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A mediados del siglo pasado, los Estados Unidos de América vivieron una de las épocas más conflictivas de su historia. La lucha por los derechos civiles de sectores de la población provocaron situaciones de violencia e incomprensión entre las distintas comunidades norteamericanas.
Mientras unos propagaban el odio ante el diferente, otros solamente querían vivir en paz y armonía con todo el mundo. La hermana Thea Bowman vivió en ese mundo de lucha racial y lo sufrió en primera persona. Lejos de quedarse de brazos cruzados, hizo de su ejemplo, su carisma y su motivadora transmisión de la fe un modelo para muchos ciudadanos de los Estados Unidos.
Su nombre real era Bertha Elizabeth Bowman. Había nacido el 29 de diciembre de 1937 en la ciudad de Yazoo, en Mississippi. Ella había nacido libre, pero el capítulo de la esclavitud estaba muy vivo en su familia, pues su propio abuelo había sido esclavo.
Bertha creció en una familia metodista, pero pronto sintió la necesidad de buscar otra doctrina que le llenara de verdad y diera respuestas a sus preguntas. Tenía tan solo nueve años cuando encontró la respuesta en la Iglesia católica, a la que se convirtió poco tiempo después con la aceptación de unos padres que fueron en un principio reticentes a su conversión.
A los quince años se unió a las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua de La Crosse, adoptando el nombre de Hermana Thea. Era la única religiosa de la congregación de origen afroamericano.
La hermana Thea era una joven responsable y continuó con sus estudios en distintas universidades del país hasta convertirse ella misma en maestra, tarea que realizó durante muchos años. En todos aquellos años, la hermana Thea fue plenamente consciente, testigo y víctima, del racismo que se respiraba en las calles de muchos lugares de los Estados Unidos.
Pero lejos de responder con odio o rabia al rechazo social que sufría por sus orígenes raciales, respondió siempre con respeto, paz y alegría. Su personalidad hizo que muchas personas dentro de la Iglesia católica se dieran cuenta de la importancia que podía tener como figura pública ejemplar.
En este sentido, el Obispo de Jackson le propuso ejercer en su diócesis como consultora intercultural. Conocido como el “ministerio de la alegría”, su labor atrajo a muchas personas. Las charlas, conferencias, reuniones que dio a lo largo y ancho de los Estados Unidos y de otros países del mundo fueron inspiración para miles de fieles en todo el planeta.
Su mensaje era sencillo pero inspirador
Pedía a la gente que defendiera sus diferencias, la riqueza de sus propios orígenes, pero que todos se sintieran unidos en uno como seguidores de Cristo: "Nos unimos a la obra redentora de Cristo – dijo en una ocasión – cuando nos reconciliamos; cuando hacemos las paces; cuando compartimos la buena nueva de que Dios está en nuestras vidas; y cuando reflejamos a nuestros hermanos y hermanas la curación divina, el perdón de Dios, el amor incondicional de Dios".
Su proyecto evangelizador incluyó la recopilación de himnos católicos afroamericanos con los que elevar el espíritu a Dios. Además, impulsó la creación de la Conferencia Nacional de Hermanas Negras.
El año 1984 fue uno de los más tristes de su vida. En un corto periodo de tiempo perdió a sus padres. Y tuvo que enfrentarse a una noticia demoledora, la existencia de un cáncer que estaba debilitando mortalmente su cuerpo.
La hermana Thea vivió seis años más en los que el tratamiento contra su enfermedad la dejaron postrada en una silla de ruedas; lo que no fue impedimento para que continuara emocionando a todas las personas que se acercaban a escuchar su mensaje de paz.
La hermana Thea Bowman fallecía el 30 de marzo de 1990. Tenía solamente cincuenta y dos años. Enterrada junto a sus padres, muchas personas que en vida la habían considerado una santa, lloraron sinceramente su pérdida. Años después, fue nombrada Sierva de Dios y su proceso de beatificación está en marcha.