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Merce Vallenilla: Que el dolor no te robe el amor

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Lucía Chamat - Aleteia Colombia - publicado el 08/06/22
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Aunque tiene una enfermedad incurable desde los 25 años y ha experimentado el culmen del dolor humano, ella siempre está radiante y feliz. Conoce aquí su testimonio y el vínculo con una organización de psicólogos católicos que acompaña a pacientes en cualquier parte del mundo

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Merce Vallenilla no recuerda cómo es vivir sin dolor. Durante 29 años de enfermedad ha estado cinco veces con alta probabilidad de morir, le han practicado 17 cirugías y tiene otras pendientes, ha recibido más de 50 anestesias, ha sufrido seis síndromes. Sin embargo, nunca ha perdido la fe y siempre se le ve serena y feliz.

En medio de tanto sufrimiento también ha dudado, llorado y reclamado a Dios, pero han sido situaciones pasajeras. Las lágrimas de impotencia, desesperación y dolor se fueron transformando en lágrimas que brotan desde el amor.

Por la gracia de Dios sigue viva, tiene un esposo a quien llama ‘mi San José’, dos hijos maravillosos y, lo más importante, sirve a los demás desde la Psicología Católica Integral. En este caso, un método de atención en el que combina la psicología y la espiritualidad cristiana, las cuales han estado en un divorcio histórico.  

Su vocación se concretó, recientemente, con el nacimiento de su gran proyecto profesional: Intercath Psychology (www.intercath.org ). Se trata de una organización de psicólogos católicos que brinda acompañamiento de forma virtual a pacientes en cualquier parte del mundo.

Una enfermedad muy “rara”

Merce, venezolana de nacimiento y de nacionalidad mexicana, es licenciada en Psicología con especialidad en Psicología Social por la Universidad Central de Venezuela. También tiene una maestría en Ciencias de la Familia para la Consultoría en el Instituto Pontificio Juan Pablo II y es candidata a Doctora en Psicología por la Universidad Marista de Guadalajara.

Contó a Aleteia que bien podría escribir enciclopedias enteras sobre sus diagnósticos, exámenes y órdenes médicas. Lo que sí ha escrito son cientos de conferencias, artículos y cuatro libros que se han convertido en gran fuente de ayuda para quienes los leen.

Su enfermedad empezó el día que nació su hijo mayor, Laureano. Y fue diagnosticada un año después cuando con su esposo Carlos Eduardo vivía en Filipinas, a donde se fueron de misioneros, ante el asombro de familiares y amigos.

En su conversación con Aleteia explicó que “el Síndrome de Sheeham es una enfermedad muy rara que solo afecta a los indígenas y únicamente la pueden diagnosticar cuando se te dañan mucho los órganos". "En pocas palabras, se pudrió mi hipófisis porque me faltó oxígeno en el cerebro en el momento del parto, y me fui a Filipinas sabiendo que tenía algo, pero convencida de que era hipocondriaca. Yo me empecé a sentir fatal, me vieron 33 médicos en Venezuela y ninguno sabía lo que tenía”, expresó.

Lo dejaron todo por Dios

Salieron de su país después de vender todo lo que tenían, hasta la casa que estaban construyendo, porque ambos sintieron el llamado de Dios a servirle. En Filipinas trabajaron con el cardenal Jaime Sin y vivían literalmente de la caridad, pero estaban plenos de felicidad. A los seis meses de empezar su vida misionera, ella colapsó y estuvo a punto de morir.

“Entonces me entra una furia por la traición de Dios, ¿cómo es posible que yo haya dejado la mitad de mi vida, mi nombre, mi apellido, mis bienes… y me dicen a los 25 años que me quedaban diez años de vida porque todos los órganos se iban a dañar, y de hecho se han dañado, porque no hay quien los regule. No me podía bañar sola, no podía jugar con mi hijo, después de haber sido deportista de alto rendimiento, autosuficiente y la misionera que caminaba seis horas en plena selva”.

En medio de esa situación, un día le reclamó a Carlos por no haberle secado la espalda, ante lo que él le responde con todo el amor posible: “¿Dónde te has metido? El dolor te está robando el amor”, frase que la sacó de la crisis y más tarde utilizó como título de su tercer libro.

