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Hace siete años, la periodista y escritora Natalia Sanmartín protagonizó un inesperado fenómeno literario. Su libro ‘El despertar de la señorita Prim’, completamente ajeno a las modas del momento, se convirtió en un éxito imprevisto que suma ya 20 ediciones en España y ha sido traducido a once idiomas en 75 países, entre ellos la mayoría de los de la América Hispana.
La novela demostraba que había público para otro tipo de historias y que era posible hablar de fe en una obra de hoy. Su impacto fue tan grande que Josep Pierce la incluyó en su lista de las 12 mejores novelas católicas contemporáneas, en la que sólo hay dos que no son anglosajonas y únicamente la de Sanmartín está escrita en español.
Aquel libro le puso en contacto con tres abadías benedictinas, las de Le Barroux, en Francia (masculina y femenina), y la de Clear Creek, en Oklahoma, y ambas, de un modo u otro tienen la culpa de que el año pasado lanzara una nueva obra, otra vez a contracorriente, ‘Un cuento de Navidad para Le Barroux’, que estos días se ha reeditado y ha vuelto a ocupar los escaparates de las librerías.
- El éxito de ‘El despertar de la señorita Prim’ sorprendió. ¿Demostró la novela que había una necesidad sin cubrir?
No podría decírselo. Yo no esperaba que saliese así. Sabía que consolaría y animaría a alguna gente que vive su fe, incluso dentro de la iglesia, con dificultades e incomprensión, fundamentalmente católicos tradicionales, fieles a la liturgia antigua. Pero no imaginé que llegase a tantas personas y mucho menos que se publicase en tantos países.
Creo que parte de lo que sucedió se debe a que cada vez hay más gente que añora un modo de vida que ha desaparecido casi por completo, más sencillo, y más humano, pero también a una nostalgia que casi todos tenemos en el corazón, que es inherente al ser humano, y que tiene que ver con la búsqueda de Dios.
“Cada vez más gente añora un modo de vida más humano”
- La novela se ha convertido en un emblema de un cierto talante.
La novela ha llegado a la gente a la que yo quería que llegase y eso ha sido algo muy bonito para mí. En algunos casos se ha convertido en una especie de símbolo del deseo de mucha gente de resistir frente a la apisonadora de la cultura moderna y de recuperar una forma de vida más independiente, y más tradicional.
“Creo que no existe ningún feminismo bueno, porque parte de una concepción errónea de la naturaleza humana”
– En la novela presentaba de forma suave una crítica muy clara a la visión feminista de la realidad que parece haberse impuesto. Pero ¿existe la posibilidad de un feminismo bueno?
Creo sinceramente que no existe ningún feminismo bueno. Es una ideología y tiene el problema básico de todas las ideologías, que tratan de transformar la realidad y hacerla a su medida, son experimentos de laboratorio que no encajan con la naturaleza humana, que no funcionan sobre el terreno, que enfrentan, dividen, confunden y provocan un enorme sufrimiento.
– Dentro de la Iglesia no faltan quienes intentan el encaje.
Sé que hay intentos de buscar un feminismo católico, o un feminismo conservador, pero el problema del feminismo está en sus raíces, porque parte de una concepción errónea de la naturaleza humana, del hombre y de la mujer y de la relación entre ambos sexos, que no es de oposición, sino de complementariedad. Sólo lo diferente puede complementarse, las cosas iguales no se complementan. A partir de esa diferencia se ha construido buena parte de la literatura universal, de la poesía, de la música y del arte.
Mark Twain escribió un librito muy breve y poético, y también muy divertido, que se llama Los diarios de Adán y Eva, en el que Eva reflexiona sobre por qué ama a Adán. No canta nada bien este Adán, piensa; no es demasiado delicado, es rudo; no tiene intuición, y además habla muy poco. ¿Por qué le amo? Y su respuesta es muy simple: porque es masculino; es decir, porque es distinto a mí, y porque es mío, porque su corazón es mío.
