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Una pieza en el rompecabezas del corazón

PRAY

Podemos sacar grandes aprendizajes hasta de los peores momentos de nuestra vida.

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Orfa Astorga - publicado el 18/05/22
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Diálogos de consultorio. En esta ocasión, una mujer dice estar cansada de todas las desgracias que ha tenido que soportar

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—¡Ya he sufrido bastante, para qué seguir sumando tantas pruebas! Le puedo hablar de enfermedades, problemas económicos, disgustos en la familia, fracasos, injusticias, humillaciones en el trabajo… ¡cruces grandes y pequeñas! —se lamentaba en consulta, una señora de edad madura y evidente depresión.

No se necesita ser psicóloga para saber que una persona feliz, no solo dispone mejor de su inteligencia y voluntad, sino también de su corazón, para mejor servir y amar a los demás. Entonces… ¿De qué le sirve a Dios mi abatimiento?

—Pasa que, en realidad, Dios no quiere nuestro abatimiento, sino lo contrario, y sé de alguien que supo encontrar esa verdad —le propuse sustrayéndola a su amargo soliloquio.

Alguien que pasó por una penosa enfermedad, que lo puso a las puertas de la muerte, y milagrosamente se recuperó. Sucedió después de haber perdido sus ahorros, empleo, y hasta los que había considerado sus amigos.  

Ese personaje admitió que no necesitó ni su inteligencia ni su voluntad, para encontrar el verdadero sentido a ese episodio de su vida, que en realidad había sido muy fecundo.

—¿Cómo logró llegar a tal conclusión? —Intervino preguntando mi consultor, con un dejo de sarcasmo.

—Sucedió que, desconcertado y deprimido, se dio cuenta de que había vivido solo confiado a su inteligencia y voluntad, para enfrentarse a los retos de su vida, y que, en esas circunstancias, de nada le servían. Que lo que había conquistado y perdido, en realidad nunca le había pertenecido.

Entonces se acordó haber leído alguna vez la reflexión:

Una nueva luz para su vida

La respuesta vino luminosa desde su interior: como persona era más que todo lo que había perdido, mucho más que sus penas y sufrimientos, mucho más que los errores que hubiese podido cometer. Y lo seria hasta el último instante de su vida.

Luego, si Dios le había dado ese ser personal, no lo quería derrumbado.

Con la experiencia, tuvo un corazón más sensible a los demás

Una vez recuperado, se dio cuenta de que ya no sería como antes, pues comprendía ahora a las personas dolidas, enfermas, rotas y desamparadas. Era así, porque reconocía en ellas, todo lo que habían sido sus propias heridas, en el trance de su enfermedad.

Y decidió admitir en su vida el inevitable misterio del dolor, y tener un corazón más sensible a la miseria ajena, compartiéndola desde su corazón, ayudando con medios o en lo personal, siempre que pudiese.

Finalmente, y lo más importante, reconoció que gracias a la dura prueba por la que había pasado, sabía que nada le podía quitar la libertad interior de tratar a Dios y los demás de una forma más libre, abierta y amorosa.

Y que con esa actitud comenzaría de nuevo.

—A decir verdad, escuchándola, me he dado cuenta de que me falta acomodar algunas piezas en el rompecabezas de mi vida, para encontrarle el sentido y dejar de quejarme —intervino muy pensativa mi consultante.

—¿Cuáles piensa que serían? —le pregunté, segura de que aprendería algo importante.

La confianza en Dios, la humildad, y el agradecimiento por la existencia —dijo con serena expresión.   

—Había encontrado una salida a su depresión.

El sentido del sufrimiento le da dirección y propósito al sufrimiento mismo. Se trata de una genuina aceptación del dolor, reflejada en la actitud que tomamos ante el mismo. Este sentido, es un camino que le da dirección y propósito a la vida.

Por Orfa Astorga de Lira

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