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Septiembre es el mes por excelencia en el que nos aunamos todos detrás de un verbo: estrenar.
No sé cuál va a ser tu propósito a estrenar, pero te quiero contar el que estreno yo cada septiembre. Se lo escuché a una mujer muy, muy sabia. Podría escribir un libro sobre ella. Me dijo, literalmente, durante una conversación en un ya lejano septiembre: "No quiero hacer nada nuevo; quiero seguir haciendo lo que hago, pero hacerlo mejor".
Esta mujer sabia no huía de su Nazaret. No soñaba con abandonar sus aparentemente intrascendentes rutinas. Soñaba más alto. Soñaba con hacerlas mejor. Quería estar en el lugar donde estaba, en el momento en el que estaba, y sacarle el mejor partido. El carpe diem. Al contrario del resto de los mortales, no buscaba la evasión, la distracción, la huida hacia delante.
¿Cuánto tiempo dedicamos a evadirnos, a perdernos, a huir? Huimos con el pensamiento, y físicamente, si podemos. Huimos de nuestro Nazaret, de nuestras rutinas, y, sin embargo, cuando hagamos memoria, cuando esto se acabe y tengamos que dejar nuestro Nazaret particular para enfrentarnos a nuestro propio Jerusalén, sólo querremos llevar en el equipaje ese álbum de recuerdos escogidos, ésos que sólo se consiguen grabar en las maravillosas rutinas.
Y, entenderemos, como esa mujer tan sabia había entendido, la frase de San Josemaría: “No es verdad que tus días sean iguales. Si pones amor, cada día es distinto”.
En mi caso, para concretar este propósito, me voy a centrar en reducir el impacto “del ladrón de los veinte minutos" de mi vida: el móvil. ¿A alguien más le ocurre que busca una receta en el móvil y, cuando vuelve a la realidad, tiene veinte minutos menos?
Así que voy a dejar de mirarlo a él para mirarles mucho más a ellos, a los protagonistas de mi Nazaret. Porque sé que son esos instantes, mientras los observo, estando donde tengo que estar, física y mentalmente, los que me hacen entender cómo, ese día a día, repitiendo las mismas cosas, merece la pena.
Y también es septiembre para esas personas que, aparentemente, no van a estrenar ni zapatillas deportivas, ni clases, y que ni siquiera pueden hacerse cargo de sus antiguas rutinas. Personas a las que la enfermedad ha arrollado como un tsunami, dejando sus vidas patas arriba.
Pues, para ellos, van dedicadas estas letras llenas de cariño. Se puede seguir estrenando a pesar de estar en medio de todo ese desbarajuste. Es el momento de imaginarnos en el ruedo delante del toro bravo, respirar profundamente, mirar al cielo, y decir: va por ustedes. Ese pequeño gesto lo puede cambiar todo, le puede dar sentido a todo. Yo te propongo que escojas uno de los latigazos que le dieron al Señor.
Si has visto la película "La Pasión" de Mel Gibson, sabrás de lo que te estoy hablando. Ofrece todo el dolor, todo el sufrimiento, y toda tu tristeza, para ahorrarle uno de esos latigazos. Elige uno, y, en los peores momentos, vete a ese instante de la Pasión y sé consciente de lo mucho que le estás aliviando.
Charles Dickens nos dejó escrito que “Nadie es inútil en este mundo, mientras pueda aliviar un poco la carga de sus semejantes”. Proponte ser muy útil en la falsa incapacidad que fuerza la enfermedad. Aliviando la carga, no de uno de tus semejantes, sino de Él, de Jesús de Nazaret.
No sé si, como yo, este otoño tampoco vas a estrenar unas "Hunters", pero nada ni nadie, ninguna situación, puede impedirte estrenar propósitos que, te aseguro, te llenarán de una satisfacción más grande, más profunda, más plena, que la que encontrarías cobijando tus pies en las afamadas katiuskas.
No sé si estás en los treinta años de Nazaret, o si estás en los tres años de Jerusalén, pero sí sé que estás en septiembre. Dale la bienvenida y elige tu propósito. Why not?