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Amar incluso a los enemigos es el único modo eficaz de romper la espiral del mal y del odio. Esto es lo que nos enseña Jesús, y es la característica distintiva de los cristianos.
Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman.
Amar a los enemigos es en realidad la actitud de Dios hacia el hombre. Es el amor de Dios hacia el hombre que lo ha traicionado por el pecado.
Se ha alejado de Él y no es amigo de Dios. Sin embargo, Dios no se desanima. Dio su vida por nosotros y perdona nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación.
La fuente del amor a los enemigos
Hay muchas palabras griegas que significan amor. Este pasaje del Evangelio trata del amor ágape, el amor que tiene su fuente en Dios mismo. Así, con su ayuda podemos amar a nuestros enemigos.
Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso (...) perdonen y serán perdonados (...) Porque con la misma medida con que midan, serán medidos.
Esta última frase explica por qué no sólo es necesario, sino también bueno, amar a los enemigos.
Más aún porque en la oración que nos enseñó Jesucristo decimos "perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
El verdadero valor del tiempo
Uno de los mejores comentarios sobre este Evangelio son las palabras del cardenal Stefan Wyszyński:
"El valor de nuestro año depende de la medida en que hayamos sido capaces de superar el resentimiento en nuestro interior, de la medida en que hayamos sido capaces de superar la ira y el enfado humanos.
El valor de nuestro año corresponde a cuánto dolor, sufrimiento y adversidad hemos evitado a la gente.
El valor de nuestro año depende de la cantidad de corazón, cercanía, compasión, bondad y consuelo que hayamos sido capaces de mostrar a la gente.
Nuestro año vale tanto como hayamos sido capaces de pagar con el bien el mal que nos han hecho".