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“Cariño, las bicis de los niños están fuera en el patio otra vez… ¡y viene una tormenta!”, me dijo mi marido. Yo intenté no poner los ojos en blanco mientras enviaba a los niños a recoger las bicicletas y meterlas en el garaje. Es cierto que tengo el mal hábito de permitir que los niños dejen sus bicicletas en el patio, y eso pone de los nervios a mi marido.
¿Tienes este tipo de pequeños desacuerdos en tu matrimonio también? Creo que la mayoría de nosotros los tenemos. Cuando se está casado y se convive en un espacio tan reducido con otra persona, las diferencias más diminutas parecen magnificarse.
Todos tenemos esos momentos de disputa por cuestiones más grandes o más pequeñas. La mayoría de las veces, estas riñas parecen no ser más que pequeñas molestias, un simple hilo deshilachado en el tejido de la vida. Pasamos por encima de ellas y las ignoramos. Pero, ¿y si los desacuerdos que tengamos con nuestros esposos y esposas pudieran ayudarnos a ser mejores personas?
No me refiero únicamente a que los desacuerdos maritales son una oportunidad para practicar la paciencia y demás, aunque sin duda es así. No, lo que propongo es que esas ocasiones de disentimiento pueden desbloquear un camino hacia el crecimiento espiritual.
Presta atención.
Nadie en el mundo te conoce mejor que tu cónyuge. Nadie tiene un asiento en primera fila mejor que el suyo para ver tus virtudes y tus vicios. Eso significa que tu esposo o esposa entiende mejor que nadie, quizás incluso mejor que tú mismo o misma, en qué aspectos podrías mejorar.
Si prestas atención a las cosas sobre las que se queja tu cónyuge, quizás empieces a ver que forman parte de un panorama más amplio. Esas pequeñas discrepancias podrían revelar tu tentación hacia la pereza o la ira o el orgullo. Si se consideran juntas, todas esas cositas que haces y que fastidian a tu cónyuge pueden ser una especie de mapa que te guíe hacia ser mejor.
Intentar mejorar en esas cosas no es solo una forma de conquistar tus vicios, sino también de mostrar amor hacia tu cónyuge y tu familia. Merece la pena prestar atención y reflexionar sobre estos desacuerdos maritales cuando surgen. (Por supuesto, nada de esto se aplica en casos de abuso, sino en matrimonios felices y sanos donde ambos cónyuges son, como es natural, imperfectos).
La próxima vez que tu cónyuge se queje sobre algo que has hecho, intenta abordar la situación de una manera distinta. En vez de ignorar el comentario o responder con irritación por recibir críticas, escucha atentamente las palabras de tu cónyuge. ¿Se trata de un aspecto en el que te convendría mejorar?
Quizás no te parezca algo demasiado importante. ¿Por qué molestarte en hacer un cambio tan minúsculo e irrelevante? Sin embargo, está claro que es importante para tu cónyuge, lo bastante importante como para que te lo haya mencionado. Esto, por sí solo, ya es una razón para intentar cambiar a mejor, únicamente por amor a tu cónyuge, aunque te parezca una queja insignificante.
A veces podría parecer que hay pocas oportunidades para crecer en santidad como persona casada en este mundo. Miramos a santos como Madre Teresa o el padre Damián de Molokai, que se adentraron en situaciones arriesgadas para ayudar a las personas más vulnerables. Podría parecer que nuestras vidas sencillas y cómodas no tienen ni de lejos el mismo potencial de crecimiento espiritual.
Por eso exactamente esta perspectiva de escuchar y de aprender de tu cónyuge es tan importante. Es una forma integrada de crecer en santidad, justo donde Dios nos ha plantado en medio del mundo. Tu cónyuge te conoce muy bien y, en la mayoría de los casos, sus preocupaciones sobre tus acciones son válidas y merecen respeto.
Así que, la próxima vez que tu cónyuge se queje porque, un poner, dejaste las bicis de los niños tiradas en el patio a cielo descubierto, toma nota de que podría tratarse de un aspecto donde mejorar y proponte hacerlo mejor en adelante. Merece la pena intentarlo, ¿verdad?