disentir o no verlo exactamente igual, pero sabemos que lo que nos dice es algo para tener en cuenta. Cuando sabemos que una opinión proviene de un buen amigo, la vamos a recibir con apertura y amabilidad aun cuando no nos guste escucharla.
Eso no significa aceptar o hacer todo lo que uno amigo dice, pero sí permite recibir una perspectiva nueva en un momento dado. Nos facilita una mirada diferente sobre una cosa, una persona o una situación que puede ayudarnos. El amigo puede ser esa voz de alarma que nos pone en aviso cuando algo va mal o una palabra de aliento cuando necesitamos avanzar.
Ese amigo es alguien que nos conoce mucho y generosamente nos ama a pesar de nuestros defectos. El llamado cristiano al amor generoso nos impulsa a dar no de mala gana o por la fuerza, sino con alegría, a aceptarnos y a perdonarnos unos a otros cuando hemos hecho daño o es nuestro amigo quien ha pecado contra nosotros.
Sea a través de bienes materiales o espirituales, los amigos nos dan y se dan ellos mismos de manera desinteresada a través de un pensamiento amoroso, un acto de misericordia, una ayuda económica, acompañándonos para hacer un trámite, visitar a un médico, entregar un trabajo o sencillamente darnos un oído atento para escuchar nuestras penas.
Con los amigos se puede abrir la mente y el corazón con más facilidad, hablar para decir lo que uno piensa sin sentirse juzgado y tener la certeza de que se le puede preguntar todo en un refugio seguro. El amigo de verdad nunca responderá para quedar bien, sino que lo que tendremos de él será una respuesta genuina y sincera.
Los amigos con frecuencia permiten que podamos abrirnos a temas que realmente nos importan y que van más allá del clima o el partido del fin de semana. Los amigos nos pueden ayudar a alcanzar lugares escondidos y responder a preguntas profundas, existenciales, aquellas que tenemos en el corazón.
Los amigos cristianos buscan el bien y siempre tienen en sus oraciones a quienes aman. Rezan los unos por los otros y, como creyentes, al hacer estas oraciones se convierten en instrumentos del amor de Dios mientras crecen juntos en Cristo y son testigos de las bendiciones que reciben como fruto de su amistad.
Los amigos son compañeros de vida y se preocupan con buenos deseos, con una sana curiosidad de saber cómo le va al otro, cómo está su familia y todo lo que ocurre en su entorno. Los amigos hacen florecer nuestras almas. Son personas buenas que nos ayudan a creer que es posible un mundo mejor y que vale la pena seguir adelante. Eso es un milagro.