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—Me siento muy deprimida, pues con poco más de cuarenta años, no me he casado y muchos de mis proyectos relacionados con ello han quedado solo en sueños, contaba en consultoría una mujer de agradable presencia y evidente baja autoestima.
Estos años, he andado con el corazón en la mano con la esperanza de que algún príncipe azul, ya no tan primaveral, aparezca a la vuelta de la esquina, y más de una vez he aceptado relacionarme con la persona equivocada. Luego me di cuenta de que sería peor el remedio que la enfermedad.
—La verdad es que se encuentra en una excelente edad para ya no cometer errores, aprendiendo a vivir a plenitud, y la mejor forma de lograrlo, es enfrentándose con la verdad de sí misma, de manera que su condición de soltera pueda asumirla de una forma diferente y positiva, intervine con actitud convencida.
—Eso me suena a lo que he escuchado en pláticas de autosuperación y leído en ciertos libros, donde se recomienda hacer y dejar de hacer tales y cuales cosas, para encontrarse con el amor y el éxito, pero todo han sido pamplinas.
—Pasa que no hay recetas mágicas para ello, sino que se trata fundamentalmente de purificar el corazón.
¿Dónde está la diferencia?
—Explíqueme, por favor, la diferencia entre lo que me quiere decir y lo que he leído y escuchado de los gurús del éxito sentimental.
—Bien, imagine que usted es un poco miope y desea aprender a pintar paisajes. Entonces lo que procede, antes que nada, es adaptarse lentes con una buena graduación que le permita apreciar lo mejor posible relieves, colores, detalles…
En este caso “adaptarse lentes” significa mejorar nuestra humanidad aprendiendo a ser antes que tener, saber, hacer.
Para lograrlo se debe aceptar nuestra realidad en lo bueno y en lo malo para, con firme determinación, adherirnos a lo que más vale la pena, y de esa forma mejorar la relación con nosotros mismos.
Así, podremos lograr una coherencia desde nuestra intimidad: siendo más sinceros, más generosos, más honestos, serviciales, humildes, etc., etc. Virtudes que están directamente relacionadas con el amor y el respeto al prójimo, y hacen amable a la persona.
—Bueno yo me he aferrado a la ilusión de tener una pareja, y pienso que es lo normal, también que eso no me ha evitado ser una buena persona.
—Es verdad, solo que eso no la está dejando ser plenamente, por lo que es necesario plantearse, si siendo un arraigado deseo, este se ha convertido en una idea fija que abarca todo el plano de su vida, sin dejar espacio a otros aspectos importantes. Tanto que le resta autoestima y seguridad en sus relaciones, por actuar con afectaciones, que precisamente puede anular la posibilidad de un feliz encuentro.
—Eso me suena a resignación.
—Resignación no es la palabra, hablo de la actitud de provocar que otras cosas que valen la pena sucedan en su vida, para ser feliz, independientemente de su condición de soltera.
—Sí, es verdad, no puedo ser plenamente feliz, por eso la he consultado.
¿Cuál es la clave?
—Y… con esos lentes en mi humanidad, ¿cuál es la realidad más importante que debo ver en el paisaje de mi vida?
—Que tanto el varón como la mujer en cuanto personas tienen en sí una naturaleza completa, lo que significa que no obtienen algo que les falte en su humanidad por el solo hecho de casarse. Por lo tanto, uno y otro, viviendo en soltería y conforme a su dignidad del ser persona pueden ser perfecto hombre y perfecta mujer.
Hablamos de una plenitud en el ser para dar y recibir afecto desprendido, teniendo consciencia de que amar no obliga a ser amado, y que, por lo tanto, no se debe coaccionar en busca de una correspondencia obligada.
Un ser por el que se es verdaderamente libre de y para los demás, digno de ser amado.
Mi consultante comenzó a adquirir otra perspectiva de su soltería.
Por Orfa Astorga de Lira
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