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Cómo las virtudes católicas nos ayudan a comer mejor

LA MESA CATOLICA
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Vidal Arranz - publicado el 28/11/21
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Emily Stimpson Chapman anima a cuidar el cuerpo en vez que querer controlarlo en "La mesa católica. La alegría y dignidad de la comida desde la fe"

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¿Es posible relacionarse con la comida de un modo distinto a como si fuera un permanente campo de batalla? ¿Podemos relacionarnos con nuestro cuerpo y nuestra salud desde una mirada distinta a la del control y la disciplina? ¿Es la comida una tentación o un signo de la gracia de Dios?

La norteamericana Emily Stimpson Chapman responde a todas estas preguntas y a muchas más en su ensayo "La mesa católica. La alegría y dignidad de la comida desde la fe" (CEU Ediciones), (con traducción de Aurora Pimentel) un libro llamado a ocupar un lugar central entre quienes batallan con la dieta.

LA MESA CATOLICA

El libro es el resultado de la propia historia personal de la escritora, que atiende desde hace años un blog personal con el mismo título. Todo parte de los trastornos alimentarios de la propia Stimpson Chapman y de su lucha contra ellos. Tras probar todo tipo de tácticas y estrategias encontró un camino nuevo en lo que ella denomina visión ‘eucarística’ y ‘sacramental’ de la comida. El cambio surgió al recuperar su fe católica, tras unos años en los que había estado ligada con el protestantismo.

Lo que descubrió

¿Y qué es lo que descubrió Emily Stimpson al proyectar esta mirada católica sobre sus problemas de alimentación? Lo primero de todo, que la comida es una oportunidad para la gracia, una ocasión para la celebración y un instrumento para crear comunidad. Pero también vio que la aplicación de las viejas virtudes cristianas a su problema le permitía afrontarlo mejor.

“Soy de la opinión de que no hay nada de ordinario en la comida. Por la gracia de Dios, el más simple plato de sopa y el más humilde trozo de queso tienen el poder de convertirse en una ocasión de gracia, reuniendo a amigos y familiares alrededor de una mesa común para construir una vida compartida”, explica.

Apagando el televisor

Esta idea de la mesa común es esencial en toda la primera parte del libro, convertida en una persistente y apasionada invitación a apagar el televisor y recuperar las comidas familiares, así como a buscar momentos para celebrar con los amigos.

A todo ello hay que añadir, además, que la comida es aquello “en lo que Dios se convierte por nosotros en la Eucaristía”, de modo que, para un católico, tiene todo el sentido del mundo relacionarse con ella de forma ‘sacramental’.

Emily Stimpson anima a recuperar la mirada ‘encantada’ del mundo que las distintas filosofías ‘modernistas’ han arruinado invitándonos a ver todo como pura materia. Frente a ello, nos recuerda que lo material y lo espiritual están unidos y que todo es una ocasión para encontrar la gracia.

No es solo una cuestión de calorías

“La comida no es sólo una cuestión de calorías y grasas, vitaminas y minerales, aditivos y conservantes. Tiene que ver con Dios. Tiene que ver con la comunidad. Tiene que ver con la vida. La comida es uno de los regalos más preciados de Dios, un signo de la bondad, la abundancia, la creatividad y el amor del Señor”, explica Emily Stimpson Chapman en ‘La mesa católica’. “Por estas y otras razones, la comida es importante. Y cuando vemos la comida como lo que realmente es, la vida cambia. Las familias cambian. Las comunidades cambian. Nosotros cambiamos”.

No sólo eso, sino que la escritora defiende que una mirada católica sobre la comida debe verla como territorio para la celebración y la alegría, motivo por el que anima a festejar, también en la dieta, sin miedo a un exceso razonable, todas las festividades de la Iglesia. Pero la comida es también ocasión para ejercitar la virtud y la contención, lo que encuentra su correlato en la invitación a sumarse también a los periodos de ayuno.

El primer cambio consiste en entender que la relación con el propio cuerpo no debe estar guiada por el deseo de control o la disciplina, sino por el amor y el cuidado. El cambio de perspectiva es esencial: “Alguien que busca controlar su cuerpo y alguien que busca cuidar su cuerpo están haciendo dos cosas completamente diferentes. Uno trata al cuerpo como un problema; el otro lo trata como un don. Uno ve el cuerpo como una cosa; el otro ve el cuerpo como la persona, como yo, como tú”, explica.

