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Es misión de los padres acompañar a cada uno de nuestros hijos en su camino. Para poder ser buenos compañeros y guías es imprescindible establecer una buena relación de confianza. Aquí van algunos consejos:
Amor no es igual a confianza
Se puede caer en el error de confundir amor y confianza. En una familia católica, lo normal es que exista amor entre padres e hijos y viceversa. Pero quererse mucho no significa que cuando un adolescente tenga alguna inquietud o problema, se sienta libre y a gusto de contárselo o preguntar a sus padres. De hecho, es muy frecuente que busquen respuestas en otros lados. Y depende de qué elijan, puede ser peligroso. Porque partimos de la base de que son los padres quienes más quieren a sus hijos en todo el mundo.
Por ello, y gracias a ese amor fraternal, es preciso buscar los cauces para que los hijos adolescentes sean capaces de encontrar en sus padres un referente al que preguntar y acudir en cada problema.
No hay receta común
Sería maravilloso tener una receta o una regla que pudiera aplicarse a todos los hijos por igual. Pero cada persona es diferente. A veces, la vida enseña a los padres que lo que han puesto en práctica con uno de sus hijos no ha funcionado con otro. Quizás tengan la tentación de pensar que ese hijo es más rebelde, pero lo cierto es que seguramente no han sabido o podido ofrecerle un clima de confianza. Cada persona es diferente, y además, para cada persona Dios tiene un plan distinto. No se puede tratar a todos igual. Por eso, de partida, hay que tener claro que habrá que trabajar la confianza de cada hijo por separado, conociendo bien las necesidades de nuestros hijos en su identidad.
¿Es real nuestra idea de los hijos?
Con los hijos puede pasar como esas parejas embriagadas de amor durante la fase del enamoramiento. Todo se idealiza. Podemos tener una idea de nuestros hijos alejada de la realidad. Es frecuente, por ejemplo, en tutorías con los profesores que cuentan algunas peripecias de los niños, que los padres no terminen de creerlo. Eso que les relatan no coincide con cómo es su hijo, piensan. Quizás sea un buen propósito hacer el ejercicio de acercarnos a cómo es realmente nuestro hijo, no sólo en casa, también fuera de ella. Aunque no es fácil. Solo sabiendo cómo es realmente podremos ofrecernos para lo que necesita.
La confianza se trabaja, se gana… y se puede perder
Para que haya confianza, debe existir un clima en el que nuestros hijos se sientan a gusto. Si el adolescente vive frustrado en casa porque se siente todo el tiempo incomprendido, difícilmente podrá buscar en sus padres las respuestas y consejos que necesita. Es realmente difícil en una época en la que todos los adolescentes suelen pasar por esto. Por eso hay que comenzar a trabajarlo desde mucho antes de la adolescencia.
En toda relación de los padres con los hijos y viceversa, habrá cosas que ayudan a que los hijos se acerquen a los padres, y otras que harán que se lo piensen dos veces antes de contarnos algo de su intimidad. Aquí dispones de algunos consejos:
Consejos que favorecen la confianza
1Palabras amables y gestos de cariño.
En la fase de la adolescencia, es fácil que haya días que la estancia en casa se convierta en una batalla, en un reto del adolescente hacia sus padres, y en que los padres puedan acabar enfadados. Hay que buscar, desde mucho antes de la adolescencia, que nunca falten en casa las palabras amables, los gestos de cariño. Eso hará que cuando haya que hacer una corrección, a veces incluso regañinas, el contrapeso de uno con otro siempre sea favorable hacia el primero. Sin embargo, si priman más las broncas o reprimendas, los gritos sobre las palabras con sosiego, primará la desconfianza por miedo a más correcciones y a nuevos disgustos.
2Disculpar el defecto.
Todos tenemos defectos. No debemos dramatizar los errores. Son frecuentes frases tipo “siempre igual, es que nunca, ni una sola vez”… Quizás somos demasiados susceptibles al defecto y recordamos constantemente lo que hacen mal. Convendría valorar esos errores en su medida. Pequeños fallos no pueden desencadenar grandes broncas. Falta comprensión de los defectos, que deben corregirse desde el cariño.
Habrá pequeños defectos que hay que disculpar sin dar demasiada importancia. Los hijos apreciarán que cuando cometen errores –que posiblemente ellos no sepan valorar muchas veces su importancia- pueden encontrar ese criterio de justicia en sus padres, quitando hierro al asunto si no es grave o encontrando una corrección cariñosa pero severa cuando se necesite.
3La verdad por delante.
En casa hay que decir siempre la verdad, y educar desde siempre. A los niños se les suele decir “hay que decir siempre la verdad”. En casa, eso debería ser una máxima. No aceptar las mentiras. Y que vean siempre en sus padres esa honestidad entre esposos y también para con los hijos. Así sabrán que en casa, por encima de todo está la verdad. Y con la verdad, la lealtad. Si, en cambio, ven a sus padres que mienten a otro de sus hijos, o que entre los esposos se ocultan cosas o no son sinceros, lo asumirán como algo propio de la vida y en los momentos que necesiten de los padres, quizás recuerden que no son sinceros cien por cien.
4No juzgar ni criticar.
Igualmente, si en casa se acostumbran a ver que cada vez que falta alguien “se le hace un traje”, es decir, se sacan a relucir sus defectos criticando sus actitudes, miedo tendrá otro hijo de lo que hablen de él cuando no esté delante. Pero no sólo con los hijos, también con el resto de personas.
Unos padres criticones no inspiran confianza. “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”, dice el Evangelio. Una buena máxima para aplicar en casa y enseñarla a través de nuestro comportamiento.
5Humor compartido.
El buen humor es siempre un atajo emocional para llegar al corazón de las personas. Lo primero, será cuestionar de qué humor estamos en casa, de qué humor con nuestros hijos. Y esforzarse por establecer un clima de buen humor.
Compartir ratos de risas y diversión con los adolescentes es fundamental. En cambio, si estamos siempre enfadados o susceptibles en casa, será difícil que los adolescentes quieran compartir momentos y confidencias.
6Ratos individualizados.
Aún así, siempre existirá la vergüenza y el miedo de los adolescentes a defraudar a sus padres. Quizás no se atrevan a dar el último paso aunque sepan que tienen en sus padres a alguien de confianza. Por eso, los padres deben buscar momentos a solas con sus hijos, en los que la ocasión sirva en bandeja a los chicos el poder abrirse y contar sus inquietudes o problemas.
Tener esos ratos individualizados hará que se sientan únicos. Podremos, con sutileza, preguntar por algunas cuestiones propias de la edad, para que vean que nos preocupamos y que –como padres- siempre estamos ahí para ayudarles.