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Cuando sociedad civil detecta necesidades desatendidas de amplio calado social, se organiza en el tercer sector para darles respuesta. (Tercer sector entendido como todo aquello que no es sector público – el primer sector –, ni sector lucrativo – segundo sector –).
Las entidades del tercer sector de acción social nacen de la iniciativa privada y, sin ánimo de lucro. Buscan resolver problemas que sin su concurso quizá no tendrían solución: atender a familias migrantes de una etnia concreta; a desempleados de larga duración que sobreviven, pero están muy solos; a colectivos con viviendas en riesgo de pobreza energética; o a los sin techo que no saben encontrar cobijo.
Al Estado del bienestar, que en sus crisis de las últimas décadas pierde capacidad de acción, le interesa que el tercer sector de acción social funcione. Y en esta línea le va a exigir que se registre; y luego le va a demandar ser muy transparente en sus fines y en sus medios. Así, las entidades del tercer sector van a ser objeto de un meticuloso rendimiento de cuentas.
El Estado, que a menudo es parte de su fuente total de ingresos, medirá su organización, gobierno y sus balances; y el carácter desinteresado de su misión presente en sus propios estatutos.
Pero para que esta relación entre el Estado y tercer sector mejore, es imprescindible que el propio Estado reconozca sus limitaciones y optimice la eficiencia de los impuestos. Y que lo haga con humildad, sabiendo que los tiempos del Estado omnipresente se han acabado.
Hay que empezar por dar paso a la sociedad civil que sabe muy bien lo que quiere y qué necesita. Y el Estado probablemente lo que debe hacer es recaudar mejor y más impuestos, pues hacienda, lo sabemos bien, tiene los instrumentos.
Un Estado burocrático y poco ágil
Estado liberal del siglo XXI es tan burocrático y abstracto, hoy exhausto y limitado, que se le escapan muchos matices sobre las necesidades reales de las personas concretas – de las familias, de los barrios –.
Para alcanzar ese fin necesita, insistimos, el tercer sector de acción social como agua de mayo. El Estado liberal se comporta con muy poca agilidad y a menudo solo responde a grandes números impersonales. Y actúa, en ocasiones, en función de las pautas más cortoplacistas de los partidos que lo dirigen y que ignoran los intereses de los desheredados que no tienen voz (suficientemente alta o suficientemente organizada); y pocos votos en comparación con otros colectivos más influyentes.
Quizá el Estado, sobre todo en el ámbito local, en los municipios, comienza a saber apreciar, percibir y calibrar necesidades sociales y colabora más con el tercer sector.
Pero, según nuestro análisis, el Estado ha perdido la sensibilidad que las comunidades más pequeñas presentaban cuando se proponían atender necesidades reales solidariamente, cívicamente: para ayudar, para prosperar, para hacer crecer el bien común compartido.
Si el Estado moderno ha crecido sobre la base de los intereses individuales, desde una óptica liberal, ahora es el momento de recuperar la perspectiva del bien común; pues hoy, ahora mismo, el malestar social es irrespirable.
Creemos, en este sentido, que las personas concretas, en organizaciones más a ras de suelo del tercer sector y con más ductilidad, son quienes pueden resolver problemas que el Estado es casi incapaz de percibir en su profundidad. Mediadores sociales (sociedad civil) que cerca de los ciudadanos auscultan las necesidades y resuelven los problemas.
El mundo académico, las asociaciones de damnificados o enfermos por distintas causas... el mundo del voluntariado puede comenzar a ser el mejor auditor del Estado
El mercado, las empresas también pueden ser solidarias
Por su parte, el mercado de entrada no ve negocio en atender, por ejemplo, unas bolsas de pobreza que van a generar pocos beneficios. Pero si sigue reduciendo sueldos, robotizando para crecer (creemos que contar con robots debería suponer pagar impuestos impuestos), se va a a quedar sin clientes.
Por afán de supervivencia el sector privado ha de responsabilizarse. Sin embargo, ahora mismo, estas masas más depauperadas desaparecen de los balances de las grandes empresas o de los grandes fondos de inversión internacionales. Ahí no existe la solidaridad y solo cuenta el beneficio más alto posible.
Pero estas dinámicas ya no son sostenibles ni social ni medioambientalmente. Solo un ejemplo: el sector privado lucrativo (nacional o internacional), los grandes tenedores pueden comprar edificios y expulsar al finalizar los contratos, con alquileres inasequibles, a los inquilinos que apenas llegan a fin de mes; para cambiarlos por inquilinos con mayor poder adquisitivo.
