En un mundo turbio lleno de mezclas decepcionantes, es fácil desear la pureza.
Cuando un niño pequeño mantiene su mirada fija sobre ti, contemplas el agua cristalina de un río de alta montaña o un pobre hambriento te suplica una limosna, ¿no sientes una mezcla de nostalgia y asombro por esa verdad desnuda que en ti se ha ido difuminando?
Es una verdad tan bella...
Hay personas que, por una u otra razón, conservan su pureza. Es posible que te deslumbren, pero además misteriosamente te iluminan con su luz.
Una de ellas, quizás la más pura -un ángel la llamó "llena de gracia"- es María. La Virgen.
Lo más extraordinario de ella es que Dios la preservó del mal para acoger con dignidad en este mundo oscuro a su Hijo.
Fue una iniciativa divina. Ella no se inventó nada. Sólo lo descubrió. Y libremente lo aceptó.
Sin la mínima mancha desde su origen - eso es lo que significa Inmaculada Concepción-: un precioso proyecto eterno único en la historia que se hizo realidad en lo que hoy conocemos como Tierra Santa.
Acércate a María, conoce su corazón. Ella puede ayudarte a recuperar tu esencia más genuina, la idea única de Dios sobre ti. Ofrécete con confianza rezándole así:
Oración de consagración
María, Virgen Inmaculada, madre nuestra, patrona de tantas tierras:
te alabamos y te honramos
y entregamos nuestra patria y a nosotros mismos a tu doloroso e inmaculado corazón.Oh, Corazón doloroso e inmaculado de María,
traspasado por la espada del dolor profetizada por Simeón,
líbranos de la degeneración, el desastre y la guerra.
Protégenos de todo daño.Oh corazón doloroso e inmaculado de María,
tú que llevaste en el fondo de tu corazón los sufrimientos de tu hijo,
sé nuestro abogada.Ruega por nosotros,
para que actuando siempre según tu voluntad y la voluntad de tu divino Hijo,
podamos vivir y morir agradando a Dios.Amén.
Esta oración está basada en el acto de consagración recogido en el Libro de las Sagradas Novenas de la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C.