A nadie se le escapa que vivimos momentos difíciles.
Da igual que lo miremos desde la perspectiva de nuestra vida particular o fijemos nuestra atención en el conjunto de nuestra civilización.
Da igual cuándo leamos esto.
Miremos sólo algunos ejemplos. Pensemos en los duros momentos de la caída del Imperio Romano, porque Roma era su mundo; para ayudar a sobrellevar esa calamidad, Agustín de Hipona escribe La ciudad de Dios (412-426). O recordemos los tiempos difíciles que atravesaron los católicos ingleses desde que Enrique VIII decapitó a Tomás Moro (1535) hasta la restitución de la jerarquía católica en 1850.
Los tiempos de Enrique VIII fueron malos, pero Tomás Moro respondió con dignidad. Y eso lo hace grande. Los tiempos de Agustín fueron revueltos pero él respondió creativamente y nos legó una genial comprensión del tiempo histórico y la eternidad.
Para la restitución de la jerarquía católica en Inglaterra, el papa designó a Nicholas Patrick Stephen Wiseman (1802-1865). De familia anglo-irlandesa, había nacido en Sevilla (España) y se había formado fundamentalmente en Inglaterra y en el colegio inglés de Roma. Era un gran erudito, especialista en la antigüedad.
Wiseman vivió tiempos difíciles. Y trabajó en diversos frentes para mejorarlos. Baste citar su contribución a la conversión del futuro cardenal Newman o su relación con el movimiento de Oxford.
Fabiola es el personaje central. Es una joven romana rica, caprichosa, «acostumbrada a satisfacer todos sus extravagantes antojos, no sabía sacrificar deseo alguno. Abandonada de esta suerte a sí misma, había leído mucho […] y habíase declarado partidaria acérrima del refinado epicureísmo intelectual que por largo tiempo estuvo en boga entre los romanos. Del cristianismo nada conocía, teniéndolo por tan bajo, material y vulgar, que lo consideraba indigno de su estudio, y sólo le inspiraba desprecio […] En realidad, sólo creía en la vida presente, y no se acordaba más que de sus refinados placeres».
La acción tiene lugar en el año 302. Son tiempos difíciles. Flota en el ambiente cómo se va tejiendo una nueva persecución contra los cristianos. Será la gran persecución, la de Diocleciano.
Wiseman trenza con habilidad la historia y la vida cotidiana de cristianos y paganos, libres y esclavos, hombres y mujeres, ricos y pobres. Logra una novela histórica entretenida e ilustrativa.
Son tiempos difíciles. El cristianismo está extendido pero es desconocido, ignorado, odiado, perseguido.
Así, por ejemplo, cuando unos esclavos celebran un extraño rito, el centinela cree que son cristianos «porque he oído decir que los cristianos se juntan de noche y cantan canciones abominables, y cometen toda suerte de crímenes, como cocer y comerse un niño que matan para su festín».
Cuando la culta Fabiola está ante un viejo conocido que ha adoptado el sorprendente estilo de vida cristiano, no es capaz de comprenderlo, piensa que se habrá hecho platónico o pitagórico pero en ningún caso que se haya incorporado a «esa religión, entre estúpida y malvada, que llaman cristianismo».
La novela nos hace presenciar cómo fue la organización de la Iglesia en esos momentos, incluyendo detalles como la descripción de las catacumbas y organización de los cementerios cristianos.
Poniendo en boca de los protagonistas frases que son copia literal de actas de los mártires, Wiseman logra hacer entrar al lector en los esfuerzos que tuvieron que hacer los cristianos para hacerse entender por gente como Fabiola; con una predisposición adversa debido a que partían de una mentalidad pagana a la que se había unido una información falsa y una animadversión notable hacia lo cristiano.
Si entre quienes acompañaron a Jesús hubo cobardes, hubo muchos que le abandonaron, alguno que lo negó y un traidor como Judas, sería absurdo pensar que entre los cristianos de los siglos posteriores no habría ningún imprudente o débil, perezoso o traidor.
Lo que nos define no son los tiempos difíciles, sino el modo en que respondemos a ellos. Por eso hubo, hay y habrá siempre cobardes y traidores. Como también arrepentidos y perdonados. Santos y mártires.
Vivimos tiempos difíciles. El contexto y la mentalidad de los personajes de Fabiola se parecen mucho al mundo en el que nos movemos.
Si lo pensamos bien, la sociedad postmoderna, postcristiana, postverdad, ha vuelto al paganismo. Es un mundo que ha definido nuevos dioses, que se aferra convulsamente sobre sus “sagrados” valores y que, por tanto, odia a quienes adoran a un Dios que les resulta extraño. Lógico, pues, que nuestro mundo persiga esa “religión entre estúpida y malvada que llaman cristianismo”.
Si este es nuestro tiempo, Fabiola puede proporcionar no sólo entretenimiento sino también interesantes perspectivas. Para entendernos. Para no perder de vista qué es sagrado y qué sólo importante o, por decirlo con Tomás Moro: buen servidor del rey, pero de Dios primero (King's good servant—but God's first).
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