Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Tras haber rechazado galardones como la Orden del Mérito del Reino Unido o el título de sir de Caballero de la Orden del Imperio Británico, Rudyard Kipling (1865-1936) aceptó el Premio Nobel de Literatura (1907) convirtiéndose así en el primer escritor británico en recibir ese honor y, en ese momento, el escritor más joven en obtenerlo.
Se trata de un escritor prolífico, de escritura ágil e imaginativa. Recordemos obras como El libro de la selva (1894), Capitanes intrépidos (1896), Kim (1901) o el célebre poema If.
Bastantes de sus historias han conocido diversas adaptaciones cinematográficas.
El hombre que pudo reinar
Entre ellas, su relato corto El hombre que pudo reinar (The Man Who Would Be King, 1888) en el que Sean Connery y Michael Caine encarnan a los protagonistas de la historia: unos buscavidas ingleses en la India. Kipling se refiere a ellos como trotamundos y vagos, «dos lunáticos inofensivos», trúhanes que van trampeando para sobrevivir. Tienen, también, formación militar.
Y elaboran un plan: para empezar, abandonarán la India («este país no es lo suficientemente grande para nosotros») y se dirigirán a un lugar cercano a Afganistán, una tierra en la que haya conflictos. Allí, apoyados en su superioridad militar, convertirán a los nativos en soldados, triunfarán sobre los enemigos, derrocarán al rey y se pondrán en su lugar. En resumen: «Nos vamos de aquí para ser reyes».
Sin entrar en los detalles que el lector podrá disfrutar, digamos que el plan funciona y funciona muy bien. A los nativos, «hasta esos sacacorchos hechos a mano les parecían un milagro», no digamos ya el armamento, la estrategia militar o la técnica agrícola.
El resultado, como decimos, es un éxito. Son tomados por reyes; más aún: por dioses. «La rueda del mundo repite el mismo ciclo una y otra vez»: ellos mismos creen su mentira. Ahora no querrán simplemente enriquecerse (como los trúhanes que realmente son), ni siquiera quieren organizar un reino. Un dios no puede conformarse con un simple reino: crearán un imperio y una dinastía.
Son superiores. Dioses. ¡Son dioses! Pero eso tiene un precio.
Un día querrá una esposa que le dé hijos que puedan heredar el imperio. Buscar esposa y herederos es algo asequible y común para cualquier humano. Difícil para un rey. Inaudito para un dios.
Los nativos temen: «¿Cómo van a casarse hijas de hombres con dioses o diablos? No está bien; How can daughters of men marry gods or devils? It’s not proper».
El relato muestra, en definitiva, la historia del que hombre que puede reinar si es lo suficientemente modesto para poner su superioridad (técnica o de cualquier otra índole) al servicio de sus súbditos pero que se despeña si olvida quién es y cuál es el sentido de lo que sabe y posee.
Un hombre puede ser rey. Y, por tanto, disfrutar de su posición: «si un rey no puede cantar no vale la pena ser rey». Pero no puede olvidar que es humano, mortal. Sólo así cantará agradeciendo lo que la vida le ha dado.