– ¿Cómo cree que debería afrontar un creyente el intenso proceso de secularización en el que estamos inmersos? Las dos opciones que aparecen a la vista son: alejarse del mundo (la opción benedictina), que es la opción que reflejaba en su novela, o enfrentarse al mundo (la guerra cultural).
Esta es una cuestión prudencial, es una decisión que cada uno debe tomar en función de su estado de vida y de sus circunstancias. Pero sea lejos del mundo o en el medio de él, la Iglesia ha enseñado siempre que los cristianos no pertenecen al mundo, viven en él, pero no pertenecen a él, y por eso deben tratar de mantener una sana distancia con ese mundo, entendido como todo aquello que nos separa de Dios, que puede hacernos olvidar por qué y para qué hemos ido creados.
Kierkegaard lo dice de un modo muy breve y muy sencillo en una parte de sus diarios: necesitamos “un poco de gravedad” en medio del mundo, de recogimiento, para recordar hacia dónde nos dirigimos, dónde está nuestro hogar y cuál es el camino que lleva hasta allí.
“Hemos abierto la puerta a una idea ajena a la Iglesia y a la tradición, la de que la fe debe adaptarse al paso del tiempo”
– Vivimos tiempos de desorientación profunda, de confusión y de incertidumbre. Quizás nos habíamos apoyado demasiado en el catolicismo sociológico, en la fuerte presencia social de la Iglesia.
Sin duda el entorno ayudaba, la cultura ayudaba, aunque a la hora de la verdad lo que cue-nta es la relación del alma con Dios, y la distancia entre el alma humana y Dios es la misma siempre.
Sí, estos son tiempos de confusión y desorientación profunda. Creo que hoy, en medio de una Iglesia abierta en canal, devastada y dividida, secularizada desde dentro y desde fuera, es inevitable preguntarse a dónde nos ha llevado la primavera que se prometió a nuestros padres hace sesenta años, la anunciada apertura al mundo y el alejamiento de la tradición milenaria de la Iglesia.
– ¿Y adónde cree que nos ha llevado?
Hemos abierto la puerta, pero lo hemos hecho a la secularización, a la idea absolutamente ajena a la Escritura y a la tradición de la Iglesia de que la fe es algo que cambia con el tiempo y que debe adaptarse al paso del tiempo.
Se ha desacralizado la liturgia, se ha banalizado el lenguaje en el culto, se han abandonado las formas de piedad clásica cristiana, se ha despojado la administración de los sacramentos de la reverencia que la Iglesia siempre les otorgó, y se transmitido una doctrina en muchos casos diluida. Todo esto ha destruido el misterio, ha oscurecido la sacralidad en el culto y ha disuelto la fe de muchas personas.
No puede existir unidad sin verdad
- ¿Por qué resistirse al mundo moderno en vez de intentar adaptarse? ¿Cómo discernir qué rechazar y qué acoger?
El rechazo a la modernidad no puede ser un absoluto, eso sería una postura irracional y desde luego no sería católica, porque es propio del catolicismo distinguir y diferenciar. Lo que hay que rechazar y resistir son los errores.
-Que son…
El primero de los errores es colocar al hombre como centro de todo y excluir a Dios; también el considerar que todo lo nuevo es bueno por el mero hecho de ser nuevo, que las tradiciones y la cultura deben ser arrinconadas y sustituidas por un ídolo llamado progreso. En realidad, la brújula para navegar es muy antigua y muy clara: todo lo que favorece la relación del hombre con Dios es bueno y todo lo que la obstaculiza no lo es.
– No faltan voces que abogan por un ecumenismo entendido como avanzar hacia una nueva religión que aglutine lo que las distintas religiones tiene en común.
El único camino válido para el ecumenismo es el de la verdad; no puede existir unidad sin verdad. La Iglesia Católica no sólo guarda la sucesión apostólica, sino que conserva el depósito de la fe, más allá de que estemos viviendo una crisis muy profunda en la que una buena parte de ese depósito esté siendo atacado o puesto en cuestión.
