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Reikiavik. Bobby Fischer contra Boris Spassky. El águila calva contra la hoz y el martillo. No cabe duda, el verano de 1972 vio enfrentarse a Estados Unidos contra la Unión Soviética sobre un tablero de ajedrez.
El vencedor más joven del campeonato estadounidense de ajedrez, el gran maestro internacional más joven y, en 1972, el primer estadounidense en conquistar el campeonato del mundo: el talento de Bobby Fischer es innegable.
Película, documentales y artículos cuentan su camino de palmarés de campeón. Aunque sus logros y su pérdida de nacionalidad se mencionan a menudo, su itinerario espiritual sigue siendo desconocido.
Robert John Fischer nace en Chicago en un hogar monoparental. Su madre, Regina Wender, de origen suizo, es de ascendencia judía. Sin embargo, la fe no tiene hueco realmente en la familia de la simpatizante comunista.
Cuando Bobby tiene 6 años, Joan, su hermana mayor, le regala un ajedrez. Dos años después, el niño se apunta al club de ajedrez de Brooklyn. Encadena las lecturas y las partidas y se refugia en el juego, lejos de una vida diaria monótona marcada por la ausencia de su madre.
A los 12 años, ningún rival inscrito en su Estado está a la altura de batir al prodigio. Continúa con su ascenso fulgurante hasta el “encuentro del siglo” en julio de 1972.
A sus casi 30 años, el jugador está en la cima de su gloria. De todas formas, decide alejarse de los focos para cuidar más de su alma. Se une entonces a una secta que afirma ser del cristianismo, la Worldwide Church of God (que cambió de nombre después). Allí, estudia los textos bíblicos y debe aportar una contribución económica como cualquier miembro.
En 1977, abandona el grupo con estruendo al dejar de creer en las profecías milenaristas del fundador. Le espera entonces un largo periodo de errancia. Sus proyectos de matrimonio se desvanecen, Bobby pierde a su madre y luego a su hermana.
Su última partida de envergadura en 1992 no le permite recuperar su esplendor. De hecho, ya ha pronunciado varias declaraciones impregnadas de xenofobia.
Cuando se exilia en Islandia en 2005, ya no es más que la sombra de sí mismo. Tras haberse declarado ateo, Bobby se acerca a las obras del gurú indio Rajneesh, antes de interesarse por las enseñanzas de la Iglesia.
Finalmente, es en el pequeño país nórdico donde parece terminar su búsqueda. Un amigo católico, Gardar Sverrisson, intenta responder las preguntas que el genio del ajedrez se plantea sobre la fe.
Según la biografía del jugador de ajedrez, Bobby Fischer regala un catecismo a Gardar para nutrir sus conversaciones.
Tras conocer su enfermedad, la antigua estrella deja sus últimas voluntades a su amigo. Entre ellas, pide ser enterrado según el rito católico. ¿Una conversión a las puertas de la gran transición?
Una cosa es segura: el 21 de enero de 2008, el padre Jakob Rolland, de la diócesis de Reikiavik, celebró una misa por el último adiós del Mozart del ajedrez.