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Si por principio de humildad, hemos de aceptar que sabemos muy poco, por lo que vivir es una experiencia de aprendizaje.
La ignorancia nos persigue para donde volteemos, es tan basto el saber y el conocimiento, que es muy cierta la sentencia de Sócrates de afirmar que "yo sólo sé que no sé nada".
Vivir es aprender, es adquirir todos los conocimientos necesarios para poder sobrevivir y conseguir aquello que requerimos para crecer y madurar.
El dolor y el sufrimiento nos indican qué debemos hacer para evitarlos. El primer indicador es muy claro: qué es lo que nos lastima y duele, no nos agrada y lo queremos excluir y eludir. Aprendemos qué nos quema, corta, infecta, intoxica o envenena. Igual, vamos identificando las experiencias y a las personas que nos hacen sufrir y nos alejamos de ellas.
Nadie quiere sufrir en principio
Salvo algunas excepciones especiales, nadie busca vivir el dolor y el sufrimiento de una manera voluntaria. Preferimos buscar y encontrarnos con todo aquello que resulta agradable y nos permite disfrutar y gozar de la vida. En pocas palabras, queremos ser felices y vivir lo menos posible con todo lo negativo que tiene la vida cotidiana.
Sin temerlo y no voluntariamente buscarlo, en realidad el sufrimiento nos va mostrando el camino de fruición que debemos transitar. Vamos aprendiendo qué sí debemos hacer y qué no. Por ello se convierte en sabiduría distinguir lo que genera sufrimiento de aquello que no lo es.
Aprendemos a reconocer las cosas concretas de aquellas imaginarias y fantasiosas. A no sufrir por recuerdos y fantasmas, que sólo están en nuestra memoria e imaginación. Por lo tanto, vamos detectando lo que sí es realmente peligroso de aquello que nosotros mismos inventamos que nos hace sufrir, sin que en realidad suceda, como es el caso de las pesadillas, las fobias o las alucinaciones.
Los que no aprenden a distinguir el miedo real al sufrimiento genuino, de aquel que sólo es producto de su imaginación, acaban por construir una prisión en la que viven asustados, le temen al fracaso que aún no llega, debaten con los fantasmas de la infancia que nunca han existido y que tampoco han dejado ir. Ahora sí que sufren porque quieren. Se esclavizan en su propia celda y se convierten en sus más grandes enemigos.
El miedo al futuro
Muchos le temen al futuro, que aún no llega, o siembran conflictos por doquier empeñados en que las relaciones humanas son problemáticas, cuando en realidad ellos mismos son los que lo generan (el problema) por abrazar un mundo neurótico del que no han podido sacudirse una percepción alterada de la realidad. Se han convertido en transmisores del sufrimiento que llevan consigo y del cual no han podido aún liberarse.
Se han cegado ante la escuela de la vida, que nos enriquece con la sabiduría de aprender del sufrimiento, en vez de quedar atrapado en él y sin poder salir con un persistente empeño por dejarse atormentar por la misma necia visión.
Gracias al sufrimiento aprendemos a aceptar las cosas como son, a reconocer las que sí valen la pena de aquellas que no, a apreciar la tolerancia, el respeto y las muchas vicisitudes que la misma vida tiene, sin que nos sorprendamos por su existencia ni exageremos por su ineludible presencia, como son la muerte de nuestros seres queridos, las enfermedades, los accidentes y los fracasos de muchos tipos.
Cuando un ser querido sufre
En el andamiaje de la vida no sólo está tu sufrimiento, también está el de los demás. Y cuando descubres que un ser querido sufre, desarrollas una sensibilidad mayor para poder atender y comprender las dificultades y trifulcas por las que están pasando.
Al ser más consciente y sensible al dolor ajeno, no te pasas de largo cuando alguien de tu alrededor la pasa mal, como es el caso de la parábola de aquel hombre que tras haber sido maltratado, asaltado y abandonado, lo dejaron a su suerte. Viéndolo desamparado y necesitado, no hicieron nada por él, hasta que el corazón compasivo del buen samaritano, lo auxilió y atendió de la mejor forma posible.
Eso es lo que nos hace falta aprender del sufrimiento personal y el de los seres queridos, que nos enseña a detenernos y a recapacitar sobre qué está en nuestras benditas manos, para hacer algo por nosotros y por los demás, sin quedarnos con los brazos cruzados, como muchas personas hacen en este mundo.
Es por ello que no debemos de desdeñar el sufrimiento y arrojarlo de nuestras vidas, como una basura que no sirve para nada. Tiene mucho sentido, es útil, nos trasmite muchas cosas que no estaríamos dispuestos a mirar, si no es porque pasamos por esos tortuosos y trágicos momentos que la vida misma tiene.
No se trata de buscar al sufrimiento y abrirle las puertas con coros de júbilo; pero tampoco vivir temerosos de su cátedra y propuesta.
Dejemos que nos empuje a ser mejores personas y mucho más humanos de lo que hasta ahora hemos sido.