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Campamentos de verano, cursos de teatro, de judo o de tenis, talleres de magia o de jardinería, clases de canto o de inglés, ¡ya no sabemos qué inventar para mantener ocupados a nuestros hijos durante los fines de semana o las vacaciones!
Por miedo a que se aburran, a que holgazaneen, a que no aprendan alguna cosa a cualquier precio, nos esforzamos en inscribir a los niños de todas las edades en todo tipo de actividades.
Y, para ello, dedicamos incontables horas a encontrar buenas ubicaciones, a gestionar las inscripciones, a organizar las llevadas y recogidas, a combinar los billetes de transporte público… por no hablar del dinero invertido.
“El aburrimiento se asocia rápidamente a la idea de no hacer nada. Y, para el adulto, eso implica a menudo que el niño está perdiendo el tiempo”, explica Pascaline Poupinel.
De modo que es también una fuente de angustia o de irritación cuando el niño te pregunta mientras vagabundea por la casa: “¿Qué puedo hacer? ¡No sé qué hacer!” o acribilla cada cinco minutos con “¿Puedo usar tu iPad? ¿Puedo invitar a un amigo?”.
Podríamos pensar que ya no saben entretenerse de otra manera. Y eso quizás nos da miedo.
Los padres se creen obligados a entretener a sus vástagos constantemente. “Sin embargo, no es obligatorio estar constantemente haciendo cosas”, continúa la psicóloga.
Y lo cierto es que conviene tomar muy en serio esta recomendación porque, según varios especialistas como ella, la organización de los ritmos que los padres establecen alrededor del niño o niña contribuye a su constitución y a su equilibrio psíquico, aunque no se den cuenta de ello.
Y la capacidad para soportar el aburrimiento es incluso un indicio imprescindible de buena salud mental.
La sociedad moderna nos anima y nos influye para entretener a nuestros hijos, subraya la psicoterapeuta y psicoanalista Etty Buzyn en su libro Papá, mamá, ¡dejadme tiempo para mí! (De Vecchi Ediciones).
Esta sociedad consumista está motivada por la idea del “siempre más”. Con su competitividad, nos empuja a armar a nuestros hijos, a hacerlos más eficientes, más combativos, para afrontar los exámenes, los estudios superiores, las dificultades profesionales…
La sociedad digital y conectada constantemente incita a niños y a padres a pasar del ordenador al móvil, de la televisión a las tablets y vuelta a empezar.
Toma por ejemplo los viajes largos. Hoy en día, ningún niño se aburre en el coche o en el tren.
“En nuestra época, estos trayectos eran la oportunidad de soñar mirando por la ventana, de contar el número de coches de un color, de hablar o de discutir en familia, de inventar juegos, de cantar, de dejar pasar el tiempo”, cuenta con un toque nostálgico Pascaline Poupinel.
En la actualidad, antes incluso de montarse en el coche, proponemos fácilmente a los niños una película o un juego en la tablet. Y, de paso, hay que admitirlo, compramos nuestra tranquilidad…
De ahí la necesidad de establecer límites porque, durante el tiempo que pasan ante las pantallas, los niños no piensan en otra cosa, no piensan en lo que podrían estar haciendo.
Pero ¿por qué es tan importante dejar este espacio al vacío, a esta desocupación? Pascaline Poupinel destaca 3 virtudes esenciales:
1La capacidad para estar solo
Es necesario que el niño aprenda a estar solo porque es una necesidad saber experimentar la espera, la frustración o la carencia que será colmada por la satisfacción del deseo.
“El niño que reclama el pecho de su madre es la primera constitución psíquica de un ser humano”.
La capacidad de estar solo es también la capacidad de decir “yo”, de reconocer que existimos y de encontrar recursos para estar bien con nosotros mismos.
Saber permanecer solo es también tener confianza en uno mismo. En definitiva, ser capaz de jugar solo o de dormir serenamente sin nadie es una muestra de seguridad interna y afectiva.
2La capacidad para fantasear
El niño solamente puede soñar cuando no está haciendo nada. Y soñar es imaginar, crear, desear, proyectarse, experimentar…
Es un momento precioso y necesario durante el cual deja volar su mente y nacer sus ideas, un tiempo en el que marcha al descubrimiento de sus aspiraciones más personales.
También es un momento de relajación después de todos los esfuerzos que les exigimos en la escuela o en sus diferentes actividades.
“Somos del mismo material con que se tejen los sueños”, escribió William Shakespeare.
Pero cuidado, dejar soñar no significa “abandonar al niño a su suerte sin reglas ni límites”, precisa la psicoterapeuta y psicoanalista Etty Buzyn. “Ese niño no tendría ninguna oportunidad de construirse ni de socializarse”.
Me parece necesario restaurar la posición del niño soñador. ¿No es la creatividad de estos futuros adultos que han tenido tiempo para soñar lo que necesita nuestra sociedad?
3La capacidad para hacer nacer nuestros deseos, motivaciones y placeres
Es importante permitir un espacio vacío a tus hijos en el que puedan desarrollar su creatividad, sus deseos, sus motivaciones y sus placeres.
Esta espera forma parte del tiempo, porque esperar es constatar la ausencia del objeto y así hacer emerger el deseo. Y es la satisfacción de este deseo lo que da placer y permite que el niño florezca.
La pediatra y psicoanalista francesa Francoise Dolto dijo: “Las cosas fáciles colman la necesidad pero no el deseo”.
Así que cuando tu pequeño bostece en la mesa o tu adolescente se apoltrone en el sofá, no refunfuñes, alégrate y piensa: “¡Qué maravilla, se está aburriendo!”.