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La vacuna económica contra la COVID-19

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César Nebot - publicado el 20/08/21
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¿Será suficiente disponer de los Fondos Europeos para la pandemia para salvar la economía?

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Imagine que una familia ha sufrido un recorte de entrada de renta de aproximadamente un 20%. Tal vez por desempleo, o por enfermedad o simplemente una desgracia que ha hecho que una parte importante de sus ingresos hayan tenido que ser empleados en cubrir esa eventualidad.

Ante esa situación, deben tomar una determinación sobre cómo afrontar los siguientes meses. Tras analizar la salud financiera familiar, se dan cuenta de que a pesar de que pudieran reducir sus gastos van a necesitar pedir prestado.

Pero son conscientes de que, entre el préstamo hipotecario, el que tomaron para adquirir el coche familiar y algún crédito pequeño, su capacidad de endeudamiento está al límite.

Al ir al banco a estudiar su situación, el sistema de evaluación de riesgo crediticio arroja un rating que hace saltar las alarmas. El director del banco muy amablemente les deniega cualquier línea de crédito con un lacónico “No soy yo, es el sistema”.

De vuelta a casa, nueva reunión. Deben apretarse el cinturón porque van a venir mal dadas. El hijo adolescente sin apartar su mirada de su móvil no comprende nada porque en el fondo él sigue haciendo su vida y no está notando ningún cambio material, de momento.

Los pequeños tampoco entienden nada. El hijo mayor, preocupado por la situación y queriendo comprender y ayudar con la situación, pregunta: si no dan crédito y no vamos a tener dinero ni para comer ¿vamos a tener que acudir a beneficencia? ¿y si alguno enferma? ¿tendremos que dejar los estudios para trabajar en algo y colaborar en la economía familiar? ¿podría ser que otros problemas que pudieran tener efectos a corto plazo puedan cambiarnos la vida definitivamente? ¿tendrán conformarse con la situación?

Sin acceso al crédito, ¿alguien podría ayudarles a tener acceso al crédito ante el compromiso de ajustarse el cinturón a lo largo de un horizonte mayor de años? Los padres saben que lo que plantea su hijo mayor es sensato, se miran y tragan saliva. No hallan respuesta.

Tras una semana digiriendo la situación, tienen una buena noticia. Les informan de que existe un programa estatal que facilita créditos a familias. El Estado, al disponer de menores restricciones crediticias que cualquier unidad familiar, puede facilitar el acceso al crédito. Los padres resuelven acogerse al programa y reúnen de nuevo a la familia y comparten su alivio. Van a ser años duros, pero no imposibles. Suspiran.

La semana que aceptan su solicitud, hacen una pequeña cena para celebrar que el futuro parece que no va a ser tan oscuro. Los padres saben que entrará esa cantidad de dinero y que después tendrán que ir devolviendo las cuotas. Y brindando comienzan a pensar en el futuro. Poco a poco se van a animando y van planteando futuros proyectos.

Si las cosas van bien podrían no sólo solventar el terrible bache, sino que además podrían acometer ciertos cambios de la propia vivienda. El padre propone que como hay coches que consumen menos combustible sería bueno cambiar de coche. La madre se anima a proponer que un gimnasio en casa ayudaría a reducir los tiempos y desplazamientos y que tal vez sería una buena inversión también en salud. Los pequeños saltan de alegría ante la animada reunión y al escuchar que tal vez unas tablets podrían sustituir algunos libros de texto para el colegio.

El adolescente emite algo parecido a un deseo que se expande más allá de la pantalla de su dispositivo. Cada uno se va envalentonando con una propuesta más ilusionante, pero no todos participan de esa fiesta. El hermano mayor, se ha ido conteniendo y frunciendo el ceño acaba por estallar. “Y cuando al final no podamos ni pagar el préstamo, ni esos bonitos proyectos ¿de dónde vamos a sacar el dinero? ¿cómo vamos a seguir adelante?”

Todos callan de repente y bajan sus miradas. El silencio congela el ambiente y la realidad se hace más palpable que los mundos que cada cual había imaginado. El hermano mayor, indignado se levanta de la mesa y exclama: “Voy a mi cuarto a estudiar porque los aprobados no se toman prestados”

Con la crisis de la Covid-19, Europa ha reaccionado facilitando líneas de crédito y ayuda a los países por una cuantía desorbitada.

Países, como España, han tenido una caída del PIB récord y para paliar este efecto era importante que las expectativas no fueran dramáticas de forma que los efectos a corto plazo tuvieran efectos negativos irremediables en el largo plazo.

La pandemia ha dejado herida la economía de muchos países que ya se encontraban fuertemente endeudados. Por eso mismo, ante el riesgo crediticio, una medida como la de la Unión Europea no sólo era necesaria, sino que además imprescindible.

Así como el “What ever it takes” de Mario Draghi solucionó la crisis del euro porque restablecía las expectativas y la confianza en el euro, la versión “What ever it cost” frente a la pandemia ayuda a restablecer las expectativas de las economías y de esa manera ayudar a que las heridas no devengan en permanentes en el largo plazo.

Cuando se aprobaron los expedientes remitidos a la UE para el reparto de fondos europeos para paliar los efectos de la pandemia muchos respiraron aliviados. Pero la clase política, muy dada a apuntarse tantos y dar bombo a las buenas noticias, ha ido celebrando la fiesta del alivio para caer en el olvido de la realidad y auparse en relatos de proyectos de transformación de la casa de todos. No son pocos los grupos de interés que acaban mirando de reojo el pastel con el cortoplacismo de la clase política.

Pero en medio de la fiesta, todavía estamos a tiempo de que el hermano mayor salga a protestar con la realidad por delante. El problema mayor es que a diferencia de la sensatez del hermano mayor, quienes deben poner cabeza a todo esto, en lugar de ejercer en responsabilidad acaban por creer que los aprobados también se toman prestados porque en el fondo si suspende, suspenden todo el país y siempre habrá familias a las que echar la culpa de este desatino.

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