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Me gusta compartir contigo mis vivencias con Dios y sentir que juntos caminamos hacia la meta final que es el Paraíso prometido. Por ello suelo contarte experiencia muy personales que de otro modo las guardaría para mí.
Hay una inquietud recurrente en algunos lectores de mis libros y de estas reflexiones que publicamos en Aleteia. Me preguntan que hacer después de comulgar.
Primero debes estar consciente de a quién recibes. No es un pedacito de pan. Y saber que cuando comulgas te conviertes en un sagrario vivo. Llevas contigo a Jesús VIVO.
Al ser un sagrario que lleva a Jesús debes procurar comportarte como tal, con la dignidad de un hijo amado por Dios. Por tanto, refleja su amor en tus pensamientos, tus acciones, y tus palabras. Al salir de misa y regresar a tu casa, al trabajo o hacer mandados, que todos vean en ti un reflejo cristalino del amor de Jesús por la humanidad.
Cuando comulgo y regreso a la banca donde me siento, procuro no distraerme. Sé que llevo conmigo un TESORO. Y procuro hacerme digno de portarlo. Es Jesús quien mora en mi alma.
Me gusta mucho cerrar los ojos y orar. De esta forma estamos por un breve instante solos, Él y yo. Así no me distraigo pensando en los problemas que dejé en casa, o los asuntos que debo resolver ese día, ni me pongo a ver quién comulga y quién no y no.
Tampoco converso con la persona que tengo cerca, ni tomo el panorama católico para ojearlo. Sencillamente cierro los ojos y vivo ese maravilloso momento tan íntimo que tengo con Jesús Sacramentado. Es único. Estás en el cielo. Y rezo con mucho fervor.
La oración que más me gusta rezar, en silencio, lentamente, es el “Alma de Cristo”. Es una maravillosa plegaria que se le atribuye a santo Tomás de Aquino. Dicen que fue san Ignacio de Loyola quien le dio mayor difusión al incluirla en sus Ejercicios Espirituales.
Es una oración para la unión mística del alma con el Creador. Te la copio para que la reces también.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.