San Isidro Labrador es uno de los santos más populares. Patrón de un sinfín de ciudades en España, Honduras o México, su historia ha inspirado gran devoción desde reyes y reinas hasta las personas más humildes de ambos lados del Atlántico.
La historia de San Isidro está ligada a la de su esposa, también santa. Ellos forman parte de la exclusiva lista de matrimonios canonizados, parejas que compartieron el amor conyugal y el amor a Dios hasta el punto de ser ambos santificados. También en ellos se cumple la máxima según la cual detrás de un hombre hay una gran mujer.
Porque si San Isidro Labrador fue un personaje digno de admiración, así mismo lo fue su esposa, María Toribia.
La historia de María Toribia, conocida popularmente como Santa María de la Cabeza, se entremezcla con la leyenda, pues están documentados pocos datos de su biografía y muchos pueblos quieren hacer de ella su hija predilecta.
Tal fue el amor y el ejemplo de devoción a Dios que mostró a lo largo de su vida. Lo cierto es que ambos nacieron en una de las épocas más convulsas de la historia de España, en una Edad Media de guerras, invasiones y avances y retrocesos de distintas culturas y religiones. San Isidro y Santa María de la Cabeza procedían de familias mozárabes, cristianos que vivían en zonas que formaban parte de al-Ándalus.
Una de las ciudades en la que podría haber nacido María Toribia es la localidad de Uceda, en Guadalajara en un momento indeterminado entre los siglos XI y XII. Aunque otros pueblos como Cobeña, Torrelagura o Talamanca de Jarama también podrían haber sido cuna de la futura esposa del santo. A la zona de la vega del Jarama había acudido un humilde jornalero, Isidro, para trabajar al servicio de Juan de Vargas.
Cuando Isidro conoció a María Toribia, se casaron y tuvieron un hijo, quien también llegaría a ser elevado a los altares como San Illán.
Los tres protagonizaron un milagro conjunto en el que Illán, siendo un niño, cayó a un profundo pozo del que nadie pudo sacarle. Hasta que sus padres rezaron con gran devoción y María pidió a Isidro que salvara al niño. Milagrosamente el agua subiría hasta el borde del pozo acunando al niño que salió de él ileso.
La familia de San Isidro fue durante un tiempo una familia sencilla, como cualquier otra de su tiempo, trabajando en el campo al servicio de Juan de Vargas. María se encargaba también de las cuestiones domésticas y cuidaba de su pequeño Illán.
Pero tal era la profunda devoción de los esposos, que en cierto momento de sus vidas, decidieron separarse para volcarse de lleno en la oración.
María Toribia se trasladó entonces a vivir cerca de una ermita conocida como ermita de la Virgen de la Piedad, próxima a Torrelaguna. Allí rezaba y cuidaba con gran esmero la imagen de la Virgen y la humilde estancia de la pequeña iglesia. Cada día se aseguraba que la lámpara del Santísimo estuviera siempre encendida.
A pesar de que María solamente rezaba y meditaba, los lugareños no podían entender que una mujer permanecía en aquel lugar sola. Los recelosos de su fe y su actitud piadosa empezaron a extender rumores maledicentes sobre ella.
Rumores que llegaron a oídos de su esposo quien indignado con aquellos que querían mancillar el nombre de su mujer no dudó en ir a comprobar él mismo y demostrar a sus enemigos que estaban equivocados. Isidro no solo descubrió que, efectivamente su esposa había dedicado su vida a la oración, sino que fue testigo de un milagro cuando vio cómo María cruzaba el río Jarama sobre un manto.
Aquellos que dudaban de la fe de la futura santa, dejaron de molestarla. La pareja se reencontró de nuevo en Madrid donde vivirían juntos hasta la muerte del santo.
A lo largo de sus vidas, San Isidro y Santa María de la Cabeza no solo se dedicaron a trabajar la tierra y a rezar. Siguiendo el ejemplo de Cristo, su hogar estuvo siempre abierto a aquellos que más lo necesitaban.
Relacionado con esta actitud solidaria es el milagro de la olla, uno de los más conocidos de los santos, según el cual, María se dio cuenta que la olla que había cocinado para los pobres se había quedado vacía cuando Isidro apareció con un desarrapado necesitado de comida, agua y cobijo. Milagrosamente, la olla volvió a llenarse.
Según la tradición, María sobrevivió unos años a su marido, tiempo en el que regresó a la ermita de la Virgen de la Piedad, donde permanecería en reclusión y oración hasta su muerte. Cuando fallecío, sus restos fueron enterrados en la misma ermita de la Piedad.
Cuando siglos después su cuerpo fue encontrado, la cabeza fue expuesta en el altar de la ermita. Tal fue la veneración que recibió de los aldeanos de la zona que terminó siendo recordada como Santa María de la Cabeza.
Pasados los años, sus restos fueron trasladados al convento franciscano de Torrelaguna. A mediados del siglo XVII, por orden del rey Felipe IV, fue trasladada de nuevo hasta Madrid, para que descansara eternamente junto a su marido primero en la capilla real de San Andrés y posteriormente en la Real Colegiata de San Isidro.
El Papa Inocencio XII la inscribió en el santoral en 1697. En 1752, Benedicto XIV le concedió misa y oficio litúrgico propio. Muchos son los devotos que se acercan a venerar las reliquias de San Isidro y Santa María de la Cabeza. De ella se dice que obra milagros, entre ellos, el alivio o curación del dolor de cabeza.
Lope de Vega dedicó unos intensos versos a San Isidro, del cual era fiel devoto. En ellos incluyó esta hermosa descripción de María: