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En los últimos años han proliferado en Latinoamérica las iglesias cristianas. Creen en Jesucristo pero no son católicos. Sus raíces están lejos de nosotros aunque se han incrustado con habilidad en nuestras comunidades. Sus propósitos no son sólo religiosos.
Buscan poder político y beneficio económico para conseguir mayor crecimiento y estabilidad, ante la desventaja de no tener raíces firmes e instituciones arraigadas en esta parte del mundo.
A principios del siglo XX muchas iglesias evangélicas veían a la política como algo terrenal y mundano y creían que no era propio de ellos involucrarse en ella; pero eso cambió radicalmente en los últimos años, y hoy quieren influenciarla decisivamente y elegir a nuestros presidentes y ministros, a partir de una concepción y praxis alejadas de la sana relación laicalmente autónoma entre fe, Iglesia y política.
Para nadie es un secreto que detrás de Nicolás Maduro en Venezuela están los pastores –como lo estuvieron con Hugo Chávez-; también detrás de Daniel Ortega en Nicaragua, de Jair Bolsonaro en Brasil, de Jeanine Áñez en Bolivia, de Alberto Fujimori en Perú y, en su momento, de Donald Trump en Estados Unidos.
Ya no hay monopolio
Los grupos evangélicos y sus variantes neopentecostales, si bien no tienen la fuerza para sustituir al catolicismo, es verdad que su crecimiento muestra un panorama en el que ya el catolicismo no tiene el monopolio del cristianismo en América Latina.
Y ellas, como las distintas y novedosas ofertas alternativas al catolicismo, tienen un soporte para su penetración: los graves y hasta ahora recurrentes e insolubles problemas sociales de este Continente.
Aún no poseen estas manifestaciones la fuerza para ir en detrimento de la población católica pues las bases de esta -en nuestros países- se afianzan en nuestra propia identidad como naciones. Hace casi mil años que la religión católica llegó a nuestros territorios por lo que su influencia en el desarrollo de nuestras sociedades y la evolución y afianzamiento de nuestras instituciones ha sido muy fuerte. Las variantes cristianas son, básicamente, un producto de importación poco inculturada.
En Estados Unidos, por ejemplo, abundan las iglesias de todo tipo, casi todas con un fundamento cristiano, que han venido sembrando sus creencias en América Latina, extremando su capacidad de adaptación a las expectativas regionales.
«En el espacio de una vida»
Airton Luiz Jungblut -Nueva Sociedad-publicó un trabajo hace unos años en el cual nos hemos inspirado pues hace referencia a los aportes de los principales estudiosos del fenómeno en América Latina quienes, desde perspectivas sociológicas diferentes, analizan el problema ofreciendo luces que nos permiten comprender lo que ocurre, que es complejo y retador.
Hay quienes sostienen que el puritanismo de esos grupos ha venido derivando, gracias a las nuevas tecnologías, hacia una visión y un comportamiento menos rígido, menos pietista, lo que les ha permitido ocupar espacios más mundanos en la sociedad. Especialmente los evangélicos han mostrado un crecimiento innegable, de gran calado.
Muchos ven en los evangélicos un origen vinculado al protestantismo europeo del siglo XVIII. Aunque ya hoy no coincidan en cuestiones fundamentales -y protestante y evangélico no sean la misma cosa- estos grupos incluyen a los mormones (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días), a los adventistas (Iglesia Adventista del Séptimo Día) y a los Testigos de Jehová (Sociedad de Biblias y Tratados Torre del Vigía).
En América Latina, por "evangélico" entendemos cualquier cristiano que no sea católico. A pesar de su anclaje lejano, se presentan como más occidentales por lo que han penetrado el territorio tradicionalmente católico en esta parte del mundo.
En 2015, un completo informe del Pew Research Center mostraba como gran parte del movimiento de deserción del catolicismo en dirección a las iglesias evangélicas ocurrió en un lapso de 40 años, «en el espacio de una vida». Otro importante dato permitió certificar el rol del pentecostalismo en el crecimiento evangélico, ya que la investigación muestra que un promedio de casi dos tercios de los evangélicos (65%) se identificaban como pentecostales.
El problema social subyacente
Se ha determinado que los evangélicos frecuentan puntualmente sus iglesias y son propensos a leer los textos bíblicos más que los católicos. El sociólogo suizo Christian Lalive D’Epinay, quien entre 1965 y 1966 realizó investigaciones sobre el crecimiento del protestantismo pentecostal en Chile, apuntó: «se presenta como una respuesta religiosa comunitaria al abandono de grandes capas de la población; abandono provocado por el carácter anómico de una sociedad en transición».
Es claro que las iglesias cristianas se expanden cuando se independizan de las matrices estadounidenses y empiezan a desarrollarse modalidades más autóctonas, formatos en mayor sintonía con los contextos locales donde se instalaban.
Y, con el tiempo, este argumento parece más sólido: estos grupos no católicos aparecen como una «respuesta» sociológicamente eficiente para mitigar los problemas enfrentados por sectores sociales debido a transformaciones traumáticas. Generalmente, es entre los grupos excluidos de la sociedad, los estratos más pobres, donde se diseminan pues allí esas respuestas han encontrado mayor eco.
¿Nueva Reforma?
