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El 24 de noviembre se cumplieron cinco años de la firma del acuerdo definitivo de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC. Ello supuso el desarme de la guerrilla más extensa y antigua del mundo y el fin de un conflicto armado que se extendió por más de medio siglo. La violencia se redujo y se inició un complicado proceso de reconciliación y reintegración. Pero el conflicto, como esas brasas que permanecen encendidas largo tiempo después de un incendio, sigue crepitando.
Una síntesis
El 20 de julio de 2015 las FARC anunciaron un alto al fuego. El país ya había perdido la cuenta de cuántos le precedieron. Seis días después el Gobierno suspendiólos bombardeos. El 23 de septiembre se alcanzó un acuerdo. El 26 de septiembre de 2016 el Gobierno y las FARC firmaron, ante la comunidad internacional, un acuerdo de 6 puntos “para sentar las bases de una paz estable y duradera”.
Iba a referéndum para su firma definitiva pero esos resultados y la desinformación pusieron el peligro el éxito del asunto. El Gobierno se movió eficientemente, se produjo un acuerdo y el 24 de noviembre, en Bogotá, se firmó de manera definitiva.
¿Cuál es el balance y cuánto se ha avanzado en el cumplimiento de esos acuerdos, transcurridos cinco años de todo aquello?
La inestabilidad sigue preocupando
Consultamos para Aleteia al politólogo y profesor de la Universidad Central de Venezuela, Eduardo Valero, quien ha seguido paso a paso esta saga.
Mucha agua ha pasado bajo el puente, todos somos testigos, especialmente desde Venezuela, el vecino más cercano. A veces, parece que se produjeran retrocesos y hasta que el proceso mismo estuviera en peligro. Pero Valero sostiene que hay que apostar por la paz.
“Ha sido complejo, durante estos cinco años, administrar los resentimientos que quedaron y se mantienen entre bando y bando. Hay dolor. Pero hay una iniciativa importante. Iván Duque, el presidente actual del país, viene del Uribismo y hoy Uribe critica fuertemente la deriva de Duque. No obstante, Duque se reunió con la CPI, existe un apoyo de la ONU y se percibe la voluntad del gobierno para salir adelante. Ello indica que hay una continuidad desde el gobierno de Santos y los subsiguientes. Ello indica una voluntad política de continuar los esfuerzos por hacer válidos los puntos del acuerdo de paz”.
Si bien muchos de los primeros resultados son cuestionables, como la inclusión de Rodrigo Londoño, alias "Timochenko", y los distintos miembros de las FARC en el sistema político colombiano, ellos han sido electos.
No obstante, la inestabilidad del país ha sido un tema preocupante. Resurgen con bastante fuerza los sectores violentos de la sociedad colombiana y pareciera que hay quienes están convencidos de que el acuerdo de paz fue el comienzo de un largo proceso que implica la administración de los sentimientos y la consolidación de la paz en las próximas décadas; otros consideran que aún es perfectible y que hay que seguirlos mejorando.
Lo que subyace al conflicto
Este acuerdo de paz, según se consideró en su momento, fue uno de los más completos. Estuvo antecedido de negociaciones muy serias con la intermediación de Noruega. Se realizó en Cuba, país que nadie ignoraba estimulaba la acción guerrillera, con presencia internacional de Jefes de Estado y con participación de los líderes guerrilleros.
Pero hay que hacer notar que no era el primer acuerdo de paz, sino que se venían celebrando intentos desde los años 50 y 60, hasta el famoso de San Vicente del Caguán el cual llegó a llevar al apodado Tiro Fijo como figura política central en esa zona de Colombia.
El tema clave es que en Colombia, más que confrontación política hay un substrato social que anida en el conflicto. De fondo, lo que hay es un conflicto social que viene de muy atrás y que no se resuelve simplemente con acuerdos.
Comenta Valero: “La composición social de Colombia es fuerte. Es un país altamente estratificado. Ello se reveló recientemente en la enorme molestia que generó la reforma fiscal intentada por Duque hace unos meses atrás y que hizo crecer la tensión social a un nivel importante. En Colombia, no es un secreto, absolutamente todo está estratificado. Algo muy particular de ese país. En general, los países andinos aún arrastran esas herencias coloniales”.