Esa es la idea que siempre ha enseñado la Iglesia y es el único ecumenismo real. Un ecumenismo que se limita a buscar un punto medio entre la verdad y el error no es más que otra forma de error, por amable y tolerante que pueda sonar la idea.
– En su opinión, ¿qué es lo fundamental que un cristiano debería aportarle a su entorno en su vida cotidiana?
Es una pregunta difícil. A mí me parece que es importante tratar de compensar la desaparición de la piedad cristiana tradicional, del lenguaje clásico cristiano, que ya no está presente en la mayor parte de las homilías, de las catequesis, de las celebraciones litúrgicas, introduciéndolo en la propia vida, en el hogar.
Y me parece que la mejor forma de hacerlo es descubriendo el oficio divino tradicional, que además es fácilmente accesible en internet, y en el que no solo rezamos al Dios tierno que nos ama, sino también al Dios guerrero de los Ejércitos, y aprendemos que uno y otro son el mismo Dios.
Leer también a los Padres, leer la Escritura, y si es posible acercarse a la antigua liturgia y dejar que moldee nuestra fe, como hizo con la de todos los cristianos que nos precedieron, entre ellos los grandes santos.
– Usted es una gran defensora de la liturgia tradicional, que recientemente ha sido limitada por el Papa. ¿Cómo lo interpreta?
Bueno, me parece que limitar es una palabra muy suave; el fin de Traditiones Custodes no es limitar, sino eliminar, no es necesario interpretarlo, esa labor ya ha sido hecha. Es una medida brutal y profundamente dolorosa, realizada sin asomo de misericordia hacia los fieles y en contradicción con esa maravillosa explicación sobre el desarrollo orgánico y sobre los valores no negociables de la liturgia que Benedicto XVI nos transmitió durante su pontificado.
Se ha expulsado a un enorme número de fieles al desierto con una dureza asombrosa que no vemos utilizar, en cambio, para atajar los grandes males que desangran la Iglesia.
Dicho todo esto, creo que se está olvidando algo muy importante que me parece fundamental recordar: la liturgia tradicional no pertenece a ningún grupo dentro de la iglesia, sino que pertenece a los católicos, es patrimonio de todos como el inmenso tesoro que es.
Es la misa de nuestros antepasados, la misa que ha santificado a nuestros grandes santos y a la mayor parte de las generaciones de cristianos que nos han precedido. Creo que es un deber de todos defenderla como parte de la tradición de la iglesia.
– ¿Y cómo se la puede defender?
Podemos defenderla con la oración, rezando por la Iglesia en este terrible momento histórico, pero tratando también de conocerla, de celebrarla, de acercarse en lo posible a ella para descubrir su enorme profundidad y sacralidad, que es mucho más importante que su belleza.
“El corazón de la Navidad es sacramental y sagrado”
– ¿No teme que puedan reprocharle estas declaraciones?
Todos los que amamos la liturgia tradicional hemos pagado un precio alto por ella. Mi experiencia es que no hay marcha atrás en el amor a la misa, no hay marcha atrás ni en la piedad ni en el corazón.
No sabemos lo que sucederá en el próximo pontificado, cuánto durará esta situación, pero toda la Iglesia debería estar unida en esta travesía amarga. Todos deberíamos recordar que al igual que se nos ha transmitido la fe de los apóstoles y el culto a los mártires y a los santos, la Iglesia ha custodiado durante siglos la sacralidad milenaria de la antigua liturgia y que conservarla nos atañe a todos.
– Su último relato, ‘Un cuento de Navidad para Le Barroux’ trata sobre el misterio de la Navidad. ¿En qué consiste ese misterio?
En algo que hemos oído muchas veces, pero que sigue siendo tremendamente enigmático: el hecho de que Dios haya irrumpido en la historia encarnándose y haciéndose hombre, naciendo como un niño indefenso en un humilde pesebre para redimir y rescatar la naturaleza humana.