Sin embargo, hay otros caminos. Viviendas sostenibles, constructoras en cooperativas. Y es verdad que algunas empresas pueden actuar en este mundo solidariamente cuando buscan publicidad.
Algunos negocios pueden aumentar la reputación de su marca para vender más si saben aliarse con el tercer sector. Las empresas que puedan demostrar que son responsables pueden acabar siendo imbatibles si acaban colaborando con el tercer sector.
¿Es una actitud altruista? Creemos que el interés económico, de entrada, puede acabar en solidaridad real. Sin embargo, no es lo más común. En cualquier caso, las empresas que viven su responsabilidad social corporativa de un modo real son las que pueden tener un papel social más relevante y además facilitar la ansiada cohesión social a la que se enfrenta el tercer sector.
Y en los próximos años se irá viendo que la cohesión social, las comunidades llenas de confianza, son el mejor hábitat para las propias empresas. Y sus trabajadores serán empleados con mayor capital humano en tanto en cuanto se sientan bien tratados y bien pagados por directivos con responsabilidad y sueldos decentes.
La sociedad civil más cívicamente emprendedora, pero sin tantos recursos, lo está proponiendo hoy.
Algunas vías de interés
Las empresas y el Estado, las autonomías, el ámbito municipal, si son responsables, han de apuntar a una colaboración, mucho más estrecha que la actual, con el tercer sector de acción social. Y dejarse aconsejar por este.
Un ejemplo: aumentando las desgravaciones fiscales de las empresas socialmente responsables y solidarias que invierten en el barrio en el que se ubican: en forma de mejores escuelas y bibliotecas. ¿Lo harán a través de Fundaciones poco desinteresadas pero efectivas socialmente? Adelante.
Sin embargo, creemos que el Estado aún no ha intentado favorecer suficientemente al tercer sector. La administración debería promover un crecimiento de las enseñanzas regladas en este campo: que el tercer sector fuera un lugar para actuar socialmente; y a la vez, ganarse la vida en sueldos razonables.
Hay que excluir siempre el afán de lucro final que pervertiría este tipo de iniciativas tal como ellas mismas se presentan. Objetivo prioritario: pagar sueldos.
El tercer sector no solo vive de los voluntarios, muy necesarios, sino de profesionales capaces de resolver problemas sociales de gran trascendencia. Por ejemplo, refundar barrios de alta violencia en los que ni se puede vivir, ni estudiar ni prosperar.
Desde luego muy a menudo a partir de fondos públicos gestionados con inteligencia. Subvenciones que serán empleadas exigiendo, insistimos, la profesionalidad y la transparencia de estas iniciativas del tercer sector
Un tercer sector de acción social aún pequeño
En la actualidad, el tercer sector social integra 30.000 entidades y más de 2 millones de personas para realizar su labor. La financiación proviene principalmente de las administraciones públicas que, con más de 6.500 millones de euros, aportan el 62% del total de los recursos del sector.
Creemos que es muy poco tamaño para la inteligencia y la solidaridad que despliega el tercer sector de acción social en ayudas para los excluidos y los que padecen la peor parte de las sucesivas crisis: financiera en 2008 y la pandemia aún vigente y que marca los años de 2020 y 2021.
Y es que el tercer sector de acción social actúa en lo concreto y visibiliza lo más oculto entrando, casi con unas pinzas minúsculas, para resolver lo que no funciona; dado que el Estado no llega o las empresas no ven retornos inmediatos.
Desde estas líneas, además, creemos en un tercer sector que debe actuar mancomunadamente entre sus distintas iniciativas; y que es capaz de convertir, desde distintos vectores, barrios depauperados en comunidades reconstruidas no solo desde su acción institucional y hasta cierto punto externa. Sino también en el contagio solidario de sus propios habitantes afectados.
Es decir, se empieza en iniciativas muy institucionalizadas, pero se acaban creando sinergias solidarias en aquellos ciudadanos que anduvieron agazapados; y que ahora salen de sus casas para, utilizando términos muy coloquiales, “echarle un capote al barrio, pues el barrio somos todos”.
Desde una escuela comunitaria plagada de servicios, desde una parroquia socialmente comprometida, desde el casino de toda la vida que ha habilitado unos terrenos, cedidos por el ayuntamiento para atender a familias en crisis.