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Hace un mes, el padre Philippe Demeestère, capellán de la asociación Secours catholique en el Paso de Calais, y dos personas implicadas en la atención a los migrantes en Calais, Francia, iniciaron una huelga de hambre.
Así es como solicitan a las autoridades la suspensión de las expulsiones sistemáticas de los campamentos de migrantes y la posibilidad de distribuir alimentos entre ellos.
Gemelos de 9 meses
Actualmente, unas 1.500 personas exiliadas viven en la región de Calais, entre ellas aproximadamente 300 menores no acompañados, según calcula Secours catholique, que trabaja en el lugar desde hace muchos años.
“Los voluntarios me han dicho que también había familias, mujeres solas, niños. Me han hablado de una familia con niños, entre ellos gemelos de 9 meses”, señaló Véronique Devise, presidenta de Secours catholique, que se dirigió el 17 de octubre a Calais con Mons. Olivier Leborgne, obispo de Arrás, para apoyar a las personas que hacen esta huelga de hambre. “Cada 48 horas, y a veces cada 24 horas, las fuerzas del orden expulsan [a los migrantes] de su lugar de vida. No se les permite ni siquiera relajarse para recuperar algo de fuerza. Duermen como bestias en el bosque”.
¿Debatir la cuestión humanitaria?
Frente a esta crisis humanitaria, porque de esto es de lo que se trata, el padre Pierre Poidevin y el padre Louis-Emmanuel Meyer, cura y vicario de la iglesia de Saint-Pierre de Calais, han escrito un artículo de opinión publicado en La Croix en el que llaman a los católicos a no dejarse “enredar por el prisma político que no mira el mundo con los ojos del Evangelio”. “Deseamos de verdad que, dentro de la cuestión migratoria, los católicos aprendan a distinguir los niveles de respuesta: [Por un lado,] el nivel político, el que concierne a nuestro voto y al compromiso político personal. [Por otro lado] el nivel humanitario: los migrantes están ahí, es una exigencia evangélica alimentarles, vestirles, cuidarles”, escriben. “Las opiniones pueden divergir en cuanto al primer nivel, [pero] no entendemos qué tipo de debate puede existir sobre la cuestión humanitaria”.
“Al cuidar del excluido, del pobre, del frágil, se revela en nosotros algo del rostro de Cristo”, contaba a Aleteia en septiembre de 2019 Mons. Benoist de Sinety, el entonces vicario general de la diócesis de París, encargado de la solidaridad, con motivo de la Jornada mundial del migrante y del refugiado. “Es el tabernáculo de Cristo”. “La Iglesia no está ahí para establecer las leyes que los Estados deben votar”, explicaba. “Pero debe decir que hay una línea roja infranqueable que es la del respeto a la dignidad humana”.
Una oportunidad para “crecer como Iglesia”
De este modo, por ejemplo, en Brianzón, una comuna francesa en los Altos Alpes, a miles de kilómetros de Calais pero a poca distancia de la frontera italiana, la iglesia parroquial de Sainte Catherine, cerca de la estación de trenes, recibió el lunes 25 de octubre a las personas migrantes que se presentaron: “Como las personas están siendo abandonadas en la calle, el gesto de abrir nuestra iglesia parroquial es como un llamamiento a que la humanidad de todos, y sobre todo la de las personas en dificultades, sea tenida en cuenta plenamente”, indicó a este respecto el padre Jean-Michel Bardet, sacerdote de Besanzón, en acuerdo con su obispo, Mons. Xavier Malle.
“En un momento en que las realidades de las migraciones han vuelto a salir a la luz con los acontecimientos de los últimos días en Brianzón, asumo la responsabilidad de proponer una acogida, puntual, ciertamente, pero que deseo que sea ‘como un llamamiento’ a considerar otros caminos para responder al drama humano de la migración”.
Hace poco, en mayo de 2021, el papa Francisco recordó a este respecto: “¡El Señor nos pedirá cuentas de nuestras acciones! (…) Hoy la Iglesia está llamada a salir a las calles de las periferias existenciales para curar a quien está herido y buscar a quien está perdido, sin prejuicios o miedos, sin proselitismo, pero dispuesta a ensanchar el espacio de su tienda para acoger a todos”, precisó. Dirigirse a esas periferias donde se encuentran, sobre todo, “migrantes y refugiados” es una oportunidad para “crecer como Iglesia”.