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El sufrimiento de un ser querido enfermo o en el final de su vida desestabiliza y paraliza incluso. Hace nacer cierto malestar que impide ser uno mismo. Encontrar un tema de conversación adecuado a la situación parece algo imposible, así que preferimos callar antes que mostrar torpeza. ¿Qué actitud conviene adoptar? ¿Mostrar un rostro descompuesto o sobreactuar con despreocupación? ¿Qué gestos conviene realizar? ¿Estrechar su mano entre las nuestras no es demasiado intrusivo? Por otro lado, ¿descartar los gestos físicos no podría percibirse como algo frío? El padre Arnaud Toury, sacerdote de la diócesis de Reims (Francia) y enfermero, autor de La visite au malade (“la visita al enfermo”, en francés, editado por Magnificat), abordará este delicado tema con motivo de una conferencia en línea organizada el 11 de febrero por la revista Magnificat en colaboración con Aleteia. A continuación, ofrece algunos consejos para visitar a un enfermo y hacer surgir el diálogo.
1¡SENTIRSE INERME ES UNA BUENA SEÑAL!
Sucede que uno se puede sentir totalmente inerme, sin recursos, sin saber cómo actuar, durante una visita a una persona enferma. El padre Arnaud Toury nos tranquiliza: “¡Sentirse inerme es una buena señal! Sería inquietante saber qué hacer exactamente”. Es normal no saber qué hacer o qué decir en la medida en que una parte de la persona enferma se ha vuelto inaccesible a sus seres queridos. “El sufrimiento pone al enfermo en una situación de incomunicabilidad. No puede ponerlo en palabras, no puede traducir su sufrimiento”, subraya el sacerdote. Por ello, el entorno se muestra necesariamente torpe, porque no sabe lo que vive la persona enferma. ¡Y eso aunque hayan pasado por una enfermedad similar! Una de las frases que hay que desterrar es: “Sé lo que es eso” o “Sé lo que sientes”. ¡No! Cada persona es única y vive la enfermedad de forma diferente. Visitar a un ser querido es aceptar el hecho de estar desvalidos, es entrar en un proceso de humildad y de escucha.
Sentirse inerme es una buena señal también porque genera una forma de comunión entre la persona visitada y la visitante. “Ambas están, en definitiva, en una situación de incomunicabilidad, una porque no puede expresar su sufrimiento, la otra porque no sabe qué decir. En esta incomunicabilidad se encuentra una forma de comunión”, constata el padre Arnaud Toury.
2OFRECER NUESTRA SIMPLE PRESENCIA
La clave en una visita a una persona enferma es hacerle saber que estamos ahí para ella y que puede recurrir a nosotros cuando lo desee. Visitar todos los días y durante muchas horas a una persona enferma que no habla mucho podría parecer inútil e incluso absurdo. Pero la simple presencia tiene un valor incalculable. “El enfermo necesita saber que hay alguien presente”, aclara el sacerdote enfermero. “Puede desear estar solo en su habitación, pero al mismo tiempo saber que, si lo desea, hay alguien allí”. Según escribió el diplomático y poeta francés Paul Claudel: “Dios no ha venido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera ha venido a explicarlo. Ha venido a llenarlo con su presencia”. Quien visita a una persona enferma está llamado a esa misma vocación. Puede decir, por ejemplo: “No puedo imaginar por lo que estás pasando, no tengo palabras, metería la pata y te pido perdón por ello, pero si me necesitas, estoy aquí”.
3DEJAR AL ENFERMO SER EL SUJETO DE SU VIDA
Siguiendo el ejemplo de Jesús con al ciego Bartimeo, la persona allegada de un enfermo está invitada a no imponerse y a dejarle que lleve sus propias riendas. Si el visitante se pone a la escucha, si hace hueco para recibir confidencias y recibir pequeños gestos, entonces puede ponerse realmente a su servicio. En el Evangelio, Jesús pregunta a Bartimeo: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Mc 10, 51). ¡Todo el mundo sabe lo que quería el ciego! Pero Jesús no impone su punto de vista. “Jesús no procede de esa manera. Le permite ser el sujeto de su propia vida”, explica el padre Arnaud Toury, al tiempo que pone un ejemplo concreto: “Si tomo la mano de una persona enferma, no la aprieto, recibo su mano y le dejo la posibilidad, si así lo quiere, de agarrarse”.
¿El objetivo? Crear un espacio en el que pueda nacer el diálogo, en vez de comenzar un monólogo que deje poco espacio al otro. “La prioridad debe darse a la palabra del enfermo”, destaca el sacerdote. Eso no excluye que haya momentos de silencio que, como en la liturgia, permiten que las palabras resuenen.