Todas sus seguridades cayeron al vacío, empezó Dios a glorificarse y ella a decirle “Habla, Señor, que tu sierva escucha”. Ahí es cuando se abandona: “Ok, Señor.  Voy a aceptar esto. Me traicionaste, pero si Tú no me das un sentido otra vez, no voy a poder con esto y el Espíritu Santo me contestó: “Claro, ofrécelo por los sacerdotes, y en las vírgenes consagradas”. ¿¿Qué?? ¡Qué desperdicio! ¿Por qué no sufrir por los niños de África o Etiopía? Todavía no se entendía la necesidad de orar por ellos, pero luego lo comprendí y ofrezco todo por ellos”.

Las claves: oración y servicio

La gente no cree el dolor permanente en que vive esta admirable mujer, porque no se comporta como víctima y no se ve enferma. Siempre está alegre y espontánea. Merce asegura que lo ha logrado gracias a la oración profunda y a su vocación de servicio, que ha impedido que centre la atención en su enfermedad.

Eso lo dice quien pasó 103 días en un hospital sin ver a sus hijos, tiempo durante el cual su esposo pasó de tener el cabello negro a estar totalmente canoso, de la angustia que vivió. Quien ha tenido trombos, le han reconstruido el apartado digestivo, su columna sufrió en un accidente automovilístico y ha experimentado el culmen del dolor humano.

Carlos ha sido su sostén, su motivación y apoyo incondicional, en cada hospitalización, gravedad y buenos momentos ha estado siempre con ella. A pesar de que nadie apostaba por ese noviazgo, ha sido un esposo maravilloso, como ella afirma continuamente. Mientras ella estaba dedicada a servir a los más necesitados y prefería ir al Santísimo en medio del vacío existencial que sentía en la adolescencia, él era revoltoso y un “loco”.

Pero Dios tenía sus planes. Carlos insistió tanto que Merce se terminó enamorando de él porque “vio su alma buena”. Y efectivamente vivió un proceso de conversión y entrega total a Dios. Se casaron cuando ella tenía 22 y él 24 y al poco tiempo empezó este calvario que los ha unido como esposos y padres y en el que nunca ha faltado amor.

A pesar del diagnóstico de infertilidad, cuando se trasladaron de Filipinas a México vivieron otro gran milagro con el nacimiento de Andrea, en medio de múltiples riesgos para ambas. “La ciencia dio un dictamen con respecto a mi fertilidad. Pero la generosidad de Dios habló más fuerte”.

La más dura prueba

Contra todo pronóstico, Merce no solo ha sobrevivido casi tres décadas sino que ha ayudado a miles a través de su profesión. Fue pionera en atención psicológica virtual, mucho antes de la pandemia del coronavirus. Y en mayo de este año vio a Intercath empezar a operar después de dos años de permanente preparación. Ella es la CEO. Su hijo es la mano derecha. Hay un grupo de especialistas católicos de diferentes países que trabajan con compromiso y por vocación, que ejercen desde la fe.

También este año le llegó una difícil prueba, “el momento más duro y difícil de nuestras vidas”. Así lo contó en sus redes sociales (Instagram: @mercedes.vallenilla.psicologa): “La persona que más amo en este mundo, mi esposo Carlos, padece cáncer”.

En sus 30 años de matrimonio están enfrentando juntos las graves enfermedades que padecen. Pero siguen sonriendo en medio de la preocupación y están pidiendo un milagro a la beata Conchita Cabrera.

“No somos masoquistas. Lo que sucede es que desde hace 29 años que me enfermé y después de ver que pude irme ya 5 veces, finalmente terminas entendiendo que es solo Dios quien tiene el poder de dar y quitar la vida”, escribió Merce recientemente.

Ahora se acompañan a las citas médicas. Ella ha tenido la oportunidad de estar al otro lado de la cama de los hospitales, sosteniendo su mano como tantas veces él lo ha hecho.

“Hay una cosa que nunca cambiará desde ese día que estuvimos en el altar: el amor que nos tenemos que en definitiva es el único capaz de trascender tanto dolor para que así permanezca intacto el amor. Eso solo lo puede lograr el amor fundamentado en Dios”.

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