En el caso de Venezuela es diferente pues, según remarcó el intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, la guerra de independencia de este país arrasó con la institucionalidad colonial, lo cual nos permitió hacer un país nuevo. Pero muchos países de nuestro continente, especialmente los andinos, todavía llevan la carga de esas estructuras sociales instauradas durante el período colonial.
En el caso de los acuerdos de paz, aún falta por cristalizar. Hay quienes se desesperan y hasta han planteado se retire el Premio Nobel a Juan Manuel Santos, obtenido luego de la firma de esos convenios. Es por ello que emergen las dificultades que ponen obstáculos en el camino. Es un hecho que una firma, ni dejar las armas, ni siquiera unos acuerdos, pueden hacer desaparecer, de un plumazo, tanto resentimiento y tanto dolor, tanta “factura” pendiente por cobrar y tanto desacuerdo. Hay que encontrar el punto donde se produce la discordia, qué es lo que, a cinco años de los acuerdos, está decepcionando.
La Iglesia católica y la paz
Muchos se preguntan qué hizo y hace la Iglesia por la paz del país. Y Alberto Giraldo Jaramillo, de Universidad Pontificia Bolivariana, se adentra en el tema en su libro La Iglesia y el Proceso de Paz en Colombia (2020):
“Es esta una pregunta que nace de los labios de muchos colombianos angustiados por la difícil situación; con buena voluntad buscan quién pueda aportar soluciones rápidas y definitivas a los problemas de violencia y muerte que están afectando todas las áreas del país”.
Por su parte, el papa Francisco reiteró, en varias oportunidades, su apoyo al proceso de paz entre el Gobierno y las FARC-EP. “No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”, aseguró el sumo pontífice en septiembre de 2015.
En el mensaje de cierre de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Colombia, celebrada en junio de 2016 en Bogotá, los obispos de ese país llamaron a los colombianos a respaldar el proceso y a participar de forma activa, responsable e informada en la consulta para la refrendación de los acuerdos de La Habana.
Monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal, convocó al pueblo colombiano “a sumarse a todos los propósitos para caminar hacia una Colombia nueva, reconciliada y en paz”.
En 2019, los docentes investigadores Luis Ernesto Flórez y John Freddy Caicedo, adscritos a la Facultad de Teología, Filosofía y Humanidades y la Facultad de Educación, respectivamente, de la Universidad Pontificia Bolivariana realizaron un estudio sobre el análisis de las propuestas de paz sugeridas por la Iglesia católica y sus aportes a los principios sobre verdad, justicia, reparación y reconciliación en los procesos de paz del siglo XX y lo que va del XXI en Colombia.
“La Iglesia a lo largo de la historia de la sociedad colombiana ha jugado un papel protagónico en torno a la consolidación de las instituciones estatales, nacionales y territoriales, como mediadora o definidora de las mismas. Específicamente desde finales del siglo XIX hasta el presente su participación en la solución de los conflictos internos armados ha sido significativa”.
Lo cierto es que la Iglesia católica ha tenido un papel fundamental en el proceso de mediación y acercamiento para lograr la paz en Colombia. A finales de 1986, la Conferencia Episcopal de ese país creó la Comisión por la Vida, la Justicia y la Paz.
A partir de la década de los 90 la actuación de la Iglesia se centró en una salida negociada al conflicto y en la defensa de los derechos humanos.
En las negociaciones de paz mostró su interés para actuar como mediadora, y cuando el diálogo se vio obstaculizado se presentó como una alternativa para “desbloquear las largas pausas”, según reconoce una nota publicada por Telesur.
El narcotráfico, un mercado pujante
Valero lo tiene claro. Comienza por el narcotráfico, estrechamente vinculado a la vida guerrillera.
“En Colombia es un mercado que mueve alrededor de 15 mil millones de dólares, el 2% del PIB del país. Si lo sumamos antes de la pandemia es algo así como 313 mil millones y, en este momento, los estimados están en 286 mil millones de dólares. El presupuesto de un país. Ello sigue siendo atractivo y tiene un gran potencial desestabilizador. Los que se desincorporaron de la lucha armada regresaron a sus pueblos y asentamientos, no les dieron oportunidades para crecer y regresan a ese círculo vicioso lamentable y que, en algunos lugares, está de nuevo produciendo violencia”.