Cómo afrontar este cambio

Pero cuidarse exige trabajo, y exige una estrategia, podríamos decir. La historia personal de todos los que han batallado con la comida, también la de Chapman, está plagada de fracasos, de debilidad, de inconsistencia y de falta de voluntad. Pero frente a la idea de afrontar todo ello desde el control y la disciplina, que no suele poder mantenerse en el tiempo, ‘La mesa católica’ invita a buscar inspiración en las virtudes cristianas clásicas.

El capítulo ‘Enseñanzas en la mesa’ marca un camino que puede ser especialmente útil siempre que la persona sea capaz de moverse en ese juego de equilibrios (entre el defecto y el exceso) de la que toda virtud es resultado. Pero el objetivo ya no es sólo mejorar el cuerpo (su apariencia, su salud) sino, sobre todo, mejorar el alma, mejorar nuestra relación con la vida y Dios.

EMILY STIMPSON CHAPMAN

“Durante años había pensado que comer era una oportunidad para el vicio, para la gula o la avaricia. Pero lo que no comprendía es que comer es también una oportunidad para la virtud. Es una invitación diaria a ejercitar nuestros músculos espirituales y crecer en justicia, prudencia, templanza y fortaleza. También es una oportunidad para demostrar la fe, esperanza y caridad”, explica la autora de ‘La mesa católica’.

Veamos en los concreto, como las cuatro virtudes cardinales, las más humanas, y las tres teologales, las espirituales, pueden ayudarnos en ese propósito.

Viviendo las virtudes cardinales

La justicia, nos explica Emily Stimpson, consiste en querer dar a Dios, al prójimo, y a uno mismo lo que es debido. “En el ámbito de la comida, la justicia nos ayuda a querer comer bien. Es el ejercicio de la voluntad que nos hace preferir las verduras a los bollycaos, el agua a los refrescos y el salmón a la carne enlatada. También nos hace querer la cantidad adecuada de alimentos y no desperdiciar, para no atiborrarnos mientras otros se mueren de hambre. Por último, nos ayuda a querer dar a Dios lo que le corresponde, obedeciendo su mandato de ayunar los días de ayuno y festejar en los días de fiesta”.

La prudencia es la virtud que nos permite discernir en todo momento nuestro verdadero bien. “Puede mostrarnos que no es prudente comer cuando estamos aburridos y que es prudente comer antes de hacer un examen (…) En lo que comemos y no comemos, la prudencia nos permite tomar decisiones sabias”.

La fortaleza “es la que nos ayuda a tomar esas decisiones sabias y saludables no sólo un día, sino todos los días. Es la virtud que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien; también reafirma la resolución de resistir las tentaciones”. La fortaleza es la que, tras mucho caerse y levantarse, porque este camino no es lineal, convierte el deseo de una alimentación sana y equilibrada en “una forma de vida”.

Finalmente, la templanza “ayuda a coordinar todas esas virtudes y nos permite practicar la moderación en todas las cosas (…) Básicamente, la templanza nos hace sensatos. Evita que nos vayamos a los extremos y nos permite disfrutar de toda la buena comida y bebida presentes en la Creación sin caer en el pecado de la gula”.

Fe, esperanza y amor en el comer

¿Y qué nos dice Emily Stimpson de las virtudes teologales? La fe “nos recuerda que comer no es sólo alimentar nuestro cuerpo sino también alimentar nuestra alma y crecer en virtud”.

La esperanza “nos ayuda a no desesperar” cuando incumplimos nuestros propósitos virtuosos. “Nos recuerda que mañana es otro día, con nuevas gracias que nos esperan y nuevas oportunidades para aceptarlas”.

“Por último”, añade, “la esperanza nos ayuda a ver todos nuestros fracasos y éxitos a la luz de la promesa de Cristo de que su gracia es suficiente. En ese sentido, nos permite confiar en su fuerza, no en la nuestra”.

Finalmente, la caridad nos ayuda a pensar en los demás antes que en nosotros mismos. “En el nivel más básico nos pide que alimentemos a los pobres aportando dinero, tiempo o alimentos a los que no tienen suficiente”. Pero también, en un nivel más profundo, “nos ayuda a pensar en los demás a la hora de cocinar, comer y comprar”. También nos anima a dejar de lado nuestras preferencias dietéticas personales cuando comemos en casa de otros, para que apreciemos los regalos que nos hacen al cocinar. “O para resumirlo todo, la caridad es lo que nos impide ser ese invitado molesto, grosero y egoísta al que nadie le gusta servir”.

Recetas

El libro se completa con once recetas (una por capítulo), una serie de semblanzas de santos relacionados con la comida y una pequeña historia de cómo los alimentos y la bebida aparecen en la Biblia y los distintos significados que se les otorga.

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