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Aquel hombre, cuarentón y exitoso profesionista, necesitó contratar los servicios de una asistente personal.
Había entrevistado a algunas candidatas con su usual exigencia profesional, cuando se presentó una atractiva y encantadora joven, por cuya contratación se decidió, sin siquiera pedirle el requisito de una carta de recomendación.
Hasta entonces había sido capaz de vivir un amor verdadero por el que siempre había tenido la valentía de huir de las tentaciones. Más ahora, olvidándose de la vulnerabilidad de su condición humana, se dijo para sus adentros: “A mi edad, que tanto puede ser tantito”
Había aceptado dialogar con la concupiscencia, que es lo mismo que jugar con fuego.
No pasó mucho tiempo, antes de que cayera en las redes de la belleza y frescura juvenil de su servicial asistente, quien lo hizo sentirse nuevamente joven y conquistador, solo para conquistarlo y exigir el precio.
Había caído en la estafa del “arte de amar”, de quien utilizando la fuerza de atracción que la sexualidad humana contiene, la había convertido en una forma de poder, con habilidad para seducir y engañar.
Una forma de cinismo por la que se finge la plenitud humana de la ternura mientras que se ofrece una aventura placentera, sin ningún vínculo ni responsabilidad.
Aquel hombre otrora integro y templado, permitió que su espíritu se sometiera a los bienes que dictan los sentidos corporales. Estos, una vez empoderados, se declararon en plena rebeldía contra su inteligencia y voluntad, que dejaron de oponer resistencia, para terminar, poniéndose al servicio de sus pasiones.
Y, al igual que su amante, comenzó a mentir, para llevar una doble vida en la que se esforzaba por guardar las apariencias, mientras evadía su conciencia.
Mas quien vive mal, termina pensando cómo vive.
Así, totalmente ciego, se arriesgó a dar al traste con todo, adentrándose en una relación que se convirtió en un camino directo a la soledad intima, repleta de manipulación, desconfianza, y temor que desembocó en violencia y chantaje.
Con todo, por su sexualidad desintegrada, seguía siendo la presa, aun consciente de que lo arriesgaba todo.
Como consecuencia, desarrolló un trastorno límite de la personalidad, por el que padecía prolongados estados de emociones turbulentas o inestables; estas lo llevaban a tener acciones impulsivas y caóticas con otras personas, en la vida privada y en la pública, afectándolo profesional y socialmente.
Finalmente, el destino lo alcanzo cuando entró en bancarrota y, por su infidelidad descubierta, su esposa le pidió la separación y lo aparto de sus hijos.
Entonces, su amante lo terminó… y con un eclipse total de personalidad; se convirtió en un ser de mirada huidiza, que se debatía entre un presente vergonzoso y una conciencia maltrecha.
Nuestro hombre volvió a empezar de cero, y, penosamente, ha intentado recuperar a su esposa e hijos, consciente de que nada volvería a ser lo mismo. Pues si bien hay heridas que cierran, lo hacen dejando cicatrices que dolerán toda la vida.
Todo había comenzado por un dialogo con la concupiscencia.
La concupiscencia de la carne, es deseo sexual exacerbado o desordenado, por el que la persona se desintegra, al tomar más fuerza el instinto que la inteligencia y la voluntad.
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