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En los actuales debates sobre cuestiones bioéticas como la eutanasia y el suicidio asistido, es común ver que se parte de falsos supuestos. Para llegar a conclusiones que pareciendo evidentes, no tienen ningún fundamento en la verdad y suelen desviar la atención del verdadero núcleo del debate.
Si se quiere debatir con seriedad y responsabilidad es preciso ser críticos con los malos argumentos y desmontar falsos supuestos, sea el tema que sea.
Por ejemplo, muchos confunden la eutanasia con la sedación paliativa. La sedación al final de la vida es éticamente correcta y legal, ya que su objetivo es reducir la conciencia del paciente cuando hay síntomas de difícil control y sufrimientos insoportables.
Pero la sedación no mata al paciente. Muere por la enfermedad, pero sin sufrir.
En cambio, la eutanasia es una acción que busca provocar la muerte de la persona.
Cuando se confunden, se llega a conclusiones equivocadas, como cuando se pretende argumentar a favor porque supuestamente “ya se practica” cuando se seda al paciente.
La falacia ad hominem
La falacia más extendida en los debates es la conocida como “ataque al hombre”, que consiste en atacar a la persona en lugar de presentar argumentos.
Cuando alguien afirma algo difícil de refutar, se le responde: “Pero usted hizo tal cosa”, como si con eso respondiera al argumento anterior.
Un ejemplo sería cuando alguien presenta argumentos racionales, basados en el puro razonamiento lógico y en la defensa de los Derechos Humanos para oponerse a la eutanasia y alguien le responde: “Pero usted es católico ¿no?”.
Como si al decir eso acabara con sus argumentos o estuvieran “contaminados” de doctrinas teológicas en un debate laico.
Es una forma de estigmatizar al otro y de no aceptar sus argumentos porque no se los sabe rebatir. Es una forma cómoda de silenciar al oponente sin presentar argumentos.
¿Imposición de valores religiosos?
En estos debates se suele decir “Que no nos vengan a imponer valores religiosos”, aludiendo a la postura contraria a la eutanasia, esgrimiendo que es por motivos religiosos. Lo cual es totalmente falso, pero se acepta sin decir nada.
Este es tal vez el más repetido, infundado y absurdo de los argumentos. La Declaración Universal de Derechos Humanos y los códigos de ética médica no tienen un fundamento teológico ni citan la Biblia.
¿Quién prohíbe la eutanasia? ¿Las religiones? No. Está prohibida en la mayoría de los países del mundo porque es un delito, porque es una forma de homicidio, al igual que la colaboración con el suicidio (suicidio asistido).
La Asamblea Médica Mundial que volvió en 2019 a ratificar su condena a estas prácticas en los países donde es legal ¿se basa en la Biblia? ¡Es claro que no!
¿Argumentos o acusaciones?
Pocos parecen reparar en por qué es un delito, o por qué va contra la ética médica.
Muchos se concentran en hacer creer que quienes se oponen, es por motivos religiosos.
Afirmar que la oposición a la eutanasia se basa en creencias religiosas pone de manifiesto la ignorancia o la mala intención, para falazmente no atender los argumentos que no se quieren escuchar.
Es como si le preguntara cuál es su ideología política, su equipo de fútbol o su escritor favorito, para decirle que está equivocado.
Los creyentes pueden tener argumentos religiosos, pero si no los usan y entran al debate público apoyados en razones que todos podamos compartir, ¿cuál es el motivo de estigmatizarle por tener creencias religiosas?
¿Es el ateo o el agnóstico epistemológicamente más “neutral” en ideas y creencias? No seamos ingenuos.
Además de que hay religiosos a favor de la eutanasia y ateos en contra, no es una cuestión “fundamentalmente” religiosa, sino una cuestión ética, en todo caso donde hay visiones antropológicas distintas.
De hecho, ni siquiera existen dogmas religiosos sobre este tema, pero se ha vuelto una creencia popular.
La falacia del hombre de paja
Una estrategia falaz muy utilizada en las redes sociales consiste en atribuir al oponente argumentos que en realidad no sostiene.
Así, con el entusiasmo de que al refutarlos se demuestra la debilidad del argumento contrario, cuando en realidad no representa el pensamiento real de quien es cuestionado.
Permanentemente se atribuyen argumentos inexistentes a quienes no piensan de ese modo, solo para refutarles sin dejarles hablar.
Se dice que quienes se oponen a la eutanasia es porque “quieren obligar a la gente a vivir”, o porque “quieren imponer sus valores a toda la sociedad”.
Lo cierto es que en general argumentan contra ideas inexistentes. La pereza para pensar lleva a discusiones simplistas y superficiales que polarizan más la sociedad.
Cuando nos inventamos los argumentos del contrario, es imposible un debate que llegue a algún esclarecimiento del tema.
Aquí es muy común ver como funcionan las etiquetas.
Sin preguntarle al otro lo que piensa, solo porque pertenece a determinado partido político o a determinada opción en materia religiosa, ya se presupone que se conocen todas sus ideas sobre todos los temas.
Así se crea siempre un mundo de fantasías que demoniza al otro sin atender sus razones ni tratar de comprender los valores que defiende.
La manipulación del lenguaje
Escribió Albert Camus: “He comprendido que toda la infelicidad de los hombres procedía de no emplear un lenguaje claro” (1947, La peste) y que “la lógica del rebelde estriba en esforzarse por mantener un lenguaje claro, a fin de no hacer más densa la mentira universal (El hombre rebelde, 1951).
Es cada vez más frecuente crear confusión en el lenguaje para hacer pasar el mal por bien, el egoísmo como altruismo, o la indiferencia como compasión.
Así llegamos cuando se dice que la eutanasia es un “nuevo derecho”, cuando es un antiderecho. Es una forma de homicidio que atenta contra un derecho fundamental y quita garantías al paciente.
Hay proyectos de ley donde explícitamente se llama “muerte natural” a la eutanasia, cuando es una muerte provocada artificialmente, no una forma natural de morir.
Sí, no es ciencia ficción: le llaman “muerte natural” a dar una inyección letal a una persona.
Es absurdo. Sin embargo, ya aparecen usos confusos e irracionales de los conceptos en textos legislativos para poder hacer pasar graves atentados a la dignidad humana como si fuera una defensa de derechos.
Y si alguien intenta hablar claro y llamar a las cosas por su nombre se lo acusa de extremista. Como cuando se quiere explicar que la eutanasia es un homicidio, porque no es otra cosa que matar a otro ser humano.
Una “muerte digna” es morir aliviado, acompañado, aliviado en los sufrimientos y en paz.
Una “muerte digna” no es matar a la persona porque nadie se ocupó de aliviar sus sufrimientos.
Así los eufemismos en el lenguaje se usan para suavizar expresiones que no serían fácilmente aceptadas.
A matar una persona le llaman “ayudar a morir”, como si le hicieran un favor.
¿Progreso o regresión?
Cambiando el lenguaje llegan a cambiarnos la percepción de la realidad dando por bueno un grave atentado a la dignidad humana; y llamando progreso a una regresión cultural que descarta seres humanos por hacerles pensar a ellos mismos que sus vidas no tienen más valor ni dignidad.
Como expresó recientemente el Dr. Marcos Gómez Sancho, referente internacional en Cuidados Paliativos: