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Dos sacerdotes católicos lideraron un convoy de unos 100 coches para salir de Mariúpol y de los alrededores a principios de este mes y fueron testigos de escenas que no desearían que viera ninguna otra persona; a pesar de todo, se sienten agradecidos por las cerca de 300 vidas que se salvaron.
Bajo asedio
Mariúpol, ciudad portuaria en el mar de Azov, se encuentra en la unidad administrativa ucraniana (oblast) de Donetsk. Lleva dos semanas bajo el asedio del ejército ruso y de soldados de la República Popular de Donetsk, un área escindida en la región oriental del Donbás.
El padre Pavlo Tomaszewski, uno de los dos sacerdotes, describió la terrible situación durante una reunión a través de Zoom el pasado viernes 18 de marzo organizada por la asociación benéfica pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, que ha apoyado económicamente su monasterio en Mariúpol.
Junto con un tercer sacerdote, que salió de Mariúpol antes para recibir tratamiento médico en Polonia, son los miembros de la congregación de San Pablo Primer Eremita, de rito latino.
El padre Tomaszewski explicó que su pequeña comunidad había intentado permanecer en la ciudad durante la primera semana más o menos de la invasión rusa a Ucrania, que empezó el 24 de febrero. Allí continuaron celebrando misa para la comunidad católica.
Bombardeos sin descanso
Sin embargo, la situación cambió dramáticamente cuando la lucha se trasladó de la periferia oriental de la ciudad al mismo centro.
Las fuerzas rusas, frustradas ante la falta de progreso frente al ejército ucraniano, empezaron a bombardear las fuentes de electricidad y agua, con la intención de cercenar los recursos básicos de supervivencia, y a atacar zonas civiles.
Entre estas zonas se incluye el distrito donde se encuentra el monasterio paulino, una ubicación destacada que “sería un buen objetivo”, afirmó el sacerdote.
Los dos clérigos perdieron todo contacto con los feligreses y con el mundo exterior.
“Durante cuatro días, bombardearon y dispararon sin apenas descanso”, dijo el padre Tomaszewski. “Nunca antes había experimentado nada parecido. No teníamos sótano donde escondernos. El tiroteo y el bombardeo eran angustiantes. Toda la casa temblaba”.
El sacerdote explicó que era imposible salir a visitar a los feligreses. De hecho, tres mujeres se atrevieron a salir a buscar agua pero fueron asesinadas a tiros. El otro sacerdote intentó llegar a la parte oriental de la ciudad, pero todo estaba bloqueado. Estaba claro que no podrían ayudar a ninguno de sus feligreses. La ciudad era un caos, con muchos ciudadanos saqueando tiendas.
Salvados por “una persona enviada por Dios”
Finalmente, vestidos con su atuendo clerical, ambos sacerdotes tomaron su documentación de importancia y el Santísimo Sacramento e intentaron abandonar la ciudad. Esperaron hasta reunirse con un pequeño grupo de coches, pensando que el número les haría menos vulnerables.
De camino a Zaporiyia, atravesaron varios puestos de control vigilados por soldados de la República Popular de Donetsk, militantes respaldados por Rusia que llevan luchando contra el ejército ucraniano desde 2014.
A lo largo del viaje, vieron edificios calcinados y soldados muertos yaciendo en las calles. En cierto lugar, donde el ejército ucraniano acababa de vencer en una batalla contra los rusos, tuvieron que circular esquivando los cadáveres del ejército invasor desparramados por la calzada, algunos de ellos decapitados. El padre Tomaszewski, que es sacerdote en Mariúpol desde 2011, dijo que el ejército ruso nunca retira los cuerpos de sus soldados muertos, sino que los dejan pudrirse donde caigan.
Llegaron a un control de seguridad donde los soldados rusos se negaron a permitir que continuaran los hombres entre 18 y 60 años, probablemente porque querían evitar que se unieran al ejército ruso. A estas alturas, el tamaño del convoy rondaba los 100 coches, cada uno con entre 2 y 3 personas. Hacía un frío helado y las personas tenían hambre y sed. A los coches les quedaba poco combustible. Las familias con niños pequeños tenían que pasar la noche dentro de los fríos vehículos. Algunas mujeres se arrodillaron antes los soldados, suplicándoles que permitieran el paso del convoy.
El grupo no podía avanzar y tampoco podía regresar a Mariúpol. La situación era desesperada.
Una persona enviada por Dios
“Entonces, de repente y como surgida de la nada, una persona enviada por Dios, obviamente, pasó por allí de casualidad”, explicó el padre Tomaszewski. “Y dijo: ‘Mi pueblo está muy cerca de aquí. Puedo llevarme a todas estas personas para darles comida, agua y no dejar que se hielen en mitad de la noche”.
El hombre resultó ser el líder del pueblo de Temriuk, una zona agrícola a unos cinco kilómetros de la carretera principal.
Después de pasar la noche allí, las personas del pueblo recomendaron al convoy un camino para volver a la carretera principal evitando el punto de control ruso. El alcalde de una localidad vecina les dijo que había un corredor humanitario que podían utilizar. Tenían que atravesar otro punto de control ruso más, pero cuando los soldados vieron lo larga que era la fila de vehículos, dejaron de hacer preguntas después del sexto coche. Por fin, los desplazados llegaron a territorio controlado por Ucrania y sintieron algo de alivio.
“¡Qué hermoso ver que nos salvan los soldados ucranianos!”, dijeron a los militares que encontraron por el camino, recordó el padre Tomaszewski.
Ante la pregunta de qué mensaje tiene para el mundo, el padre Tomaszewski comentó: “Ninguna asistencia humanitaria ayudará a Ucrania hasta que hayamos derrotado al ejército ruso y termine la guerra”.
Aún no ha conseguido contactar con ninguno de sus feligreses en Mariúpol, que sigue viviendo en estado de sitio. Pero “la esperanza es lo último que muere. La esperanza viene de Dios”, dijo el sacerdote.