Hay mucha gente que no ha oído hablar de esto, más que como un recuerdo infantil, y otros que lo han oído tantas veces que han perdido la capacidad de deslumbrarse y de caer de rodillas.
– Lo que más sorprende de su relato es que trate tan abiertamente sobre la fe y sobre la experiencia religiosa. Pero bien pensado, lo verdaderamente llamativo es que esto nos parezca relevante en un cuento de Navidad.
Estoy de acuerdo. Y me parece que es algo para reflexionar por parte de los cristianos. La Navidad es una fiesta alegre y familiar, pero es, sobre todo, una fiesta de recogimiento y de profunda esperanza; vivirla así depende de cada uno.
Hay un texto muy bonito de C. S. Lewis que contrapone las dos navidades, la Navidad con mayúscula y las navidades mundanas, esas en las que puede encontrarse de todo y cabe todo, excepto Cristo.
– Usted huye del molde humanitario en el que suelen inscribirse este tipo de historias navideñas, como mínimo, desde Dickens. Y frente a ello, apuesta por el valor del rito.
Yo diría que apuesto por la verdad sobre la Navidad, por el corazón sacramental y sagrado de la Navidad. No por la cáscara, no por el envoltorio, sino por el núcleo del misterio, por la cosa en sí. La alegría, la celebración, los regalos, los buenos propósitos, las tarjetas de felicitación, todo eso tiene que ver con la Navidad, y es algo hermoso, pero no es la Navidad.
– El lazo con la madre es clave en el conocimiento que el niño tiene de lo religioso.
Sí, yo creo que el hogar es el lugar natural de transmisión de la fe y que las madres son, en los primeros años de la vida de un niño, la figura central en ese proceso. Ni la iglesia, ni las clases de religión ni los grupos de catequesis pueden sustituir ese papel.
Pero precisamente porque es fundamental, es necesario purificar y profundizar en la propia fe, dedicar tiempo a la contemplación, porque nadie puede transmitir lo que no tiene. No hay nada más importante que eso en un hogar cristiano. Y buena parte de la crisis que vivimos tiene que ver con que ese proceso de transmisión se ha debilitado o ha desaparecido, y con que la fe que transmitimos no siempre es la fe que tradicionalmente ha enseñado la Iglesia, sino una fe diluida y muchas veces adulterada y secularizada.
– Hay algo intensamente dramático en un niño de 8 años con dudas de fe. Y eso es así porque usted las trata con absoluta seriedad.
A mí me parece que la fe es siempre algo serio, es algo grave y hermoso; y si estamos hablando de fe en sentido real debe tratarse con seriedad. Si de lo que se trata es de meras normas de comportamiento ético pensadas para educar a los niños y hacer que se comporten bien, entonces puede parecer que el tratamiento es excesivo.
Pero si Dios existe y la fe es algo real, que es uno de los temas que aborda el cuento, se trata no ya de algo importante, sino de lo único verdaderamente importante. El niño del cuento tiene una fe fuerte como una roca, aunque él no lo sabe, una fe que se mantiene en medio de la soledad y que busca a Dios incesantemente y sin desesperar.
– Todo gira en torno a la búsqueda de una señal de Dios. Pero usted viene a decir que de lo que se trata es de saber verlas.
El protagonista de la historia pide una señal a Dios durante tres largos años para saber si lo que su madre le contó sobre la Navidad, el Cielo y Dios mismo es verdad. Y las señales comienzan a aparecer poco a poco, aunque él no puede verlas, porque están, por así decirlo, entretejidas con su propia vida.
La idea del cuento es hablar, dentro de lo imposible que es hacerlo, sobre el lenguaje de Dios, sobre la sacramentalidad del mundo, sobre la idea de que Dios habla también a través de las cosas y de la realidad material. San Benito enseña en su regla al monje: “inclina el oído de tu corazón”. Es un lenguaje que habla al corazón.