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En el siglo XVI, Europa se vio sumida en una de las crisis religiosas más profundas de su historia. La aparición de la reforma luterana provocó un cisma en el seno de la Iglesia Católica que tuvo como respuesta una profunda Contrarreforma materializada en el Concilio de Trento celebrado entre los años 1545 y 1563.
De las muchas disposiciones aprobadas, se definió una nueva manera de abrazar la vida religiosa para las mujeres basada en la voluntariedad de la misma. Ninguna mujer podía tomar los votos forzada por nadie. La que lo hacía, debía aceptar que la clausura iba a ser una de las principales bases de la vida conventual femenina.
Sin embargo, hubo muchas religiosas que veían la necesidad de salir de las rejas del convento para ayudar a quienes sufrían cerca de ellas, por lo que no fueron pocas las que pidieron poder continuar con labores asistenciales. Ese fue el origen de una de las muchas órdenes creadas por mujeres valientes que quisieron llevar el ejemplo de Jesús hasta las últimas consecuencias.
Regina Protmann nació en aquel convulso siglo de guerras entre imperios y estados en las que los cristianos de la Vieja Europa se enfrentaron entre sí. El año que llegó al mundo, 1552, su ciudad natal, de Braunsberg-Ermland era uno de los principales focos de la actual Polonia que se levantaron a favor de la reforma de Lutero. La familia de Regina, sin embargo, se mantuvo fiel a los dictados de Roma y así lo transmitió a sus hijos e hijas.
Hija de una familia católica burguesa, Regina creció rodeada de cariño y no le faltó nunca de nada. Además de recibir una buena educación, sus padres se esmeraron en transmitir a sus hijos las vidas de los santos. De las muchas historias que Regina escuchó durante las largas veladas en las que su padre les leían historias de hombres y mujeres santificados por la Iglesia, quedó impresionada por la biografía de Santa Catalina de Alejandría. Un ejemplo de vida que marcó para siempre su destino.
Cuando Regina tenía diecinueve años, dejó atrás la vida acomodada en la que había nacido y crecido. A pesar del rechazo inicial de su familia, que vio como su hija desestimaba una importante proposición de matrimonio, finalmente aceptaron que Regina quisiera abrazar la vida religiosa.
Junto a otras jóvenes, se instalaron en un edificio medio en ruinas y empezaron una vida basada en la austeridad y la oración. Pero la vida contemplativa no iba a ser el único objetivo para esas mujeres que veían la necesidad de salir al mundo y ayudar a los más necesitados.
En 1571 fundó la Congregación de las Hermanas de Santa Catalina de Alejandría, forjando una comunidad alejada de la estricta clausura y volcada en la oración y la vida contemplativa pero también en la asistencia a pobres y enfermos así como la educación, principalmente de las niñas. La congregación fue oficialmente reconocida en 1583 y aprobada por el Papa Clemente VIII en 1602.
Tuvo un papel muy importante en el cuidado de enfermos en hospitales y en sus propios hogares, en la formación cristiana con la fundación de escuelas femeninas y en la ayuda asistencial y caritativa en general. Un proyecto basado en el lema “Como Dios quiera” y que pronto se extendió desde Polonia a otros países de Europa así como a lugares alejados de su lugar de origen como Brasil y Togo.
Regina Protmann fallecía tras una larga enfermedad el 18 de enero de 1613. Su labor, sin embargo, continuó viva hasta la actualidad y en Grottaferrata se veneran sus reliquias.
El 13 de junio de 1999, el Papa Juan Pablo II celebró la homilía de beatificación de Regina Protmann en Varsovia.
Durante la misa, el pontífice le dedicó estas palabras: “La beata Regina Protmann, fundadora de la congregación de las Hermanas de Santa Catalina, procedente de Braniewo, se dedicó con toda su alma a la obra de renovación de la Iglesia a fines del siglo XVI y principios del XVII. Su actividad, que brotaba de su amor a Cristo sobre todas las cosas, se desarrolló después del concilio de Trento. Se insertó activamente en la reforma posconciliar de la Iglesia, realizando con gran generosidad una labor humilde de misericordia. Fundó una congregación que unía la contemplación de los misterios de Dios con la atención a los enfermos en sus casas y con la instrucción de los niños y de las muchachas. Dedicó especial atención a la pastoral de la mujer. La beata Regina, olvidándose de sí misma, abarcaba, con una mirada clarividente, las necesidades del pueblo y de la Iglesia. Las palabras «como Dios quiera» se convirtieron en lema de su vida. Su ardiente amor la impulsaba a cumplir la voluntad del Padre celestial, a ejemplo del Hijo de Dios. No temía aceptar la cruz del servicio diario, dando testimonio de Cristo resucitado”.