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Conectando con mi hambre más profunda

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 30/07/21
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Hay un hambre honda, profunda, que no soy capaz de calmar, que sólo Dios sacia definitivamente

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Tengo hambre. Con mucha frecuencia no estoy saciado y busco alimento. Busco sucedáneos que calmen el hambre por un tiempo. Pero luego vuelve.

Jesús sabe de mi hambre, conoce cómo soy. Alza los ojos y me mira. Le preocupa mi hambre. Sabe que necesito ser alimentado y sufro en mi indigencia.

Sabe que yo solo no puedo. Hay un hambre honda, profunda, que no soy capaz de calmar.

Tal vez me alejo de Dios y busco en el mundo que me sacie, que me llene y quite esa inquietud mía que no me deja alcanzar las cumbres más altas.

El hambre de Dios está ahí, dentro de mí, latente. Leía el otro día:

¡Cuánta gente hoy vive sin Dios, con hambre dentro! Un hambre espiritual que busca encontrar sentido a todo lo que sienten y viven.

Muchos buscan hoy una fuente oculta en el mundo, desean la presencia misteriosa de una fuerza que mueva el universo y dé sentido a este deambular por la vida.

Muchos ya no creen en la Iglesia. Creen en las energías que están presentes y ahí buscan la paz, la alegría y calmar el hambre.

El camino de Santiago de Compostela nació por el anhelo de tocar en los restos sagrados del apóstol Santiago el amor de Jesús.

Los apóstoles, torpes y limitados, niños enamorados, amaron a Jesús hasta el extremo y estuvieron dispuestos a morir defendiendo su nombre.

Tocar la tumba del apóstol se convirtió durante siglos en un motivo suficiente para comenzar un viaje que podía incluso acabar con sus vidas.

Dejaban la paz de sus casas y se ponían en camino queriendo tocar a Dios en la piel fría de un santo.

En la actualidad ese camino tiene mucha vida y miles de peregrinos llegan a Santiago motivados por razones diferentes.

En muchos casos sienten que en el camino pueden encontrarse con ellos mismos y así calmar un hambre profunda que tiene todo corazón humano.

El hombre no se sacia sólo de pan, sino de un alimento que viene de lo alto.

Hay una necesidad más profunda que a menudo sofoco con preocupaciones y posesiones, queriendo ser feliz a medias.

Sin dar respuesta al grito del alma no es posible una felicidad plena. Ese grito sigue dentro y me pone en camino, a Santiago o a esa meta en la que espero encontrar un sentido trascendente a lo que vivo.

¿Acaso el amor está condenado a no ser eterno? Si mi deseo es amar para siempre ¿no seré capaz de vivirlo?

En el alma hay un deseo de infinito, un anhelo de cielo, un ansia de eternidad que nada puede ahogar, por mucho que lo intente.

Llegarán momentos duros en mi vida en los que me sentiré solo y abandonado y miraré al cielo buscando respuestas, algo de esperanza y alegría.

Intentaré encontrar un camino que le dé sentido a todo lo vivido. Me encontraré conmigo mismo en ese andar esperando un día tocar al apóstol.

Eso es el camino, una búsqueda, un deseo de plenitud, una esperanza que brota solitaria en el corazón humano. Es el hambre más verdadera.

Todo parece quitarle importancia a esa hambre que reconozco en mí. Pero sigue ahí esperando un pan que regale consuelo.

Jesús me mira y quiere darme de comer. Quiere calmar mis miedos y sostener mis preguntas para las que no encuentro respuestas.

El que se pone en camino es un buscador. No importa que no sepa lo que busca, porque ya se está encontrando al andar un pan diario que puede quizás calmarlo para siempre.

Si no me pongo en camino, no me acerco a Aquel que puede tener respuestas para mí. Jesús se lo dijo un día a los que lo seguían:

Y por eso Jesús quiere que me den de comer, que me sacien. Dice el profeta Eliseo: "Dáselos a la gente, que coman". Y Jesús les dice a sus discípulos: "Decid a la gente que se siente en el suelo".

Quiere saciar su hambre de pan para que comprendan que el hambre que subyace en su interior es la que de verdad importa.

Él es el pan que alimenta ese corazón herido y enfermo. Él quiere saciar el hambre que no me deja tranquilo.

Yo vivo inquieto, en búsqueda, en camino. Me hago peregrino porque me falta algo.

No necesita Jesús que peregrine, ni que toque la tumba de un santo. Sólo necesita que me desprenda de todo lo que me encadena a mi tierra, a mis planes y proyectos, a mis seguridades.

Quiere que rompa con lo me quita la libertad para poder caminar ligero de equipaje, en paz por los caminos de la vida, buscando un pan espiritual que dé paz a todas mis ansias y búsquedas.

Ese pan de Jesús es el que necesito. Mi hambre es de Dios, lo tengo claro.

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