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Reedito este artículo después de haber dado positivo en Covid. Me toca sobrellevar, en primera persona, esta situación con paz y serenidad y con el bicho dentro de mi casa. De los seis miembros de mi familia hemos caído cuatro. Mi marido resiste al igual que mi hijo pequeño.
La situación es la siguiente: los enfermos nos hemos confinado en mi habitación, que es la más grande. Mi marido, mientras tanto, no para: comidas, desinfección, aparte de sacar horas para su trabajo.
Los niños perciben nuestra inquietud, no se les escapa una. Escuchan nuestras llamadas de teléfono (es lo que tiene estar confinados tan juntos, que no hay intimidad). También captan nuestras conversaciones de mi habitación al salón, a grito pelado, mientras mantenemos las distancias.
A pesar de todo esto que nos ocurre, ¿se puede hacer llegar la paz a los de nuestro alrededor, mientras vivimos la enfermedad en carne propia? Mi respuesta es sí.
Dos años sin darnos la paz con la mano
Llevamos casi dos años sin darnos la paz físicamente en la Santa Misa. Ese gesto después de recitar el padrenuestro que nos hacía partícipes de la paz del Señor. Es mucho tiempo sin trasladar al otro nuestros deseos de perdón, de amor, de esperanza, de unión, de alegría…
¿Para qué servía este rito? ¿Por qué tenía lugar precisamente antes de la Comunión? Porque para poder recibir a Jesús, antes debíamos perdonarnos y acogernos los unos a los otros. Sería un poco incoherente recibir al Señor estando peleado con la persona que tienes al lado.
Ahora lo hemos sustituido por un intercambio de leves inclinaciones de cabeza a los más cercanos a nuestro banco. Pero ahí queda todo.
Sin embargo, ¿cómo ser una persona transmisora de paz hoy? Afortunadamente, existen otras formas a través de las cuales podemos ser donadores de paz, por ejemplo a través de la palabra y de nuestros gestos.
Ser alarmista no lleva a la paz
Es fácil, con todo lo que estamos viviendo, caer en el alarmismo; que es lo contrario a la paz. Olas, tests, vacuna o no vacuna, contagios, confinamientos… y un sinfín de cosas más que nos hacen “perder la paz”. Sin querer, estos nombres forman parte de nuestro vocabulario habitual y nos llenan de preocupación y ansiedad.
Creo que, a estas alturas de la pandemia, nos conviene a todos un soplo de aire fresco esforzándonos en hablar de otros temas que no tengan una relación directa con la crisis sanitaria. Hay miles de cosas maravillosas sobre las que hablar: proyectos, sueños, Dios, familia, amistad, trabajo, hobbies, verano...
Creo que es necesario sobre todo por nuestra salud mental. Yo, al menos, me lo he proopuesto.
“Hacer drama” tampoco es amigo de la paz
Tampoco se debe caer en el dramatismo. Nos encanta magnificar o exagerar lo que ocurre en realidad. Parece que si contamos las cosas de este modo ganamos en credibilidad y logramos así la atención de los demás.
Propongo en cambio contar las cosas que nos suceden con verdad, y siempre con un halo de esperanza y confianza en Quien sabemos que nos sostiene y está pendiente de nosotros. No por quitarle exageración nuestras cosas son menos importantes.
El pesimista es enemigo de la serenidad
Otro hándicap que nos pone trabas para obtener la paz y así poder entregarla es el pesimismo, o cuando vemos el lado más negativo de las cosas. Ver la vida bajo ese prisma nos llena de inquietud y miedos.
Por eso te aconsejo no leer demasiado las noticias y, en cambio, sí informarte a través de los artículos que ofrece Aleteia. No todo en la vida son datos negativos, corrupción política ni desastres naturales. También ocurren historias increíbles que a través de nuestra firma queremos haceros llegar.
Por tanto, se transmite la paz sin ser alarmista, ni dramático ni pesimista.
Antes de terminar, quiero aprovechar para citarte a Charles Péguy, filósofo francés del siglo XIX, que en su obra "El misterio de los Santos Inocentes" da algunas pistas sobre cómo encontrar la paz:
Que viene a ser lo mismo que descansar en el Señor y tener una confianza plena en Él.