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Nuestra naturaleza, en parte, se define por las relaciones que establecemos con los demás. No podemos lograr ciertos grados de bienestar sin relaciones sociales.
Hoy en día, el desarrollo de la tecnología nos hace posible que podamos interaccionar con muchas más personas que antes. Sin embargo, esto no es suficiente para suplir el bien que nos hace vivir dentro de una compañía de amigos.
En la vida cotidiana, todos tenemos problemas, grandes o pequeños. Pero, la cercanía de una compañía nos ayuda a ver lo bueno que acontece en la vida del otro y pensar que eso también es posible para nosotros. También nos hace darnos cuenta de que no solo en nuestro hogar hay algo para corregir: nadie es perfecto, pero siempre se puede hacer frente a los problemas que surgen.
Cristo no nos ha salvado para complicarnos la vida, sino para ayudarnos a vivir, siendo él mismo nuestro compañero. Con Su compañía, todo se intuye como posible. Jesús mismo, en los últimos años de su vida terrenal, vivió en una compañía humana, la de los apóstoles. Al ver a alguno de nuestros amigos que realmente sigue a Cristo en cada instante de su vida, nosotros también nos sentimos animados a movilizarnos y buscar en todo Su presencia.
Existen muchas formas de soledad. Algunas personas tienen amigos, familia, pero se sienten fuera de su entorno. Hay otras que llegan a una situación de soledad por las circunstancias de la vida. Estas personas, se encuentran lejanas de un círculo de gente con el cual se hace posible compartir las circunstancias de la vida. Aunque en realidad, lo único que podría eliminar nuestra soledad sería tomar conciencia de Él y establecer un diálogo continuo con Su presencia.
La compañía es maravillosa. Cuando vemos de cerca como alguien mira la vida en relación con Él y se enfrenta a ella, nos damos cuenta de que nosotros también podemos vivir así, con esa mirada. Además, viviendo en una sociedad que ha dejado de ser cristiana, corremos el riesgo de ser arrastrados por la corriente y perdernos la belleza del Cristianismo.
Hoy en día es casi imposible seguir a Jesús a solas: necesitamos permanecer en una "compañía guiada al destino, que es Cristo", como decía Mons. Giussani. Una compañía es como el claustro de un monasterio, que tiene una parte que goza de la luz solar y otra que está en la sombra. Quienes en un dado momento estamos en la sombra necesitamos levantar la mirada y seguir a la luz para no vivir de forma pasiva. En otro momento, sin casi darnos cuenta, la luz de Dios nos iluminará y otros podrán gozar de ella a través de nosotros: seremos un instrumento en las manos de Jesús para que nuestros amigos no dejen de permanecer en Él.
"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". (Mt 18:20). Cuando vivimos en una compañía cristiana, Cristo actúa en ella y el resultado, es decir las obras que surgen de ella, es mayor de lo que se podría obtener sumando las capacidades de cada uno de los que conformamos la compañía misma. Cristo hace que nuestros esfuerzos den más fruto.
La compañía que va hasta el fondo de la realidad intercepta nuestro corazón y nos hace crecer en nuestra relación personal con Cristo.
Si no participas todavía de ningún grupo o comunidad cristiana, te animo a buscar una compañía que haga que Su presencia forme parte de cada una de las circunstancias de tu vida.