En Colombia, en algún momento, se habló de que la guerrilla tenía 13 mil hombres sobre las armas, un ejército paralelo. Alrededor de ello, todo una urdimbre de relaciones sociales se construye y progresa.
“Hoy en día – señala Valero- hay lo que se ha llamado la “parapolítica”, en otras palabras, todos esos fenómenos que surgen alrededor del Estado y la política que afectan la estabilidad política. Y ello no ocurre solo en Colombia, está México con los carteles de la droga y toda la descomposición social y la corrosión de las estructuras municipales o regionales de esos países. Está el caso de Ayotzinapa. Pienso que se están volviendo a encender aquellas brasas que parecían apagadas. Podría resurgir la violencia rural, en Antioquia, por ejemplo. Recordemos que también Colombia es parte del Pacífico, donde se activan otra vez las rutas de la droga. Aún así, eso coexiste con una voluntad del Estado de buscar la paz. Pero hay ciertos candidatos presidenciales que aún no cuajan con el tema de los acuerdos de paz. Antes bien, hay denuncias de que se usa la campaña presidencial para ganar votos a cuenta de los riesgos para la paz”.
Un punto de inflexión
Durante el año 2019 ocurrieron aquellas fuertes manifestaciones, no tan cívicas por cierto, en Bogotá y las principales ciudades, que muchos han interpretado como que la violencia estructural colombiana ya no se refleja solamente en los predios rurales, en enfrentamientos en la montaña con el ejército, sino que ha pasado a las zonas urbanas donde, seguramente, esos componentes también intervienen.
El costo es altísimo. Cada semana se producen una o más masacres no producidas por las fuerzas del Estado sino producto de esa violencia.
La situación se ha complicado en Colombia, lo cual no quiere decir que los acuerdos de paz no tengan vigencia y haya desaparecido la voluntad de buscar la paz. Tal vez un inconveniente de origen haya sido el no haber incorporado otros grupos guerrilleros en los acuerdos, sino sólo a las FARC. Sabemos que existe también el ELN y otros factores no suscribieron el acuerdo que quedaron allí esos comandos paramilitares no implicados en aquellas negociaciones. La paz no la hacían sólo las FARC.
La violencia urbana tiene que ver –en buena medida- con los códigos de la globalización, explica Valero.
“Por medio de la tecnología se asumen posturas de otros países, se van culturizando y personalizando dependiendo de las condiciones particulares de los países. Me refiero a Chile, a Ecuador y a Colombia, por supuesto. Se mezclan tendencias mundiales con aquellas propias de la cultura y la sociedad de cada país” . En relación a los grupos no considerados en el proceso de paz, los “paras” y el ELN, dice: “Aún a ese acuerdo le queda mucho por abrazar”.
Y rescata palabras de Oscar Naranjo, exvicepresidente de Colombia (30 de marzo de 2017 al 7 de agosto de 2018) quien sostiene que el reto de la nueva clase colombiana es volver a reconciliar el país rural con el país urbano.
El botón rojo
Entre ambos bandos en Colombia, los que creen que todo se arregla con el exterminio de los irregulares y quienes apuestan por el diálogo y la negociación, hay figuras clave, liderazgos que se perfilan y posturas que prosperan. Colombia se apresta a participar en un proceso eleccionario el año que viene, el cual contempla una primera y segunda vueltas. Hasta ahora, la intención de voto parece inclinarse hacia Gustavo Petro.
“El presidente que salga electo en esa justa –advierte Valero- tiene que sobrellevar esa papa caliente encima y decidir si continúa con el proceso de paz como va o le da un giro. Hay un abanico abierto. Falta mucha tela por cortar pero, en caso de un triunfo de Petro Colombia giraría hacia la izquierda. Si llegara a ganar Oscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático, es previsible que la línea de Uribe se imponga. Pero Colombia mantiene una sólida institucionalidad, por lo que el Estado colombiano estaría por encima de ciertas pretensiones pues aún puede tocar el botón rojo de alerta”.