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En el texto que escribió en náhuatl el sabio y gobernante indígena Antonio Valeriano (Azcapotzalco,1522-1605) sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe y que lleva por nombre Nican Mopohua (en español: "Aquí se narra") contiene un pasaje maravilloso. Quizá el más conocido de todos los que componen la historia del acontecimiento guadalupano.
El contexto es el siguiente: Juan Diego ha ido a ver en un par de ocasiones previas al obispo fray Juan de Zumárraga, para darle el recado de la Virgen; y lo habían despedido sin creerle, más aún, pidiéndole una señal de que, en verdad, hablaba con la Virgen.
El 12 de diciembre de 1531, Juan Diego regresó a donde se encontraban los sacerdotes franciscanos (en Tlatelolco), pero decidió rodear el Tepeyac para no encontrarse, de nuevo, con María.
La razón no era otra sino porque iba a buscar algún sacerdote para que le hiciera el favor de confesar a su tío Juan Bernardino; éste agonizaba en su casa situada en Texalpan, pueblo de Santa María de Tulpetlac, en el extrarradio de la Ciudad de México.
Juan Diego pensó que si tenía que volver a encontrarse con la Virgen no iba a poder llegar a tiempo para que su tío se confesara y recibiera la Extremaunción.
Diálogo asombroso
Pero la Virgen le sale al encuentro, y se produce un diálogo asombroso entre la madre del Salvador y un humilde indígena mexicano:
– ¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?
Y él, tal vez un poco se apenó, o quizá se avergonzó… O tal vez de ello se espantó, se puso temeroso… En su presencia se postró, la saludó, le dijo:
– Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta: ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Más, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa.
La respuesta
En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:
– Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿Y no estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno. (Y luego en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).
Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón, y le suplicó que inmediatamente lo mandara a ver al gobernador obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que creyera.
Contexto personal y filosófico de algunas de las frases
El maestro en filosofía mexicano, Pablo Castellanos, ha analizado, desde una perspectiva personal y filosófica, las principales frases de la respuesta amorosa de la Virgen de Guadalupe ante el dolor y la gran sinceridad de Juan Diego.
1“Hijo mío el menor"
No sólo eres amado siempre, aunque tomes un camino para no encontrarte con María; también eres "el menor", necesitas de tu mamá un cuidado especial, como un niño pequeño que acaba de nacer y que sin su mamá no tiene la menor posibilidad de sobrevivir… Delante de Dios debemos ser como niños: reconocer nuestra total dependencia y esperar todo de Él.
2"Que no se perturbe tu rostro, tu corazón"
Estas palabras nos dan a entender que María conoce los problemas de Juan Diego y le dice que no hay motivo para estar perturbado, porque Ella desea cuidar de él. Cuando Dios se manifiesta en los acontecimientos, también nosotros podemos experimentar inquietud; pero a la luz de la fe, cada acontecimiento es, de hecho, el paso de Dios, presente en nuestra vida con todo su amor. María también conoce nuestros problemas y nos ayuda a vivirlos en la fe.
3"¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?"
Junto a ti está, también, la Madre de Dios con todo su amor y poder, que te recuerda que fuiste entregado a Ella por Cristo en la Cruz: "Mujer ahí tienes a tu hijo" (Juan 19, 25-27) y que la Reina del Cielo y de la Tierra se hace cargo de ti. Entrégate, confiadamente, a Ella.
4"¿No estás bajo mi sombra y resguardo?"
Es tanto como decirte que estás bajo su protección y también que estás bajo su acción. Te resguarda para que tú también puedas decir: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20).
5"¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?"
El manto es signo de su dignidad de Madre de Dios y, al mismo tiempo, nos recuerda que solo un niño pequeño puede estar en el manto de su madre. Hay que ser humildes, como San Juan Diego, para estar ahí. ¿En el cruce de mis brazos?
En los brazos de María, cerca del corazón de la Madre, en el lugar en que en tantas imágenes se representa a María estrechando contra su corazón al Niño Jesús…, ahí somos partícipes del amor con que María ama a Jesús. De esa manera hemos de amar a nuestro prójimo, para eso nos tiene cerca de su corazón…
6"¿No soy yo la fuente de tu salvación, de tu alegría?"
Por Ella nos llegó Cristo, nuestro Salvador. Y también por Ella se expandió el Evangelio en nuestras tierras, el Evangelio de nuestra alegría (Evangelii Gaudium). A través de María, Dios quiere librar a su hijo Juan Diego de sus dificultades y lo quiere rescatar. En el camino mariano, para los que Dios conduce a través de la Madre de Cristo como a Juan Diego, la amorosa presencia de María es salvífica.
7¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
No. Seguramente que no, porque en lo que Ella nos dio, nos dio todo. Porque lo que Ella te dio es lo más importante para ti: Cristo y su Evangelio. Ella misma se nos dio en su constante presencia maternal, siempre cercana y atenta a sus hijos. Son pocas las palabras que los evangelios recogen de boca de María, unas las dirige a Dios, a los hombres nos dice: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Obedecer a María es obedecer a Jesús.