El padre Félix del Valle Carrasquilla se encuentra en México, sustentando una serie de conferencias y retiros espirituales para sacerdotes. Es sacerdote diocesano de Toledo (España) y doctor en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana de Roma. También tiene un máster en Discernimiento Espiritual y Acompañamiento Vocacional por la Universidad Pontificia de Comillas. Es profesor de Antropología Teológica en el Instituto San Ildefonso de Toledo
-Una de sus conferencias tiene como premisa que puede haber en nuestro tiempo una “obsesión por el pecado” y, también “un asombro por la gracia”. ¿Es esto posible en el mundo de la inmediatez, de los virtual y de la indiferencia ante el pecado y la gracia?
La obsesión por el pecado se puede entender de dos maneras. La primera es la atracción fuerte hacia el pecado, es decir, el vicio. Eso se da en medio de los hombres de cualquier época, de cualquier cultura, de cualquier civilización. El pecado por el que uno va dejándose llevar termina por convertirse en un vicio que se apodera de uno y en el que centra su vida, como una obsesión.
Pero también la obsesión por el pecado puede significar una cierta manera de vivir la vida cristiana. Se centra en el pecado, como si la vida espiritual consistiera, sobre todo, en el combate contra el pecado mientras que lo propio de la vida cristiana es el asombro por el amor que Dios nos tiene; el asombro por la maravilla de su gracia; de su amor expresado en la Cruz de su Hijo, y la maravilla de la vida a la que nos llama. El cristianismo es, ante todo una conciencia agradecida, gozosa, del amor y de vida que Dios nos concede.
-Usted que enseña antropología teológica, ¿puede sintetizar –a riesgo de que sea muy complicado hacerlo—qué es el hombre en la Biblia?
El hombre que muestra la Biblia es, en primer lugar, un hombre creado. Por eso tiene muchísima importancia, porque la naturaleza humana es como una especie de manual de instrucciones que Dios ha puesto en nosotros. Y solamente siguiendo este manual de instrucciones el hombre puede construirse, desarrollarse bien. Somos criaturas de Dios, hemos recibido una naturaleza que determina nuestro camino de crecimiento. Pero también somos pecadores. La Biblia nos dice que desde el principio el hombre cayó en el pecado y esta naturaleza que recibió de Dios en la Creación ha quedado dañada, deteriorada, inclinada al mal. Y que el hombre no tiene fuerza por sí mismo para salir del mal ni para vencerlo ni para transformarse a sí mismo.
También lo que nos dice la Biblia, la antropología teológica bíblica, es que el hombre desde el principio ha sido creado para un fin divino. Que existimos porque Dios ha pensado en cada uno de nosotros, desde antes de crearnos y desde antes de la creación del mundo, ha pensado en hacernos sus hijos en Cristo. Y que Jesucristo, es el único capaz de llevarnos al Padre. Es el único capaz de vencer en nosotros el mal y el pecado. Y es el único capaz de santificarnos. Esto la Iglesia lo ilumina a la luz de la fe, lo enseña. Porque no hay otra vida cristiana. No hay otro hombre distinto de éste.
-La intersección de la fe y la psicología, ¿propicia la plenitud de la persona humana? ¿Cómo se explicaría eso?
La psicología es una ciencia que debe ser, partiendo de una imagen no inventada ni falseada de lo que es el hombre, ateniéndose a esa naturaleza tal como Dios lo ha creado, el intento de averiguar cómo funcionan los dinamismos internos del hombre. Cómo conoce, cómo entiende, cómo se hace cargo de la realidad, cómo se relaciona con los demás, por qué se deja afectar por sus sentimientos y qué es lo que permite que estos sentimientos sean falseados y alteren la percepción de las cosas; las decisiones que el hombre toma (que pueden hacer al hombre enfermarse psicológica y afectivamente) … Eso es lo que pretende la psicología.
Una sana psicología sólo puede atenerse a la naturaleza del hombre y solo Dios sabe cómo es el hombre que Él ha creado. Por eso, una sana psicología debe tener en cuenta la fe, como la luz para entender de verdad lo que es el hombre. Psicología que no respete la naturaleza humana tal como Dios lo ha hecho, no es una verdadera psicología. Puede ofrecer instrumentos en orden a ayudar al ser humano a abrirse con más plenitud, con más capacidad a la gracia de Dios. Fe y psicología se juntan, no son enemigas.
--Orar sin desfallecer, ¿es posible cuando estamos bombardeados por las imágenes y las comunicaciones, la información y la rapidez de todo?
Ciertamente, todo cristiano está llamado a orar sin desfallecer. Pero eso depende del vigor de nuestra fe. Las circunstancias, las situaciones, el acceso inmediato a los medios de comunicación que además nos son ofrecidos con toda facilidad, lo hace más difícil tal vez. Pero, como he dicho antes, depende del vigor de la fe y de la caridad, así como de los espacios de silencio que seamos capaces de encontrar.
Finalmente, ¿qué podemos hacer los católicos de a pie para fundar, razonablemente, nuestra esperanza en la vida perdurable?
Todos los católicos, en realidad, somos católicos de a pie. Para fundamentar nuestra esperanza lo primero es fundamentar nuestra fe en el conocimiento amoroso y en el trato con Jesucristo. Él es el centro de nuestra vida y fuera de este centro, nuestra vida se desequilibra. El fundamento de nuestra vida es este conocimiento y este trato amoroso con Jesucristo.
En segundo lugar, debemos vivir sólidamente, anclados en la gracia y en el amor de Jesucristo que nos comunica por medio de los sacramentos y de la oración. Y eso se nos ofrece a todos, según las posibilidades de nuestra vida y según las circunstancias que, a veces, nos podrán impedir ir a Misa o disponer de un rato largo, tranquilo de oración.
En tercer lugar, la Iglesia. Ningún cristiano puede vivir su fe de manera individual, al margen de la comunidad de creyentes en la que Jesucristo se hace presente para nosotros y para el mundo, tal como Él la ha hecho: una Iglesia jerárquica, que tiene al Papa por cabeza, que tiene a los obispos como sucesores de los apóstoles, principio y fundamento en cada Iglesia particular de la comunidad de los hermanos que nos amamos y nos ayudamos en la caridad. Y que nos convertimos juntos en testigos y apóstoles de Cristo. No hay otra manera para nadie de vivir la vida espiritual y de fundamentar nuestra fe y nuestra esperanza.