Otros investigadores, Stoll y Martin, americano y británico respectivamente, analizan esa expansión como una suerte de explosión que tendría el efecto de una nueva Reforma, favorecedora de una modernización de la civilización de esta región del mundo, históricamente equivalente a la que promovió el protestantismo en Europa y América del Norte desde el siglo XVI.
Con la industrialización y la urbanización, que generaron problemas sociales, se creó un terreno propicio para el crecimiento de estos grupos, pues encontraron la oportunidad histórica de expandirse eficazmente en la región. Se nutren básicamente de sectores populares.
Así penetran las iglesias evangélicas que crecen en América Latina pues proporcionan a los desposeídos un nuevo tipo de grupo social que les permite enfrentar con calidez existencial los infortunios causados por las violentas transformaciones sociales y la indiferencia burocrática del Estado frente a ellas. Eso sostiene Stoll. Y tiene sentido.
Para los sectores olvidados y desesperanzados es tremendamente atractiva la invitación a sumarse a una comunidad que los acoge y escuchar un mensaje liberador que proclame otra ética y prometa, mágicamente, un futuro distinto: “Pare de Sufrir” es la consigna de un famoso grupo brasilero que ha instalado iglesias en varios países.
No todo lo que parece, es
Otro especialista, Paul Freston, actualizó el debate haciendo notar que la iglesia evangélica, al dejar de crecer, se estancará y sufrirá transformaciones internas tal y como ha ocurrido en Brasil, por ejemplo.
Al mismo tiempo, Freston asegura que hay un techo protestante que contrasta con el límite al declive católico pues hay, en nuestros países, un núcleo católico sólido que no va a desaparecer. Considera difícil que el descenso católico llegue a niveles realmente preocupantes pues, aunque reduzca sus porcentajes, no obstante saldrá revitalizado, más practicante y comprometido.
Cuando ganó Jair Bolsonaro la presidencia de Brasil, los titulares de los diarios rezaban: “¿Evangélicos al poder en América Latina?”. A estas alturas, no solo no ha sido cierto, sino que el declive de Bolsonaro podría arrastrar consigo el prestigio de los factores evangélicos enrolados en política.
Hasta hace un par de años los evangélicos estaban logrando una inédita influencia en el continente. El izquierdista López Obrador no dudó en incluir un partido evangélico en la alianza con la que buscó ganar las elecciones mexicanas. Igualmente en Venezuela, donde Chávez llegó al poder promoviendo el evangelismo para hacer sombra a la Iglesia Católica. No obstante, pastores muy prestigiosos han sabido mantener su distancia mientras otros, los menos, aún habiendo sido exitosos en alguna contienda electoral, se encuentran en profundo cuestionamiento por sus manejos políticos y financieros, con el consiguiente descrédito para sus grupos.
De los templos a la política
Según informes del Pew Research Center, los porcentajes varían entre alrededor de un 15% de protestantes en la Argentina hasta el 40% en América Central, pasando por más del 25% de Brasil, y la mayoría de estos protestantes son evangélicos. La novedad de estos tiempos es el pasaje -con éxito desigual- de los templos a la política, asumiendo posiciones conservadoras y de derecha.
En Costa Rica lograron avances con un periodista y cantante de música cristiana que logró pasar a la cabeza en la primera vuelta de una elección como candidato del partido evangélico Restauración Nacional. En Colombia los evangélicos contribuyeron visiblemente a la victoria del No a los acuerdos de paz en el referéndum de 2016. La consigna era: "Jesucristo es el único que puede traer la paz que tanto anhelamos", con innegable acento fundamentalista. En el Movimiento al Socialismo de Bolivia también destacaban militantes evangélicos. El problema es que hoy no muchos arriendan la ganancia a esas incursiones en el fangoso terreno de la pugna por ejercicio del poder.
“Salvando” a la humanidad
Con los fuertes éxodos hacia lugares estratégicos del mundo, también viajan las iglesias y sus creencias y prácticas. El profundo secularismo que avanza en Europa y los brotes de rebeldía en Estados Unidos, aunados a los problemas sociales que implica la recepción de migrantes, puede ser el terreno propicio para que evolucionen nuevas propuestas de militancia religiosa.
Es cierto que los fundamentalismos religiosos, en sus versiones cristianas, se expanden por el continente americano (sin obviar que también existe el fundamentalismo católico). Y su ascenso supone un reto para las democracias de la región. "No es casualidad que la mayoría de los líderes de tendencia autoritaria que existen en el continente, tengan detrás de sí el apoyo muy fuerte de los pastores evangélicos”, ha subrayado Ariel Goldstein, doctor en ciencias sociales y autor del libro "Poder evangélico: cómo los grupos religiosos están copando la política en América”.
Se consideran a sí mismos "salvadores de la Humanidad”. Creen que gobernar es un mandato divino, y hacen todo lo que está a su alcance para lograrlo. Defienden una sociedad patriarcal, valores ultraconservadores.
Lo que parece probable, en la línea de Freston, es que América Latina vea un protestantismo grande pero fragmentado y un sector considerable de religiones no cristianas y de personas «sin religión». Los grupos no católicos serán incapaces de crear instituciones representativas sólidas. Ninguna denominación estará en condiciones de rivalizar aisladamente con la institución católica, si bien para ésta el problema no es el competir en proselitismo, y seguramente tendremos un amplio sector no religioso pero sin el secularismo europeo.